Opinión
Todos somos liberales
Como decía Ortega (y Gasset también), “ser de izquierdas es como ser de derechas: una de las infinitas formas que tiene el hombre de ser imbécil”
Como decía Ortega (y Gasset también), “ser de izquierdas es como ser de derechas: una de las infinitas formas que tiene el hombre de ser imbécil”. Y cuando Lady Yolanda acaricia sus mechas con tirabuzones bajo su vestido dulce, mesurado, tan upper Class, tan Kate Middleton, tan misa y vermut, tan Moraleja Green, tan Rocío Monasterio….¡ay! para encabezar la lucha obrera; cuando Sánchez canta La internacional, de toxina botulínica hasta el mediastino, esa vieja dicotomía, ha caducado.
La política, ese engendro insaciable y desinhibido que mezcla el arte de prometer con la ciencia de no cumplir, y cuya obsesión _divide y vencerás_ consiste en enemistarnos en bandos, como el hijo manipulador…Es previsible.
Izquierda o derecha, proletarios con conciencia de clase o burgueses de 400 metros que llaman “casita” a su dúplex. ¿Y qué somos? Liberales, por supuesto. Aunque, no lo sepamos. Lo "liberal" está más vivo que nunca, insospechado, de acuerdo, y postergado.
Lo cierto es que para asumir que somos liberales no hace falta leerse a Locke, solo cierta capacidad de autoanálisis, de comprender el entorno, el contemporáneo y de aceptar nuestras contradicciones. Y reírnos.
Ser liberal, en esencia, es querer vivir sin que un gobierno hiperactivo te meta la nariz en la sopa, por el cuello de la camisa. Es el deseo legítimo, orgulloso, de montar en bicicleta sin ruedines, sin que te agarren el manillar para asegurarse de que pedaleas en dirección "correcta". Los liberales esquivamos los conos del dogmatismo con una sonrisa sexy…
El liberalismo no es un canto a la anarquía capitalista ni un billete de ida a la privatización de los bancos de los parques, ni de las farolas, ni de la lluvia. Es, más bien, un pacto sensato entre la libertad individual, la responsabilidad personal y la igualdad ante la ley. El Estado, por supuesto, tiene su lugar, como todo lo inteligente y saludable, con moderación: un mediador que impida trampear en el mercado, no un director espiritual ni un líder que nos indique cómo, cuándo, ni qué.
En España la palabra "liberal" arrastra un persistente estigma comeniños, ¡venda aquí a su madre! ¡Mal! El liberalismo sabe que hay fisuras en el mercado y que, a veces, el árbitro tiene que sacar tarjeta. Confundir liberalismo con neoliberalismo es como pensar que alguien que sabe freír un huevo quiere abrir una franquicia de tortillas de patata (sin cebolla), y fritos, refritos de fritanga.
Y luego que nadie es químicamente de izquierdas o de derechas. A todos nos gusta tomar decisiones sin que un burócrata nos mentorice. Incluso quienes defienden un Estado fuerte terminan irritados cuando el papeleo para renovar el DNI les consume la jornada.
Ser liberal es conocer que la vida no es un partido de fútbol y somos mucho más liberales de lo que creemos; y el discurso polarizador (ya) nos hace reír, donde la pureza ideológica es lo mismo que creer que el ascensor llega antes si pulsas el botón muy fuerte, muchas veces.
Y ¿qué hacemos? Pedalear. Alejarnos de la ramplona contraposición derecha-izquierda, preferir la diversidad al monolito. Toma tu bici imaginaria, estira la espalda, abre los ojos y pedalea. Porque todos somos liberales. O al menos deberíamos serlo.
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