Historia

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De Catilina a Cataluña

El más celebre intento de golpe de estado de la antigüedad fue protagonizado por aquel ambicioso senador que quiso derribar la República y removió los cimientos del sistema

De Catilina a Cataluña
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El profesor Juan José Ferrer, una de las mejores cabezas de la Historia Antigua en España, ha publicado un apasionante libro titulado «Catilina: desigualdad y revolución» (Alianza). Este catedrático de la Universitat Jaume I es un reconocido experto en el difícil estudio de las estructuras socioeconómicas del mundo antiguo pero, como los mejores estudiosos de la antigüedad, no se pierde ni nos hace perder tiempo con erudición baldía, sino que acierta enormemente en su trabajo incesante de buscar el fondo común entre la política antigua y la moderna.

Y es que las rebeliones y sediciones no son siempre populares, como las que estudia el reciente libro «Revoluciones» de Gero von Randow (Turner), ni, sería simplista pensarlo, están solamente promovidas por el «pueblo» de forma ajena a las estructuras del estado. Lo que viene a mostrar el ensayo de Ferrer sobre Catilina es que las motivaciones económicas –a menudo vulgar codicia revestida de nobles palabras–, la manipulación de las instituciones, la colusión de intereses entre los poderes económicos y políticos –o la simple corrupción– explican en el fondo casi todas las impugnaciones de los sistemas participativos de la historia, desde la antigüedad a las modernas sociedades occidentales.

En estos días de revoluciones postmodernas no está de más volver la vista atrás a la conspiración de Catilina, uno de los tópicos de juventud de todo aquel que haya tenido que lidiar en latín con las inolvidables páginas que le dedicaron Cicerón o Salustio.

El más celebre intento de golpe de estado de la antigüedad fue protagonizado por aquel ambicioso senador que quiso derribar la República y removió los cimientos del sistema. Perteneciente a una de las familias patricias de más rancio abolengo –su rival y «bête noire», Marco Tulio Cicerón era, en cambio un «homo novus» provincial que había logrado alcanzar la cúspide del estado– Catilina había tenido una brillante carrera militar e iniciaba, con paciencia, el «cursus honorum» que, por rango y apellido, le estaba destinado y que había de culminar en el consulado.

Pero algo se torció. O quizá fue el espíritu de su época, entre ambición, corrupción, populismo exacerbado y afán de quebrar los consensos básicos, lo que acabó haciendo que Catilina se rebelara contra su propio medio, contra la tradición senatorial y patricia, en nombre de un supuesto pueblo romano auténtico al que decía defender de los desmanes de la oligarquía.

Todo comenzó cuando en el 66 a.C., Catilina fracasó en su candidatura al consulado, tras ser denunciado por corrupción y abuso de poder ejercido durante su gobierno provincial en África. Dos años más tarde lo intentó de nuevo, pero Cicerón resultó elegido cónsul. Catilina se resintió del golpe y empezó a radicalizarse y a apoyarse en las demandas más extremistas de reparto económico y cancelación de deudas de las clases populares. Tras probar suerte en vano una vez más para acceder al poder por vías legales en el 63 a.C., pasó a concebir ya un golpe de estado. Puede que se basara en demandas justas –ciertamente la desigualdad social era la asignatura pendiente de la República, que ya llegaba a su agonía–, pero su actitud revolucionaria causó, como dice Ferrer, «un sobresalto de terror entre los miembros de la oligarquía romana desde los meses de julio del año 63 a enero del 62».

La conjura pretendía nada menos que derrocar el gobierno de la República y asesinar a los principales senadores, apoyándose en algunos patricios y en partidarios del viejo Sila desafectos al régimen republicano, junto a sectores populares. El estudio de lo que ocurrió destapa, en todo caso, las oscuridades de ambos bandos.

Leyendo la crónica del golpe que hace Ferrer se hace obvio el paralelo de la conspiración de Catilina con otros intentos de usurpación del poder que han trastocado, o han amenazado con derrumbar, los siempre imperfectos regímenes participativos. Y ello so pretexto de hermosos y seductores ideales, que ocultan oscuras intenciones y se realizan a través de maquinaciones sin escrúpulos como verdaderos golpes de estado que tienen como característica común ser realizados desde dentro del Estado, pervirtiendo sus leyes y sus mecanismos.

No es hora de hacer recuento de los habidos durante la historia, de sus éxitos y fracasos, pero ¿no recuerda mucho a lo que ha sucedido en Cataluña? Hay mucho que reflexionar sobre los paralelos y sin duda el proceso se estudiará en este sentido en un futuro no muy lejano, cuando todo esto haya pasado.

Tras haberlo intentado varias veces por vías legales, una parte de la oligarquía política catalana de más rancio abolengo también se rebeló contra sus propios fueros, apoyada en sectores populares radicalizados. Curiosamente también fueron «homines novi» los que alzaron la voz ante los atropellos del sistema democrático, de la Constitución y el Estatut, aquellos días de septiembre de 2017.

La situación parece más tranquila ahora. Cierto, se discute que, frente a lo de Catilina, aquí no hubo violencia. ‘Quousque tandem...?’».