País Vasco
¿Quién es Mari de Anboto y por qué es tan importante para las abuelas vascas?
La figura de Mari, también llamada la Dama de Anboto, es mucho más que una leyenda: es un símbolo que ha marcado la espiritualidad y la identidad cultural del País Vasco durante siglos
En el País Vasco, la mitología ocupa un lugar privilegiado en la identidad cultural. A diferencia de otras regiones europeas, que dejaron atrás sus creencias precristianas hace siglos, los vascos han sabido conservar relatos y figuras que siguen presentes en la vida cotidiana. Entre todos ellos, destaca Mari de Anboto, conocida como la Dama de Anboto o simplemente Mari.
Mari es una divinidad femenina asociada a la tierra, a la fertilidad y al equilibrio natural. Su morada principal, según la tradición, se encuentra en la cueva de Anboto (Vizcaya), aunque las leyendas la sitúan también en otros montes y cuevas del territorio. Se dice que aparece como una mujer hermosa, de larga cabellera, vestida con ropas brillantes, aunque también puede adoptar formas naturales como la de un animal o un fenómeno atmosférico.
Más que una “diosa” en sentido clásico, Mari representa la personificación de la naturaleza vasca: sus montañas, sus tormentas, sus ríos. De ahí que su influencia sea tan duradera. La tradición cuenta que Mari aparece con forma de una mujer hermosa, vestida con ropas brillantes o envuelta en fuego, y que domina los elementos de la naturaleza: trae tormentas, otorga fertilidad a la tierra y puede recompensar o castigar a quienes la visitan. Su figura encarna la relación entre el ser humano y el mundo natural, una relación que en la cultura vasca siempre ha sido de respeto y veneración.
¿Quién es Mari, la Dama de Anboto en la mitología vasca?
No era solo una diosa de la naturaleza: Mari ejercía también como jueza moral. Según los relatos recogidos por etnógrafos como José Miguel de Barandiaran, castigaba con severidad la mentira, el robo y la falta de palabra. A quienes vivían con rectitud, en cambio, les ofrecía prosperidad.
En muchas historias aparece como protectora de los hogares y de las cosechas. Se la invocaba en tiempos de sequía o tormenta, y en ocasiones se pedía su intervención en la salud del ganado. Esa doble faceta, terrible y benévola, la hacía temida y respetada a partes iguales.
El papel de las abuelas en la transmisión de la leyenda
Una de las razones por las que Mari sigue viva en el imaginario vasco es porque las abuelas la han mantenido presente generación tras generación. En los caseríos, las historias de la Dama de Anboto se contaban en las largas veladas de invierno, junto al fuego, mientras se transmitían también refranes, canciones y consejos prácticos para la vida.
Las abuelas hablaban de Mari no solo como un personaje lejano, sino como una fuerza cercana y cotidiana, casi familiar. La usaban para explicar a los nietos la importancia de decir siempre la verdad, de no abusar de la naturaleza y de mantener la palabra dada. En ese sentido, Mari era una herramienta pedagógica tanto como una creencia espiritual.
Con la llegada del cristianismo, muchos mitos paganos fueron relegados o transformados. Mari no fue la excepción: en algunos relatos aparece demonizada, convertida en una bruja o en un ser maligno que tienta a los hombres. Sin embargo, a diferencia de otras tradiciones, en algunas partes del País Vasco su figura nunca desapareció del todo.
Hoy en día, Mari se ha convertido también en un símbolo feminista. Frente a una historia escrita casi siempre desde la perspectiva de los hombres, la figura de una diosa madre, independiente y poderosa, resulta profundamente inspiradora.
El monte Anbot, la montaña como templo
El Anboto, con sus 1.331 metros de altura, es uno de los picos más emblemáticos del Parque Natural de Urkiola y forma parte de la sierra que divide Vizcaya y Álava. Su silueta imponente y afilada se reconoce desde kilómetros de distancia, y desde tiempos antiguos ha sido considerado un monte sagrado.
En su ladera oriental se encuentra la cueva de Mari, un lugar que la tradición señala como la residencia habitual de la diosa. Los relatos populares cuentan que, cuando Mari se encuentra en Anboto, el tiempo se torna húmedo y lluvioso, mientras que cuando se traslada a otra de sus moradas, como la cueva de Itxina o la de Oiz, el clima mejora. Esta creencia reforzó la idea de que Mari es la gran señora del tiempo y de los elementos naturales.
El monte no es solo un lugar de mitos, sino también de peregrinación excursionista. Subir al Anboto es un reto clásico para montañeros vascos, tanto por su exigente desnivel como por las espectaculares vistas que ofrece desde la cima, donde se pueden contemplar la llanada alavesa, los montes de Vizcaya y, en días despejados, hasta la costa cantábrica.
La ruta hacia la cima pasa cerca de la cueva de Mari, a la que muchos montañeros se acercan con respeto, conscientes de que están entrando en un espacio cargado de historias transmitidas por sus mayores. Algunas personas aún recuerdan que no se debía molestar ni lanzar piedras en esa zona, porque podía interpretarse como una falta de respeto hacia la Dama de Anboto.
Hoy en día, el Anboto sigue siendo un punto de unión entre la espiritualidad ancestral vasca y la vida moderna. Senderistas, amantes de la naturaleza y curiosos de la mitología confluyen en sus laderas, haciendo de este monte algo más que una cima: un símbolo vivo de la relación entre paisaje, mitología y cultura.