Joaquín Marco
¿Hay vida más allá de la política?
Pese a los extraordinarios avances que se han producido en el ámbito de la astronomía, la astrofísica y al descubrimiento de nuestra ignorancia sobre los límites y tantas incógnitas del Universo, nada ha logrado demostrar todavía la probable existencia de vida en otro alejado planeta. Lo que sabemos hoy es que nuestro cuerpo es y volverá a ser polvo de estrellas –la poesía no queda tan lejos de la ciencia– y que nuestra estrella, el Sol, fuente de vida, tiene también su fin, como todos nosotros, y otro comienzo. La vida política que nos hemos dado (o nos ha venido dada) procede de nuestra sociabilidad. No deseamos estar solos, sino convivir con nuestros semejantes y ello se complica históricamente desde los orígenes de la tribu hasta el nacimiento de las naciones y las complejas redes que ahora nos conducen a la inédita experiencia de la inevitable globalización. La política, aunque no los partidos, podría considerarse que forma parte de nuestra misma naturaleza, pero cabe vivir al margen, en una ignorancia no culpable. En gran medida, los medios de comunicación y ahora, además, las redes sociales constituyen el nexo –o sea, la información sobre la que actuamos– de una compleja vida política (la tangible y la intangible), producto de una libertad condicionada y no siempre explicable. Por ejemplo, no es fácil entender que los votantes estadounidenses eligieran a los actuales candidatos a la presidencia. Aunque permanezcamos ajenos a sus avatares y declaraciones, éstas no dejarán de influirnos en el futuro. Si Donald Trump –quien desea poner a su contrincante en la cárcel– fuera designado como el próximo presidente estadounidense podría producirse un vuelco en las relaciones internacionales. Ha manifestado sus simpatías por Putin y sus seguidores, que los tiene, valoran sus exabruptos y su belicosidad, considerándolas signos de su independencia respecto al mundillo político.
Nuestro país se caracteriza por atravesar un largo periodo de gobierno sólo en funciones. Hay quienes celebran que con escasos mimbres se ha mantenido el crecimiento económico y el hombre de la calle pone en duda si son necesarios tantos nombramientos aplazados, leyes no promulgadas o una actividad senatorial reducida a su mínima expresión. La vida social sigue, pese a la debilidad de los poderes. Existe, pues, una zona donde parece que nuestra vida queda al margen de cualquier política, aunque no deja de ser un espejismo. Alguien podría experimentar, por ejemplo viviendo en Madrid, como si estuviera en EE UU: mantenerse –horarios al margen– informado por las cadenas televisivas estadounidenses, consumir dietas allí habituales, leer sólo libros publicados en editoriales norteamericanas, mantener relaciones personales tan sólo con naturales de aquel país. Parece factible aislarse y hasta escapar a la tiranía de la nación en la que uno vive, pero no a sus leyes o costumbres. Hay otra vida aparente al margen de la política, porque sólo hace falta recorrer las revistas expuestas en nuestros quioscos: las hay que atienden tan sólo a los problemas más o menos sentimentales, las dedicadas al mundo del automóvil, a la actividad económica o a la decoración de los hogares. Hay gustos para todo y éstos pueden llegar a ser muy restrictivos. Hemos ido, poco a poco, ordenando el mundo hasta desordenarlo por completo sin tomar conciencia de ello. Sorprende, por ejemplo, la amplia atención que algunos medios dedican a lo que antes se entendía como «sucesos» y cuyo máximo exponente llegó a ser la revista, hoy revalorizada, «El Caso». La atracción que manifestamos hacia los actos individuales de violencia y que nos resultan más o menos próximos contrasta con la indiferencia que manifestamos ante las desigualdades sociales o los desastres bélicos, éstos, por fortuna, más lejanos.
Pero conviven junto a nosotros multitudes que sólo se muestran interesadas por el fútbol, un submundo capaz de trastocar valores y que, en ocasiones, tampoco queda tan lejos del fanatismo político. El deporte rey no resta ajeno a cuestiones políticas o económicas, complementa formas de vida y viene, incluso, a sustituir fidelidades religiosas. Ciertas actitudes, aprovechadas de forma sectaria, traen consecuencias, como las que se produjeron alrededor del barcelonista Piqué, que alcanzan una desmesurada notoriedad. El veterano jugador de la Selección nacional se habría manifestado partidario de la posibilidad de decidir sobre la independencia de Cataluña. Estar en desacuerdo con su opinión tampoco deja de ser una actitud democrática. Pero no hemos alcanzado, por lo que se ve, la tolerancia en los niveles más pasionales de la existencia. Ni siquiera el deporte queda al margen de una exagerada politización en redes, medios y colectivos. Y no hemos aludido al mundo cultural, cuya sensibilidad se halla más a flor de piel. Un 42% de los españoles no lee ni un solo libro al año y buena parte de las actividades culturales están sujetas al penoso 21% de IVA, que ha dado al traste con tantas empresas y proyectos que tienen que ver con la formación y el mantenimiento de unas imprescindibles minorías cultas, independientes y críticas. No puede haber vida al margen de la política, pero sí de la politiquería. Un joven poeta, hace unos días, reclamaba una poesía más política intentando romper la aparente contradicción entre ambas. Aunque no haya vida posible al margen de la política, ésta debería estar más cerca de la breve existencia. Regresemos a los clásicos griegos: el hombre es un ser político.
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