Joaquín Marco

Cuídese, Sra. Clinton

La Razón
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Un amago de desmayo puede hacer tambalear la política no sólo de EE UU, sino del mundo occidental. Tan débil y sutil es el actual panorama mundial, casi como el aleteo de aquella mariposa al otro lado del mundo. El casi desmayo de Hillary Clinton al entrar en su automóvil apoyada en sus escoltas, que pudimos observar en los telediarios, nos ha puesto el corazón en un puño. Según declaró, al salir del domicilio de su hija, donde se repuso, mientras exhibía una gran sonrisa, declaró que se trató de un golpe de calor, consecuencia de la permanencia al sol durante la conmemoración del 11 de Septiembre a la que asistió como senadora de la ciudad de Nueva York. Malas lenguas dicen que quien salió del domicilio de la hija no era sino una doble. Las especulaciones conspirativas alcanzan hasta este punto. Pero los asesores de prensa de Hillary Clinton parecen tan ineficaces como los de algunos ministerios del Gobierno español en funciones. Asumieron que durante el acto se había mostrado nerviosa hasta que finalmente confesaron que estaba sufriendo una neumonía y que sus médicos le habían recomendado unos días de descanso. Pero la desconfianza sobre el estado de salud de Hillary Clinton viene de lejos. Tantas informaciones insatisfactorias sirvieron a su rival Donald Trump para poner en entredicho la salud de la candidata a la presidencia de EE UU, como ya venía insinuando, aunque le deseó pronta recuperación. La discutida secretaria de Estado no ha conseguido ganarse la simpatía popular. Su actitud hacia el electorado parece impostada, como si una invisible barrera la alejara de sus interlocutores.

Sus problemas de salud se remontan a las Navidades de 1998, cuando su marido, Bill Clinton, estuvo al filo del «impeachement» y ella se vio obligada a soportar grandes tensiones. Se le detectó entonces una «trombosis venosa profunda», episodio que se repitió en 2009. En 2012 fue internada en un hospital por un coágulo de sangre localizado entre el cráneo y el cerebro. Éste tampoco ha sido su primer desmayo, sufrió otro por un virus estomacal. El riesgo de trombosis puede repetirse, porque la enfermedad, aunque controlable con sencillos fármacos, puede proceder de raíces genéticas. Pero durante su febril actividad como primera dama y, más tarde, como representante de su país en el mandato de Obama, tras la ardua campaña de primarias frente a él, viajó constantemente. Todo ello la convierte en el aspirante mejor preparado de la historia presidencial estadounidense. Dominadora de los estrados, en los que se mueve con facilidad (un ataque de tos en una intervención pública se tapó con una ironía sobre Trump), su oratoria no llega a inflamar a sus votantes. Pero quienes pueden votar, siguiendo la fórmula estadounidense, deberán decidir entre la princesa con escasa magia y el ogro feroz. El millonario neoyorquino, partidario del Brexit y del muro fronterizo mexicano, se ofrece como valedor de las capas medias rurales y obreras blancas cuyos salarios les dejan al filo de la supervivencia, de los partidarios del rifle y cuantos asumen actitudes xenófobas. Trump tiene tomadas las medidas a los sin papeles y a los negros y se sitúa también en el amplio espectro de los homófobos y antiislámicos. Tal vez su punto más débil sea un merecido rechazo del electorado femenino, dado su destacado machismo y su actitud ante la mujer objeto.

Frente a las actitudes negativas de su programa, llevado por una profunda pasión política, se manifiesta claramente contra los vicios de un acartonado Washington del que critica las fórmulas «dinásticas», como la de los Clinton, y proclama que no ha de faltarle audacia para combatir en el frente internacional y devolver la supremacía al país. Sus posiciones se asimilan al aislacionismo, tentación que recorre la historia de EE UU, pero no deja de ser alarmante que las distancias electorales entre la princesa y el ogro se sigan acortando según algunas encuestas. El visceral ideario de Trump puede complicar todavía más las difíciles relaciones internacionales e incrementar las desigualdades en un planeta que se define por el descubrimiento de la globalización y el renacimiento de los nacionalismos. Como consecuencia, en buena parte de los países occidentales, incluidos EE UU, aumentan las diferencias sociales. Éste no es el mundo que hubiéramos elegido, pese a los indudables efectos benéficos a los que nos conducen las nuevas tecnologías y el consumismo (aliciente y, a la vez, grave pecado). Conviene no pasar por alto la megalomanía del aspirante republicano, cuyas donaciones a la fundación que lleva su nombre (creada en 1987) están siendo investigadas por el fiscal neoyorquino. La Trump University (2014) no está registrada y se cuestionan las donaciones realizadas a una fundación, sin empleados, con un sospechoso consejo de administración integrado por él mismo y sus tres hijos mayores. Pese a dedicarse a fines caritativos, adquirió un cuadro con su retrato de dos metros por 20.000 dólares; dado el precio, no debe ser de mucha calidad. Pero el triunfo del ogro puede alterar incluso nuestra vida cotidiana. Los candidatos se han comprometido a entregar sus últimas evaluaciones médicas, pero Trump se resiste a mostrar su declaración de la renta, lo que infunde sospechas. Conviene pues que Hillary Clinton se cuide mucho y gane las elecciones para mayor tranquilidad de todos. El modelo Trump tal vez resulte útil para los nuevos millonarios que, según dicen, brotan como setas en esta España en crisis.