Filosofía
El supremacismo es la clave
El juicio por el intento de golpe de Estado en Cataluña está siendo muy educativo y, en ocasiones, apasionante. En los salones de justicia existen unas reglas muy distintas a las del debate público. No se puede decir cualquier cosa ni recurrir a cualquier artimaña dialéctica. Existen amplias garantías para los acusados y sus defensas sin perder de vista que se trata de determinar unos hechos y su posible encaje en el Código Penal. Seguirlo es saludable, sea cual sea la sentencia final.
Pero hay algo que no se va a determinar en el Tribunal Supremo. Se trata de la naturaleza del llamado «procés». Lo dicen siempre los secesionistas: a un problema político corresponde una respuesta política. Tienen razón, aunque no en el sentido que ellos pretenden. Ellos exigen una y otra vez la celebración de un referéndum, es decir: la autodeterminación. Lo dicen y todo el mundo corre a posicionarse al respecto, ya sea a favor, en contra o de perfil. Una vez más, asumimos su marco y sus prioridades. Yo creo que no hay que hablar de la autodeterminación. Hay que hablar de xenofobia, supremacismo y odio antiespañol.
Preside la Generalidad un señor que dejó por escrito lo siguiente refiriéndose a los catalanes que tienen el castellano como lengua materna: «Ahora miras a tu país y vuelves a ver hablar a las bestias. Pero son de otro tipo. Carroñeros, víboras, hienas. Bestias con forma humana?, sin embargo, que se enjuagan con odio. (...). Hay algo freudiano en estas bestias. O un pequeño bache en su cadena de ADN». La consejera de Cultura, Laura Borràs, ha suscrito un manifiesto que pretende erradicar el castellano de Cataluña y, entre otras barbaridades, dijo del periodista Josep Pedrerol que no es catalán, sino «un español nacido en Cataluña». Es una ultra de la segregación.
Hace poco, unos independentistas desinfectaron el lugar donde Ciudadanos había llevado a cabo un acto político. ¿Qué no se diría si lo hubieran hecho militantes de Vox en el sitio donde habían estado unos musulmanes? Cada vez que se quiere denigrar a Inés Arrimadas se le exige que se vaya a Jerez, que es como decir «negro, vuélvete a África». Acertaba Juan Claudio de Ramón: cuando el cómico Toni Albà llamaba puta a Arrimadas no lo hacía por ser mujer, sino por ser española.
Esta xenofobia no es nueva ni aislada, está en la raíz del nacionalismo catalán. Que no caigan en el olvido las palabras del patriarca y defraudador Jordi Pujol: «El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido [...], es generalmente un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad».
Los estatutos de la Asociación de Municipios por la Independencia son públicos desde hace ya muchos años. Pertenecen a la peor literatura reaccionaria y xenófoba. Algunas citas: «Sabemos que la historia de España tiene una merecida fama en todo el mundo proveniente de su intolerancia hacia todo aquello que no es su propia raíz cultural y nacional, en definitiva, de todo aquello que no sea castellano». «Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sobre andrajos desprecia lo que ignora, dice el mismo poeta. Y hoy el espíritu de España, que es el de Castilla, continúa exactamente igual». «Es de todos conocido que este mismo espíritu agresivo, excluyente e inquisitorial, apartó a España de las corrientes científicos, políticos y humanísticos que se desarrollaban en Europa y en América». Alguna vez he compartido estas palabras miserables cambiando Castilla y España por Islam. Hay quien sólo así sabe ver que estamos ante puro supremacismo.
En Estados Unidos, antes incluso de que ganara Donald Trump, ya se estaba hablando del racismo que seguía existiendo en el país. En Europa, ante la pujanza de los partidos nacionalpopulistas, también hemos hecho un esfuerzo por preguntarnos si nuestros valores liberales son tan firmes como creíamos. Pero parece que el nacionalismo catalán tiene bula. No creo que se soslaye la cuestión para poder pactar (acusar a alguien de xenófobo dificulta llegar a acuerdos), sino que, como la izquierda quiere pactar con ellos, directamente son incapaces de ver la realidad. Es una disonancia cognitiva de libro: ven el supremacismo en todas partes menos cuando lo tienen sentado en la mesa de negociación.
Cuando Trump dice, refiriéndose a los inmigrantes ilegales «no son personas, son animales», lo hace amparado en la «incorrección política». Pretende ser el hombre que dice lo que todos piensan, que no se pliega a las reglas injustas de la política convencional. La xenofobia nacionalista no recurre a esta táctica. Simplemente se ha atribuido una superioridad moral de la que carece y ha logrado que casi todo el mundo se la reconozca. Es hora de tirar abajo la endeble fachada. No hace falta demasiado, basta con recoger cada insulto, cada exabrupto, cada acto de discriminación y convertirlo en lo que es: algo inaceptable en democracia. Es imprescindible exigir que se reconozca y se retire. Y un tipo que ha llamado a todo el que habla castellano «bestia con forma humana» no puede ocupar ningún cargo público.
Estoy convencida de que algún día se estudiará el nacionalismo catalán como la ideología supremacista que es. Pero necesitamos que ese día llegue cuanto antes. Fuera de España ha cundido la falsedad de que el «procés» ha sido un movimiento de abajo arriba fruto de un cierto espíritu de libertad. Debemos explicar que se trata de pura xenofobia promovida desde las élites. Pero para que lo entiendan en Nueva York o Londres primero tenemos que discutirlo en España.
Siempre dije que el intento de golpe no era sólo un ataque contra España, sino también contra Europa. No sólo porque vulnerar la Constitución equivalga a vulnerar el marco jurídico de la Unión, sino también porque la agresión se hacía desde valores incompatibles con los europeos. No se trata de que la Unión Europea pueda romperse por la secesión de una región, sino de que dejemos entrar el caballo de Troya de la discriminación metido en una urna de plástico y con un lazo amarillo.
Nada de lo sucedido en Cataluña se entiende sin esta pulsión de superioridad, sin este deseo de una sociedad homogénea en la que unos se sometan a los dictados de otros. Ellos siguen en lo mismo, por eso se niegan quitar los lazos de las fachadas de las instituciones y dicen que vulneran sus libertades. Porque para los supremacistas no puede haber neutralidad de las instituciones y no hay más libertad que la suya. No me interesa si es estrategia o delirio. Sólo me interesa que desde España sepamos colocar este gravísimo problema en el centro de la agenda política.
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