Antonio Cañizares
¡Inmenso e intenso dolor!
Somos muchos los que sentimos como una daga, de dolor intenso, clavada en lo más profundo de nuestras entrañas, por cuanto ha sido y sucedido este primero de octubre, en España, y dentro de ella, en la querida Cataluña. Lamento cuanto ha acontecido para dolor y vergüenza de todos. Me preocupa muchísimo esto, creo que a la gran mayoría de españoles y catalanes nos preocupa y nos duele porque amamos y queremos a España, porque amamos y queremos a Cataluña; porque deseamos lo mejor para ambas inseparablemente, lo mejor que no puede ser la una sin la otra: las amamos y queremos con verdad e intensidad, en justicia, porque creemos que Cataluña no es sin España, ni España es sin Cataluña, desde que se constituye la unidad de España, la que, hoy, es y que, históricamente, ha asumido formas diversas, porque la unidad y la pluralidad son posibles y compatibles: así lo confirma la realidad de siglos. Día 2 de octubre, incluso el primero de octubre entrado el día, deberíamos empezar a reflexionar, y mucho, con desapasionamiento y razón, y sacar conclusiones, y enderezar caminos.
Ha sido muy grave lo acontecido: un acto de sedición, un fraude, una traición, un golpe contra el estado de derecho, una vulneración de la normalidad constitucional de la Nación y convivencia en libertad de todos los españoles, un acto que rompe, origina heridas y confrontación entre las familias, entre los amigos y vecinos; o una serie de actos reprobables, contrarios a la verdad, Urge superar, en la medida que corresponda a cada uno, el desencanto, la tristeza y el mal causado, que es grande.
No hablo como político ni querría, en modo alguno, pisar el terreno que no me corresponde. Hablo como un ciudadano al que le importa muy mucho lo que sucede. Cuando era niño, oía a mi buen y querido padre, cuyo primer destino como telegrafista fue el puesto de Lés, en el Valle de Arán, hablar con verdadera admiración y fruición de Cataluña y de sus gentes, y así lo sentía yo, al menos; de esto me he sentido y me siento orgulloso, porque me siento orgulloso de todo lo bueno que constituye la riqueza y la grandeza de España, su singular e inapreciable bondad y belleza, y ahí está Cataluña y las otras nacionalidades de la Península ibérica. Pero conforme he ido creciendo y madurando en la vida, hasta el día de hoy, esto ha ido consolidándose en mi manera de ser y de ver las cosas. Hoy, lo confieso sin ningún reparo y sin ningún alarde, esto forma carne de mi carne: llevo muy dentro Cataluña, porque llevo muy dentro España. Pero no escribo esto para hablar de mí que tan poco importa a nadie, sino para mostrar que, cuando otras veces he reconocido la unidad de España como un bien moral, porque lo es y negarlo es ir contra la verdad y contra Cataluña y la diversidad de pueblos, regiones, comunidades, e inhibirse del bien común para exaltar el bien particular en detrimento de los otros, cuando he reconocido públicamente este bien moral digo, estoy peleando a favor de Cataluña y del conjunto unido de pueblos y comunidades autónomas que somos.
Por fidelidad a la verdad, y, por ello, para no traicionar el bien común que incluye el bien de las personas y su verdad, siento no poder justificar un pretendido derecho a decidir que no tiene en cuenta el bien común, precisamente porque desvertebra y debilita e conjunto que entraña el bien común y hace del sujeto que decide –sea individuo o colectividad– la fuente y base de comportamiento. Con sencillez y reconocimiento leal, agradezco a nuestra Conferencia Episcopal su magisterio lúcido, libre, objetivo, imparcial, verdadero, y desapasionado, que a lo largo de los años ha expresado con fidelidad el pensamiento social cristiano del magisterio de la Iglesia, que tiene que ver tanto con el tema que ahora nos preocupa a todos, y cito dos textos suyos: el primero de 28 de febrero de 1981, tras la intentona golpista del 23F, a la que preferimos olvidar, y el otro en la Instrucción Pastoral sobre el terrorismo de 22 de noviembre del año 2002, que ofrece tan hondas y acertadas reflexiones; uno y otro texto escritos en ocasiones difíciles para nuestra convivencia democrática y pacífica: «Es de todo punto necesario recuperar la conciencia ciudadana y la confianza en las instituciones, todo ello en el respeto de los cauces y principios que el pueblo ha sancionado en la Constitución». «España es fruto de uno de esos complejos procesos históricos. Poner en peligro la convivencia de los españoles, negando unilateralmente la soberanía de España, sin valorar las consecuencias que esta acción podría acarrear, no sería prudente ni moralmente aceptable. La Constitución es hoy el marco jurídico ineludible de referencia para la convivencia. La Constitución española de 1978 no es perfecta, como toda obra humana, pero la vemos como el fruto maduro de una voluntad sincera de entendimiento y como instrumento y primicia de un futuro de convivencia armónica entre todos. Se trata, por tanto de una norma modificable, pero todo proceso de cambio debe hacerse según lo previsto en el ordenamiento jurídico. Pretender unilateralmente alterar este ordenamiento jurídico en función de una determinada voluntad de poder, local o de cualquier otro tipo, es inadmisible. Es necesario respetar y usar el bien común de una sociedad pluricentenaria». Necesitamos recuperar aquel espíritu de los años 70, los de la transición, en los que lo que importaba era España, la reconciliación, la armonía entre todos tras tiempos traumáticos a los que nunca debemos volver.
Lo suscrito y escrito por los obispos, en ambas ocasiones, es plenamente válido hoy. Es necesario pedir perdón, perdonar, y todos juntos restañar las heridas ocasionadas, desandar los pasos mal dados y enfocar un nuevo futuro. Estos criterios de los obispos son y siguen siendo válidos al día siguiente del pasado primero de octubre, que ya es pasado, pero no olvidado, y es necesario recomponer, rectificar, y reconstruir, mirar al futuro y caminar hacia él todos juntos, unidos, con eficacia y esperanza .
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