Con su permiso

Un toque de distinción

Ser diferente no es ser peor, sino distinta. Y un toque de distinción es, a menudo, una forma de reafirmarse

Alicia mide uno ochenta de estatura y pesa algo más de noventa kilos. Tiene los ojos azul claro, una sonrisa mágica y una simpatía que sobrepasa la amplitud de su cuerpo grandón. Grandona, la llamaron siempre. Grandona y guapa. Nunca le gustó del todo que ambos términos caminaran juntos como complementándose en una suerte de innecesaria explicación. Como si no se pudiera ser guapa siendo grandona y le estuviera negado a las guapas la singular notoriedad de las grandonas. Terminó normalizando lo que parecía la única premisa posible. Dentro, eso sí, de una percepción de sí misma más apegada a lo de grandona que a guapa. Ella se gustaba, pero tanto y tanto le recordaban su enormidad o sus gorduras que terminó por hacer más caso a los de fuera, familia incluida, que a sí misma y empezó a acomplejarse. De adolescente sufría porque los chicos la tenían siempre como última opción, si es que lo era, y a las chicas se las veía incómodas en su compañía los sábados o los domingos: desentonaba con las demás. Cuando pudo se pagó una operación de estómago, para intentar bajar peso, pero fue inútil. Dinero malgastado. Ha sido más eficaz la terapia a la que se ha sometido, que le ha permitido aceptarse y recuperar la confianza en sí misma. Lo tiene difícil, porque un día sí y otro también ha de encarar exigencias de estereotipos que presionan a las mujeres infinitamente más que a los hombres; se acepta peor la disidencia estética en ellas que en ellos. En realidad, en ellas recae el juicio por estereotipos que a los hombres no se aplica casi nunca. Pero ya no se acompleja.

Alicia resucita las viejas emociones con la polémica sobre la campeona del mundo de Waterpolo Paula Leiton y el hervidero en que algunas redes se convirtieron a costa de su físico. A ella también le llamó la atención la primera vez que la vio, en los instantes previos al partido con Australia que les dio la medalla. Cantaron las australianas su himno y después las españolas guardaron silencio ante el nuestro, que sigue sin letra porque la vieja de Pemán sobre la marcha granadera ya no hay quien la coja por ningún lado, y formalmente no tenemos más letra que el «lolo-lolo» de infame aplicación. Reparó entonces en dos chicas. Altísimas. Una de ellas más redonda, a años luz de distancia del tópico cuerpo de atleta, de deportista de élite. Buscó quién era. Encontró su nombre y su magnífico historial: nacida en el 2000, debutó con 16 años en las olimpiadas de Río, ganó plata en 2020 en Tokio, dos años después un mundial, y ahora el oro olímpico. Su posición en la piscina es la de «boya»: organiza y distribuye el juego, la estrategia pasa por ella. El waterpolo, ha aprendido también Alicia, es un deporte agotador, de una exigencia física de difícil parangón, que requiere estabilidad, unas piernas de acero en constante movimiento, capacidad muscular para elevar el cuerpo sobre la superficie el agua y una mente clara y bien estructurada. Qué pena no haberlo descubierto antes, porque le habría ayudado mucho cuando de cría se quedaba sola en casa tardes enteras presa de su inseguridad y el desafecto de los que se supone eran amigas y amigos. Como era previsible hubo más gente a la que el físico de Paula le llamó la atención. Y como cabía también esperar en este tiempo de gatillo fácil y violentas simplificaciones, muchos de esos sorprendidos depusieron sus vómitos en las redes sociales. Que si gorda, que si vaya cuerpo, que si cómo puede estar así una deportista, que si está enferma…Por ser mujer, por romper el estereotipo. Repasa su memoria y hasta busca respuesta en internet a la duda de si algún deportista masculino ha sufrido críticas o ataques por ser físicamente diferente. Nada. Encuentra aún con la tinta de la polémica presente y fresca, ese supuesto abandono de una boxeadora italiana ante una argelina de facciones masculinas y complexión fuerte. Alta también, grandona. Se dijo que era una persona trans enfrentada a una mujer. Pero era mentira. Simplemente su físico era distinto, alejado de la ortodoxia tópica de las proporciones perfectas.

No ha encontrado ninguna alusión a los lanzadores de peso, que están gordos, o a la altura de los jugadores de baloncesto. Y sí recuerda a mujeres karatekas, o levantadoras de peso, o culturistas, objeto y objetivo de vejaciones y de iras desatadas en los estercoleros de las redes sociales.

En el fondo, si uno se mira bien, resulta difícil escapar a esas distinciones en forma de exigencia a las mujeres, incluso entre quienes no las aceptan de forma racional. Es lo que hay, es lo que hemos construido. Responde a los roles diferentes y diferenciados que aún sigue siendo necesario romper.

Alicia se identifica con la serena indiferencia de Paula Leiton. Eso le pasa ahora a ella.

Pero saluda la buena nueva de que la polémica sirva para que chicas, sobre todo jóvenes, adolescentes cuyo cuerpo o cuyo rostro disientan del tópico de normalidad o belleza, encuentren ejemplos que puedan empezar a alimentar su autoestima. Que puedan ver que ser diferente no es ser peor, sino distinta. Y un toque de distinción es, a menudo, una forma de reafirmarse.