Medio Ambiente

La mar

Un vídeo de la Marina norteamericana de hace unos años resumía magistralmente nuestra dependencia marítima: el 70 % de la superficie terrestre está cubierta por agua; el 80 % de la población mundial vive cerca del mar; y el 90 % del comercio mundial es marítimo. No lo deberíamos olvidar nunca

La Razón
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Los mares y océanos –la mar para los marinos– han sido y serán para la humanidad siempre dos cosas: un espacio de conexión de personas, mercancías e información y una fuente de recursos orgánicos y minerales. La mar es esencialmente el último gran espacio libre que existe sobre la superficie de la Tierra aunque sobre ella se ciernan algunas graves amenazas.

Cuando España logró su unidad –hace ya más de 500 años– las energías sobrantes de tal hazaña se vertieron a la mar. Castilla por el Atlántico y Aragón por el Mediterráneo fueron vanguardias de ese empuje que amplió los horizontes de Europa a la vez que defendía la fe cristiana en que se basa nuestra civilización. Nuestro Imperio llegó –y se perdió cientos de años después– por la mar. No debió ser tan malo cuando más de dos siglos después de apagarse sus luces para siempre, todavía rezan en español más de quinientos millones de personas. Cuando la tierra se estremece o la mar desata su furia –en trances de vida o muerte– la mayoría de aquellos a los que enseñamos español siguen invocando en nuestro idioma a Jesús o a su Santa Madre.

La globalización actual no sería posible sin la eficacia y economía que ha logrado el transporte marítimo a raíz del sencillo, pero genial, invento del contenedor. Una caja metálica que mide lo mismo en todo el mundo –40 o 20 pies– ha revolucionado el transporte al estandarizar su manejo y estiba. Todo lo que quepa en un contenedor se mueve con rapidez y economía entre localidades separadas ¿o deberíamos decir unidas? por la mar. El transporte marítimo siempre ha sido más rentable que arrastrar mercancías por tierra, desde la época de las carretas a la del camión y el ferrocarril. Pero la diferencia en rentabilidad es ahora astronómica y ha permitido conectar centros de producción con los de consumo por lejanos que estén. Un buque puede transportar hasta 10.000 contenedores grandes; un camión solo uno. Hasta los vehículos de ruedas, en grandes cantidades, se mueven mucho mejor con buques especiales –los ro-ro– que paradójicamente por carretera. Incluso muchos viajeros –los que no tienen prisa– están descubriendo los cruceros como medio de alcanzar lugares exóticos. Los combustibles fósiles que necesitamos –crudo y gas– nos llegan también por mar. Oleoductos, gaseoductos, petroleros y buques que transportan el gas licuado a muy bajas temperaturas (-162º C) mueven inmensas cantidades de combustible por el fondo del mar o su superficie. Por ahí nos llega el grueso de la energía que necesitamos. Otro recurso tan importante o más que los combustibles es el intercambio de datos informáticos que hace posible la globalización; también se mueve a vertiginosas velocidades – 90% de todo el internet– por los fondos marinos a través de miles de cables submarinos de fibra óptica.

La tecnología ha impactado positivamente en el rendimiento de la pesca comercial. Especialmente la capacidad de congelar las capturas en el momento y hasta la llegada a puerto. Millones de personas han mejorado su dieta con el pescado extraído de los mares aunque haya que vigilar siempre los caladeros para evitar una sobreexplotación que amenaza a medio plazo tan precioso recurso. Sin embargo, el de pescador es un duro oficio y creo que en el futuro la acuacultura podrá sustituir parcialmente a la pesca de la misma manera que la ganadería reemplazó en nuestra dieta a la caza hace ya muchos siglos. Según estiman Naciones Unidas, en el 2030, dos de cada tres pescados consumidos procederán de granjas marinas construidas en los litorales.

Los fondos marinos contienen los mismos depósitos minerales, el mismo petróleo y las mismas bolsas de gas que la corteza seca de la Tierra. Pero eso sí, mucho menos explotados. Otra vez la tecnología ofrece respuestas sobre la manera de extraer estos recursos rentablemente sobre todo cuando los precios de la explotación convencional terrestre alcanzan un umbral determinado, lo que viene ocurriendo sistemáticamente.

Con los anteriores torpes brochazos confió haber convencido al lector no especializado del papel esencial que desempeñan los mares en nuestra existencia y calidad de vida. Mares que deberían ser libres –más allá de una franja litoral– y protegidos por un Derecho Marítimo Internacional (DMI) aceptado –teóricamente– por la comunidad de naciones. Sin embargo, esta libertad está actualmente amenazada, no solo por el riesgo tradicional de la piratería, que determinados estados fallidos han sacado de los libros de aventuras para devolverlos en forma de amarga realidad para los marinos que atraviesan el Índico, el Golfo de Guinea, el Estrecho de Malaca u otros espacios marítimos. Pero además de la piratería, ha surgido otro riesgo: el tratar de extender la soberanía de la nación costera más allá de los límites aceptados por el DMI. De especial preocupación es la conducta china en el Mar Meridional y otros mares contiguos donde, sobre atolones o rocas, está construyendo islas artificiales para a continuación reclamar inmensas zonas marítimas tratando así de convertir mares abiertos en lagos particulares. Los tribunales marítimos están condenando estas prácticas, pero la reacción internacional hasta el momento ha sido muy tímida. Si China se sale con la suya en esto de parcelar el mar, pronto veremos cómo le siguen numerosos discípulos con pocos escrúpulos.

Los riesgos de polución y vertido de residuos –especialmente los plásticos– también amenazan la salud de los mares y requieren una acción internacional más enérgica y coordinada. Además el cambio climático va a traer un aumento del nivel marino y con ello un grave peligro para las zonas costeras bajas.

Un vídeo de la Marina norteamericana de hace unos años resumía magistralmente nuestra dependencia marítima: el 70 % de la superficie terrestre está cubierta por agua; el 80 % de la población mundial vive cerca del mar; y el 90 % del comercio mundial es marítimo. No lo deberíamos olvidar nunca.

Por ultimo, desear el mejor 2018 a todos los navegantes de buena voluntad.