Antonio Cañizares
Cataluña: reflexiones desde la fe
Entre los artículos y comentarios que estos últimos días he leído a propósito de la «crisis» de Cataluña me ha gustado de manera particular, por su sinceridad, libertad, vedad y amor a Cataluña, el de D. Fernando Sebastián publicado en un semanario español conocido. ¡Gracias, Fernando; la verdad nos hace libres! ¡Gracias por tu pensamiento libre y verdadero! Yo también quiero mucho a Cataluña, y así lo he expresado en otras ocasiones y me duele lo que algunos están sufriendo, algunos más que otros: sufren los de siempre: los que están amenazados en sus trabajos, los que ven agravada su situación de pobreza, los que han sido engañados por la manipulación de la verdad y la mentira; son ellos los olvidados en las actuales circunstancias, los que no han sido tenidos en cuenta por los egoísmos ideológicos y los intereses de otros.
Cuando se publique esta comunicación semanal estará próxima a reunirse, en Asamblea Plenaria, la Conferencia Episcopal Española. La semana pasada, en esta misma página, aludía y me remitía a dos textos de los Obispos Españoles, de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, de los que se cumplen estos mismos días sendos y respectivos aniversarios de su publicación; se trata de la «Instrucción Pastoral sobre ‘‘valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias’’ (22, XI, 2002) (IPT) y el otro es ‘‘Orientaciones morales ante la actual situación de España” (23, XI, 2006), (OMSE) ambos aprobados por la casi, práctica, totalidad de los Obispos miembros de la CEE Estos documentos son magisterio episcopal, por tanto magisterio eclesial, y siguen siéndolo, y que yo sepa no hemos dicho nada distinto en otros documentos que los invaliden. ¿Por qué no aludimos a ese magisterio? El pensamiento y las ideas que transcribo son de esos textos y se refieren expresamente a la situación que atravesaba España, no muy diferente de la de ahora, aunque entonces eran problemas más germinales; hago enteramente míos esos documentos en toda su gran y palpitante actualidad y verdad, conformes con el Magisterio social de la Iglesia ya que no se salen ni apartan de él un ápice. En primer lugar hay que señalar que cuando la Iglesia, los obispos, entran en temas de situación social, no se entrometen en el campo de la política, que no es el suyo, pero sí en el de la moral que les incumbe plenamente. Por eso dicen, «intentamos ayudar a descubrir las implicaciones morales de nuestra situación a cuantos quieran escucharnos. La consideración moral de los asuntos de la vida pública lejos de constituir amenaza alguna para la democracia, es un requisito indispensable para el ejercicio de la libertad y el establecimiento de la justicia (OMSE 4), para actuar corresponsablemente en nuestra sociedad y ayudar a su vertebración y reconstrucción.
Los obispos, con gran realismo, afrontaban la situación nueva, en que nos encontrábamos: «Una reconciliación, amenazada», por la que luchó tan decididamente la Iglesia posconciliar en la «transición». Fundada ésta «sobre el consenso y la reconciliación de los españoles»; al mismo tiempo tenían muy presente una «difusión de la mentalidad laicista», en la que «se trata de la voluntad de prescindir de Dios en la visión y valoración del mundo, en la imagen que el hombre tiene de sí mismo» de las normas y los objetivos de sus actividades personales y sociales» (OMSE 5-13), que tanto influye a la hora de valorar e interpretar los problemas y hallar soluciones justas. Esta situación a la que dan origen ciertos factores o causas (Ibid, 14-21) no disminuye en la Iglesia «el deseo de vivir y convivir en esta sociedad respetando lealmente las instituciones democráticas reconociendo las autoridades legítimas, obedeciendo las leyes justas y colaborando específicamente en el bien común. Nadie tiene que temer agresiones ni deslealtades para con la vida democrática por parte de los católicos». (ibid 21). El ánimo de los obispos y su deseo no era ni es otro que «ir encontrando poco a poco el ordenamiento justo para que todos podamos vivir de acuerdo con nuestras convicciones, sin que nadie pueda imponer a nadie sus puntos de vista por procedimientos desleales e injustos» (Ibid) esto es, no conformes a las leyes justas que nos hemos dado libremente los españoles, particularmente la Constitución como norma superior de convivencia. Por esto añaden los obispos en este mismo párrafo: «En este contexto, los católicos pedimos únicamente respeto a nuestra identidad y libertad para anunciar, por los medios ordinarios, el mensaje de Cristo como Salvador universal, en un clima de tolerancia y convivencia, sin privilegios ni discriminaciones de ninguna clase. Creemos, además, que el pleno respeto a la libertad religiosa de todos es garantía de verdadera democracia y estímulo para el crecimiento espiritual de las personas y el progreso cultural de la sociedad» (lbid. 21).
Si uno lee con toda objetividad y sin manipular para nada este conjunto de afirmaciones verá en seguida qué es lo que, en verdad y sólo, persigue la Iglesia y, así, no se la puede en justicia descartar, ni condenar, con juicios o interpretaciones, sin duda parciales y precipitadas, como las que se han hecho últimamente por parte de algunos. La Iglesia tiene la responsabilidad y misión de vivir en comunión con Cristo, y anunciar la buena Noticia del amor y de la esperanza, con dos vertientes fundamentales: la acción de la Iglesia que se dirige a sus propios miembros, palabra y sacramentos, y la responsabilidad de sentirse enviada más allá de sí misma a anunciar a todos y de hacer presente la verdad y la certeza de la cercanía de Dios, Padre universal de amor y de vida, en el rostro humano de su Hijo Jesucristo, con todas sus implicaciones sociales y morales que de ahí se derivan. En consecuencia, añadirán los obispos: «La Iglesia y los cristianos nos sentimos obligados a anunciar a todos el misterio salvador de Jesucristo, para iluminar su vida y colaborar al bien de la sociedad y a la solución de los más hondos problemas de nuestro tiempo (GS 10) (Cf. Ibid 22).
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