Antonio Cañizares
Año nuevo
Necesitamos una radiografía, un diagnóstico, de lo que nos está pasando en el mundo, y en España en particular. Necesitamos encontrar y dibujar un cuadro lúcido y verdadero, realista y bien trazado
Año nuevo: «paz y bien a todos», como dice el bello saludo franciscano. Es lo mejor que podemos desear en un año que comienza. Que este año nos depare encontrar respuestas claras, precisas y posibles a la difícil situación que atraviesa el mundo de hoy. Que en él se nos conceda la luz iluminadora para los principales y gravísimos problemas que nos aquejan: el paro, sobre todo de los jóvenes, la crisis económica cuyos efectos aún perduran, la crisis social y política que afecta seriamente a España, la sensibilidad social, la quiebra moral, la familia y su verdad, los temas de la defensa de la vida, la cuestión candente de la unidad; que este año nuevo nos ayude a encontrar entre todos, en definitiva, la paz, siempre en riesgo de no ser alcanzada e incluso de destruirla. Estos problemas y otros muchos requieren un mundo nuevo, un año verdaderamente nuevo, una humanidad nueva hecha de hombres y mujeres nuevos, todos por el bien común; ese «bien común» al que tanto llama la Iglesia y que tan ausente está del discurso ordinario o del discurso político por lo general.
Necesitamos una radiografía, un diagnóstico, de lo que nos está pasando en el mundo, y en España en particular. Necesitamos encontrar y dibujar un cuadro lucido y verdadero, realista y bien trazado, que refleje exactamente lo más sobresaliente y determinante de lo que nos está aconteciendo, con sus causas incluso. Cuando se tiene un buen diagnóstico, cuando se traza un buen dibujo de lo que sucede, podremos aportar soluciones acertadas. Cuando era estudiante de bachillerato nos decía quien nos enseñaba matemáticas: «problema bien planteado, problema resuelto». Hay que ofrecer respuestas sustanciales, precisas y directas. Abordar los temas claves y emblemáticos de manera accesible a todos, esos temas que a veces no se quieren abordar porque reclaman y requieren cambios muy profundos en los comportamientos y en la mentalidad de las gentes individualmente y de la sociedad en su conjunto; cambios que atañen al corazón y a los criterios de pensamiento de las personas y de las estructuras, en las que siempre hay personas, cambios que conciernen a los que rigen los pueblos, y a los que con ellos forman esos pueblos. A quien más atañe y exige lo que acabo de decir es a los cristianos, a la Iglesia misma que se ve interpelada en su ser más propio y solidario de los gozos y esperanza, sufrimientos y tristezas de los hombres de nuestro tiempo, precisamente por su fe en Jesucristo, por su unión con Él que se hizo hombre y comparte la suerte de los hombres, también su cruz, y se identifica con los necesitados, como señala el capítulo 25 de san Mateo. Y la Iglesia, es verdad, sobre todo con su doctrina social, viene ofreciendo esto: recordemos y sopesemos a este respecto el magisterio social de la Iglesia para confirmar lo que digo.
Este Mensaje social estimo con toda honradez y verdad, es una excelente ayuda para hacer un examen de conciencia o discernimiento lúcido al comenzar un año nuevo, un examen de conciencia que concierne a todos. Es una estimulante ayuda para abrir caminos, es una respuesta bellísima y consoladora que bien merece la pena acoger y secundar. Si me pusiera a escribir expresando lo que desearía para todos en el 2018, lo que pediría al Señor y a los Reyes Magos, cuya fiesta se aproxima, no encontraría nada que lo expresase mejor que esta enseñanza social de la Iglesia tan rica y abundante, que en el fondo es el mandato del amor y de la justicia y una glosa del Evangelio de las bienaventuranzas: «Bienaventurados los que trabajan por la paz». Una vez más en esta página semanal, tengo que decir, con Pedro, que no tengo otra palabra ni otra riqueza, ni otra respuesta o solución» que ofrecer que ésta: Jesucristo. «No tengo oro ni plata», ni remedios técnicos, pero lo que tengo ofrezco y entrego: «En nombre de Jesucristo, levantémonos, caminemos, vayamos adelante, sin retirarnos, sigámosle, prosigamos el camino con la mirada puesta en Él, con los oídos atentos a su palabra y el ánimo dispuesto a acogerla, con corazón y la mente unidos a su Persona, identificados con la manera de actuar de Él que nos guía con su «estrella», con su luz que ilumina el camino que Él mismo recorrió entre nosotros, el de las bienaventuranzas, el de la felicidad que nadie puede arrebatarnos, y que, entre otras cosas se alcanza cuando se sigue la senda de los que son proclamados dichosos porque trabajan por la paz». Ese es el Mensaje del Papa que tan amplios horizontes abre e ilumina, y del que nos haremos eco más adelante. Ahora basta con invitar a su lectura e interiorización oportuna.
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