Tribuna
Una vida austera al servicio de todos
No se sabe cómo juzgará la historia al papa recién fallecido. Todo parece apuntar a que Francisco será un pontífice sui generis, un hombre de Iglesia que ha marcado un hito histórico de gran magnitud, pero también con reformas, que finalmente no han culminado por su fallecimiento
El papa Francisco acaba de fallecer a los 88 años de edad y a los doce años de su elección. En el cónclave del 2013 fue elegido el primer pontífice americano de la historia de la Iglesia y también el primer papa jesuita. El cardenal Bergoglio escogió el nombre de Francisco en recuerdo de san Francisco de Asís, gran reformador de la Iglesia en la Edad Media. El papa intentó llevar a cabo una reforma parecida en nuestra época.
Algunos historiadores han comparado la fisonomía, el modo de ser e incluso la manera de expresarse de Francisco con Juan XXIII, el papa que convocó el Concilio Vaticano II y gobernó la Iglesia durante un lustro, desde 1958 hasta 1962. A simple vista, los dos se parecían físicamente y también compartían una tendencia a cambiar las cosas en vez de mantenerlas como había sido tradicional. No obstante, el papa Francisco también se le podría comparar con otros papas recientes. Por ejemplo, con Pablo VI, siempre dispuesto a dialogar con el mundo moderno, incluso con pensadores y corrientes alejadas de la fe; y con Juan Pablo II, siempre abierto a los enfermos, los marginados y los niños; incluso con Benedicto XVI, a quien le unía la cercanía de haberlo tenido como vecino, dentro del Vaticano.
Indudablemente, el papa Francisco rompió todos los moldes y esquemas de los vaticanistas, historiadores, periodistas, etcétera. Ha llamado la atención su pobreza de aire franciscano, que le llevó a usar los mismos zapatos de siempre, a no encargar demasiadas cosas de su vestimenta en la sastrería Gammarelli (la tienda donde se han vestido artesanal y elegantemente los papas de Roma), renunciar al apartamento pontificio del Palacio Apostólico, prefiriendo vivir en un modesto aposento de la residencia de Santa Marta, formado por un pequeño salón, un despacho y una habitación con baño. Todo esto era algo más que un cambio de estilo, ya que el papa pretendía predicar con el ejemplo de una vida austera en sintonía con la reforma que ansiaba para sí mismo, para la Iglesia y para el mundo. El afán de renovación y el amor a la virtud de la pobreza recordaban, de nuevo, a Francisco de Asís, el gran santo italiano amigo de la naturaleza.
La primera exhortación apostólica La alegría del Evangelio (en latín, Evangelii gaudium) era una exhortación a los católicos para ir a las periferias, es decir, para construir puentes de diálogo, de compartir y de ayudar, especialmente con los más desfavorecidos de la sociedad. Esta idea y otras ideas del papa Francisco han sido acogidas e incluso aplaudidas por la opinión pública mundial. Sin duda, el pontífice ha sido escuchado por personas que difícilmente habían sintonizado anteriormente con la Iglesia. Por ejemplo, Pablo Iglesias dijo que no le importaría tomarse un café con el papa para charlar amistosamente o el historiador marxista francés Jacques Le Goff celebró el parecido de las palabras del papa con Francisco de Asís, para muchos el primer ecologista de la historia.
En algún momento de su pontificado reveló que si la salud o la enfermedad perjudicaran su cabeza podría renunciar y dejar la función de gobierno a otro papa en vida. Esta opción, que en las últimas semanas parecía posible, no se ha podido ver hecha realidad.
En los últimos años, Francisco ha denunciado las guerras de Gaza y de Ucrania, y ha llamado la atención de una posible Tercera Guerra Mundial en el caso de que los conflictos se extendieran por más territorios a lo largo del tiempo.
En algunas entrevistas le preguntaron por la posible convocatoria de un Concilio Vaticano III y el papa contestó que no lo veía necesario. Algún historiador se atrevió a escribir que si en el siglo XIX había tenido lugar el Concilio Vaticano I y en el siglo XX el Concilio Vaticano II, por consiguiente, podría ser convocado en tiempos de Francisco el Concilio Vaticano III en el siglo XXI. Así pues, quizá el próximo papa o el siguiente se atreverán a volver a llamar a los cardenales y obispos a debatir sobre la Iglesia en el mundo actual en el Concilio Vaticano III. Tiempo al tiempo.
No se sabe cómo juzgará la historia al papa recién fallecido. Todo parece apuntar a que Francisco será un pontífice sui generis, un hombre de Iglesia que ha marcado un hito histórico de gran magnitud, como primer papa latinoamericano y también primer papa jesuita, manteniendo algunas líneas trazadas por los pontífices recientes desde Juan XXIII, pasando por Pablo VI y Juan Pablo II, hasta Benedicto XVI, pero también con reformas, que finalmente no han culminado por su fallecimiento.
Onésimo Díaz. Investigador de la Universidad de Navarra y autor del libro «Historia de los papas en el siglo XX»