Letras líquidas
Todas las guerras de Ucrania
Si algo define a las guerras modernas es su extensa duración y su carácter poliédrico
Desde que Francis Fukuyama decretara el «Fin de la Historia», allá por 1992, ha tenido que rectificar en varias ocasiones. El apego humano por el conflicto ha desmontado su teoría sobre la irreversible supremacía de la democracia y el liberalismo: el optimismo de su tesis, impulsado entonces por la concatenación del fin de las dictaduras en España y Portugal, los giros políticos en Latinoamérica y la caída del Muro de Berlín, ha sido debidamente matizado por los numerosos choques que han sacudido el mundo y por todos los esfuerzos de las autocracias y los populismos para desmontar las bases de los Estados de derecho. Ahora, cuando se cumple un año de la invasión rusa sobre Kiev, con la que Putin dio el pistoletazo de salida a una batalla en las puertas de la UE, los balances y los análisis se agolpan para comprender la geopolítica que nos rodea. Y no resulta tarea fácil.
Si algo define a las guerras modernas es su extensa duración y su carácter poliédrico. Los últimos enfrentamientos globales, Afganistán y Siria, se han prolongado en el tiempo hasta el agotamiento: el primero, que se activó tras el 11-S, concluyó dos décadas después con la accidentada salida de las tropas estadounidenses en agosto de 2021, mientras el terror de la contienda siria, que sigue enrocado aún hoy, comenzó con protestas ciudadanas en marzo de 2011 auspiciadas por unos aires de Primavera Árabe que nunca llegaron a soplar por las tierras de los Asad. Ambos casos se convierten en la metáfora perfecta del belicismo contemporáneo, ese que, en realidad, se libra a muchos kilómetros de donde se sufren los ataques. Los principales actores, quienes se juegan ganar o perder la pugna, quienes mueven los hilos y diseñan los movimientos según sus intereses estratégicos, se resguardan a muchos kilómetros de las trincheras.
Y la lucha en Ucrania sigue, también, estos parámetros: amenaza con enquistarse arriesgándose al olvido y, además, concita múltiples intereses: Rusia y su afán expansionista, entre reminiscencias imperialistas y el recelo a la OTAN cerca de sus fronteras, el pulso de China con Estados Unidos, midiendo sus fuerzas y sus ritmos y sus aliados, y el papel de Europa, obligada a defender su independencia, su espacio de hegemonía, su lugar en el mundo y, aún más allá, los valores de libertad y democracia que representa. Un año después, todavía, esas distintas partidas se juegan a la vez en el territorio de Zelenski. Y, así estamos ahora, confiando en que llegue definitivamente el «Fin de la Historia» para resolver todas las guerras que se libran dentro de la guerra de Ucrania.
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