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La tragedia de la vivienda y cómo todo puede empeorar
El Ministerio de Hacienda de María Jesús Montero, ha ratificado en una resolución reciente que los propietarios de viviendas en alquiler en las que el inquilino no paga la renta deben tributar por las cantidades no recibidas
Charles-Édouard Jeanneret-Gris (1887-1965), más conocido como Le Corbusier, uno de los arquitectos más influyentes del siglo XX, decía que «una casa es una máquina de vivir. La casa debe ser el estuche de la vida, la máquina de la felicidad». Más de medio siglo después de su desaparición, en España, una casa, una vivienda, también puede ser una máquina de problemas, para el propietario, para el inquilino y para quienes aspiran a comprarla. El paisaje de la vivienda, en muchas ciudades españolas, empieza a ser trágico y amenaza con empeorar. El Tribunal Económico-Administrativo Central (TEAC), dependiente del Ministerio de Hacienda de María Jesús Montero, ha ratificado en una resolución reciente que los propietarios de viviendas en alquiler en las que el inquilino no paga la renta deben tributar por las cantidades no recibidas. El Tribunal apunta que la ley determina que «los rendimientos del capital inmobiliario se imputarán al período impositivo en el que sean exigibles por su perceptor». Hasta ahí, hay poco que objetar, pero la legislación no contempla, de forma expresa, qué ocurre si el inquilino no paga el alquiler y se convierte en un «inquiokupa». El TEAC se remite a una sentencia de la Sala de lo Contencioso del Tribunal Supremo. En ese fallo, los altos magistrados ratifican la obligación de tributar si el inquilino asume el pago de las rentas impagadas. Todo muy técnico –y sin duda correcto– desde el punto de vista jurídico. No obstante, parece un sinsentido, una aberración fiscal, que el propietario de una vivienda alquilada deba pagar impuestos por las cantidades no recibidas y que tampoco sabe si recibirá, porque nadie se lo puede asegurar, sobre todo con las diferentes fórmulas de protección –sí, de protección– a los «okupas», sean «inquiokupas» o no. La falta de vivienda y las dificultades de acceso –en alquiler o en propiedad– son uno de los grandes problemas del país. Para algunos, el primero. La compra es difícil porque los precios están en la estratosfera, ante la falta de oferta, derivada de la escasez –artificial en un país con espacio de sobra– de suelo. El alquiler también es cada vez más complicado y caro. Los propietarios, temerosos de que no les paguen, de no poder actualizar los precios o de que les resulte imposible desprenderse de un inquilino problemático, cada vez ponen menos viviendas en el mercado. Si ahora deben pagar impuestos por las rentas no percibidas, todo empeora. Una casa debería ser, pero así es inviable que lo sea, «una máquina de la felicidad», como pensaba Le Corbusier.
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