Opinión
El Titan y el Adriana: náufragos y naufragios
El naufragio del Titanic, yacente a más de 3.800 metros de la superficie del mar, está ya en la Historia de la navegación
Conocemos por el refranero popular que «todos somos iguales… pero unos más iguales que otros». La semana pasada pudimos comprobarlo una vez más mañana, tarde y noche por tierra, aire y especialmente por mar, con la exhaustiva información suministrada acerca de la desesperada y angustiosa cuenta a atrás para el rescate del mini submarino «Titan» de la compañía «OceanGate» dedicado al turismo a grandes profundidades para visionar los restos del Titanic. El naufragio de este famoso transatlántico, yacente a más de 3.800 metros de la superficie del mar, está ya en la Historia de la navegación y es recordado por méritos propios desde aquel lejano 1912, en el que en su viaje inaugural de Southampton a Nueva York se hundió tres horas después de chocar contra un iceberg en la noche del 14 al 15 de abril, pereciendo más de 1500 personas, entre viajeros y tripulantes.
La Guardia Costera de EE.UU. ha calificado el caso del Titán de «pérdida catastrófica». Sus víctimas son un aventurero británico, un buzo francés, un padre y su hijo pakistaníes y el fundador de la compañía que operó la expedición. Cada uno de ellos pagó un pasaje de 250.000€. Es una de esas singulares experiencias de ocio solo al alcance de unas pocas personas en el mundo, como es obvio, que se encuentran entre las ofertas de ese elitista mercado, como volar al espacio, sobrevolar en dirigible el Ártico o vivir en una remota isla a modo de un solitario náufrago.
Mientras seguimos informados al minuto de la evolución de las investigaciones para conocer con precisión la causa del accidente del Titan –al parecer, una implosión catastrófica por la enorme presión a la que estaba sometido el casco del mini sumergible a aquellas profundidades– sucedía otra tragedia también en la mar que pasó casi desapercibida para la opinión pública mundial. A miles de millas náuticas de allí, en aguas mediterráneas próximas a Grecia, naufragaba un pesquero, Adriana de nombre, con viajeros mucho más numerosos y distintos de aquellos. Eran setecientas personas –muchos de ellos pakistaníes– con no pocas mujeres y niños engañados por mafias criminales que trafican con la desesperación de los seres humanos que buscan un mejor destino para sus vidas. La sobrecarga de tripulantes hizo hundir la embarcación y, tras varias llamadas de auxilio desatendidas, han muerto ahogadas más de seiscientas personas.
Esta es una tragedia que se repite con excesiva frecuencia en nuestro Mediterráneo, y que divide y diferencia dos mundos excesivamente desiguales. Los pakistaníes del Titan y los del Adriana son un ejemplo.
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