Burdeos

Madame Lagrenaudie se ha quedado sin casa

Hoy la República Francesa celebra su fiesta nacional. No andan bien las cosas para nuestros vecinos, con una nueva rebaja de su nota de crédito, paro en aumento y las reformas importantes por hacer. La crisis se ceba en las clases medias y en los viejos sectores obreros. Los periódicos traen constantes noticias de hartazgo que tienen a los inmigrantes y a los extranjeros en el punto de mira. Un día son las «gentes de viaje», es decir los gitanos de toda la vida, que al llegar estas fechas se desplazan hacia la costa, con sus mercadillos ambulantes, y provocan la desazón de los pequeños burgueses de provincias. Hay una ley que obliga a los ayuntamientos a disponer de áreas de acampada para estos nómadas, pero apenas se cumple. Los gitanos franceses gastan unas autocaravanas de lujo, grandes, difíciles de estacionar. Así que suelen ocupar los campos de deportes, con su bien cuidado césped que, como explican con toda naturalidad, son mucho más agradables y cómodos para los pies descalzos de sus hijos que la tierra o el asfalto. Algunos alcaldes, en rebeldía, han presentado su dimisión, incapaces de hacer frente a los gastos que impone la ley de acogida y a la xenofobia escarmentada de sus vecinos. Y si los «viajeros» son rumanos, ya ni les cuento. Otras veces, el francés medio se desayuna con las noticias de una delincuencia creciente, asociada al tráfico de drogas, que, como en Marsella, ha cambiado las viejas «recortadas» de dos cañones por fusiles de asalto AK-47. Detrás, casi siempre, hay nombres de fonética magrebí. Luego, no es de extrañar que el diario progresista «Le Monde» se ponga de los nervios cuando las encuestas preelectorales acusan un incremento del voto para la extrema derecha de Marine Le Pen, por encima de los socialistas. El Frente Nacional ha descubierto un gran caladero de apoyos en los antiguos barrios obreros que votaban al Partido Comunista y lo explota a conciencia, aunque llegada la hora de la verdad, las urnas siempre se queda a un pelo de tocar el poder. Pero el último sucedido es de traca. La historia tiene como protagonistas a un grupo de inmigrantes búlgaros y a una anciana francesa de 84 años llamada Odette Lagrenaudie, vecina de Burdeos. La mujer acababa de sufrir una intervención quirúrgica y decidió pasar la convalecencia con su hijo, que vive en Cherburgo. Recuperada, vuelve a su domicilio, en el que ha vivido 55 años, y se encuentra con que se lo ha ocupado un familia de búlgaros, que han cambiado la cerradura. Pero no son los inmigrantes los responsables últimos de la acción, sino una asociación denominada «Derecho a la Vivienda», que les «adjudicó» el piso. Odette, con una pensión de 900 euros, vive ahora en un hotel, mientras la pesada maquinaria judicial se pone en marcha.

Los búlgaros, que ya tienen experiencia –es su quinta «residencia»– resisten, y los del derecho a la vivienda se justifican en que la anciana les autorizó a utilizar su casa hasta septiembre. El alcalde se dice atrapado por las circunstancias, y el abogado de Odette calcula que su cliente tendrá que pagar 1.000 euros por los gastos judiciales, más las facturas de agua, luz y gas que dejen sus indeseados «inquilinos». Y Le Pen se explica: «Nosotros llevamos a la discusión pública las cuestiones que nadie quiere discutir».