Joaquín Marco
El error en tiempos de mentira
La concesión de los Oscar en Hollywood se ha ido convirtiendo en un acontecimiento mundial gracias a su competidora, la televisión. De este modo, una parte de la población mundial pudo ver, en directo o diferido, el error que cometió Brian Cullinan, compañero de Martha Ruiz, empleados de PricewaterhouseCoopers en la compleja entrega de los premios. En esta ocasión, Faye Dunaway lanzó al aire el título de «La La Land», multipremiada, como el film oscarizado en lugar de «Moonlight», que había sido el elegido por la Academia. El alboroto en el escenario pocos minutos después fue observado con asombro y la película perdedora tuvo, si cabe, mayor publicidad que la ganadora. Una confusión en la entrega de los sobres a los actores creó lo que con razón Iñaki Gabilondo entendió como símbolo de la confusión en la que vivimos. No resulta fácil deambular por un mundo tan dado a servirse sin reparos de la mentira que se entiende como verdad. De hecho, la historia está llena de mentiras políticas que se utilizaron como armas arrojadizas. Uno de los objetivos de los historiadores consiste en analizar hechos verídicos sorteando falsedades. Porque en el ámbito político la «desinformación» no tiene efectos electorales. Pero este mundo nuevo en el que estamos adentrándonos con anónimas noticias en las redes sociales nos sitúa en otra dimensión. No yerra Donald Trump cuando ataca con tanta ferocidad al periodismo, porque tradicionalmente, desde el siglo XX, esta forma literaria ha servido, sustentada en datos fehacientes, para conformar incluso formas de vida. Hoy se mantiene –no sin dificultades– en ámbitos tan diversos como los periódicos, en papel o Internet y hasta en el móvil multiuso, convertido en símbolo social. El presidente de los EE.UU. Conoce hasta la existencia de Suecia, pero da crédito a las falsedades sobre un falso terrorismo que le sirve su cadena favorita, la Fox.
Los deseos del presidente de reducir los fondos del Departamento de Estado, que nutren los servicios diplomáticos e información, fomentarán la ignorancia que sustenta la era de la mentira, acunada por políticos y servida como plato exclusivo a una población desconcertada e inerme. Nada bueno puede esperarse de unos fondos que engrosarán el gasto militar de los EE.UU., hoy ya el mayor del mundo con 600.000 millones de dólares y a los que habrá que añadir un 9%, es decir, 54.000 más. En sus tuits programáticos lo había anunciado, porque estima que ha llegado la hora de que los EE.UU. vuelvan a ganar guerras. Recuerda Trump que, de muchacho, en la escuela, le aseguraban que el país había ganado siempre todas las guerras en las que había intervenido. Si hubiera regresado a ella, le habrían explicado los fracasos de Corea, Viet Nam o Irak. Trump promete, contra la política de Obama, reemprender la carrera armamentística nuclear que fue alentada por la guerra fría contra la extinta URSS y ahora se encontraba en fase de desmantelamiento. «Ya es hora de que EE.UU. vuelva a ganar guerras», auguró. En el continente africano puede elegir. 120 generales y almirantes retirados, algunos de gran prestigio, le enviaron una carta advirtiendo de las consecuencias del incremento en Defensa a costa de otras fórmulas sustitutivas en la geopolítica actual. Su objetivo de «borrar de la faz de la tierra» al Estado Islámico no resulta tan sencillo. Desde 2014 los estadounidenses ya bombardean la zona, mantienen 500 hombres en Siria y 5.200 en Irak. James Mattis, su secretario de Defensa, no se manifiesta partidario de alterar la política que Obama había trazado para la zona. Y hasta el ex presidente Bush se manifiesta en contra de cualquier escalada militar.
En su primer discurso en el Capitolio ante ambas Cámaras el pasado martes se mostró menos beligerante en algunos aspectos, como la emigración, pero mantuvo su tono profético: «Vamos a iluminar el mundo», proclamó, y expuso un inconcreto programa de gobierno que ha de renovar el «espíritu americano». Pero el presidente todopoderoso duda hasta de sus servicios secretos, del FBI y de algunos pilares de lo que hasta hoy se entendió como democracia, como la libertad de prensa que fue capaz de derribar a Nixon. Si Trump comete el error de adentrarse para ganar, porque su ejército «luchará para ganar o no combatirá», en el avispero de Oriente Medio, donde se encuentra ya atrapado el musculoso Putin, podía arrastrar a los países europeos o a la OTAN y situarnos ante el albur de una guerra de consecuencias imprevisibles, porque allí está también Israel con sus propios intereses. Trump, cuya frivolidad rivaliza con temor de sus aliados, al asegurar que su primer mes en la Casa Blanca fue divertido, con sus diarios golpes de efecto desestabiliza aún más un mundo occidental sin asideros ideológicos firmes. El ciudadano observa con inquietud una crisis económica interminable fruto de un sistema capitalista que no tiene rival, salvo tímidas fórmulas reformistas que son repudiadas. Pero el presidente ha prometido ya una rebaja de impuestos a las clases medias e inversiones en infraestructuras. La peculiar conciencia moral que defiende la ha mermado, si no destruido, el muro real o invisible con México, así como mantener el hambre incluso en países desarrollados, al tiempo que se defiende la globalización. Los Oscar ya son globales y, en su entrega, se cometió un error. Pero los excesos de poder restan al margen de la alfombra roja de un Hollywood que extravió su imagen.
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