Eduardo Zaplana
Un líder de un tiempo
Me piden unas líneas sobre la gestión y la etapa del Gobierno de José María Aznar y creo que es necesario hacer antes dos precisiones. Cualquier valoración sobre José María Aznar que yo pueda hacer será subjetiva por el aprecio que siento por quien durante ocho años desempeñó la Presidencia del Gobierno, cumpliendo con su compromiso personal de no prolongar ni un día más ese plazo. La segunda es que, a pesar de lo anterior, pueden estar seguros de que todas y cuantas afirmaciones haga para nada estarán contaminadas por dicho afecto, porque creo firmemente que el presidente Aznar ha sido un excelente presidente que supo darle a España un impulso sin precedentes.
Cada época implica ciertos desafíos y cada desafío necesita de un líder que tenga el coraje y la visión para superarlos. La historia política de España tras la Transición no fue diferente: Adolfo Suárez supo construir pacíficamente un sistema democrático en nuestro país; Felipe González lo consolidó; y José María Aznar comprendió que su reto era modernizar España e insertarnos en un nuevo siglo de progreso. Éste fue, en efecto, el gran legado que el primer presidente en democracia del centro derecha español nos dejó en herencia.
No cabe duda de que el país que Aznar dejó en 2004, el año de su retiro voluntario, era profundamente distinto a aquel al que se encontró en 1996 cuando ganó las elecciones el PP. Ocho años, en términos históricos, es un período corto de tiempo, que, sin embargo, Aznar supo exprimir al máximo para poner en marcha una agenda de reformas que conseguirían transformar el país, reactivar su anquilosada economía, fortalecer sus instituciones y situarlo en primera plana de la agenda política internacional. La fidelidad a sus principios y una visión de España y para España consiguieron que los gobiernos de Aznar vencieran no pocas resistencias y traspasara, a su salida, un país moderno, próspero, fuerte, influyente y lleno de oportunidades.
Los logros que Aznar pudo alcanzar en su etapa de Gobierno tienen su origen años antes, desde que consiguió aglutinar y agrupar a las fuerzas del centro derecha español para construir una alternativa unida y consistente frente al socialismo, algo que jamás había sido posible hasta entonces. Aznar cree firmemente en tres ejes indispensables para construir un programa político, y es lo que él articuló bajo las siglas del PP: un programa común, firme, eficaz y basado en ideas y principios sólidos; un equipo de trabajo competente y comprometido con la tarea a llevar a cabo; y un líder que, en última instancia, asuma las responsabilidades y encare los retos. Bajo esta premisa, logró finalmente derrotar al ideario socialista y poner en práctica, desde el poder, el ideario que estaba destinado a proyectar España hacia el futuro.
Los gobiernos de Aznar consiguieron potenciar la credibilidad de las instituciones democráticas y del Estado de Derecho. Esto permitió construir, desde la ley, una unión robusta frente al mayor enemigo de la libertad, la democracia y la convivencia al que se ha enfrentado España: el terrorismo.
Supo encontrar una fórmula que encajase el modelo de Estado autonómico de la Constitución con la necesaria estabilidad institucional. Culminó el proceso de transferencia y consiguió que se aprobara por unanimidad un sistema de financiación que satisfacía a todas las comunidades autónomas y permitía un sistema autonómico estable y por tanto una España viable institucionalmente. Los resultados de reabrir más tarde esa caja de Pandora todavía los estamos padeciendo.
Quizás en el plano económico es donde se aprecia con mayor claridad el profundo cambio a mejor que supuso el paso del PP por el Gobierno. Aznar es sinónimo de éxito económico, y lo es por su creencia en la libertad y en la iniciativa de los individuos. Su programa de reformas económicas no hacía más que plasmar sus firmes ideas en defensa de la libre competencia y de un Estado limitado. Él comprendió algo que tras 1989 parecía evidente: la creatividad de las personas y su espíritu emprendedor se potencian cuando el Estado no se inmiscuye en lo que no le corresponde sino que se limita a fijar unas normas de juego claras y deja libertad para que cada uno emprenda su propio camino. El resultado de esta visión fue que de 1996 a 2004 el paro pasase del 23% al 11%; se creasen más de cinco millones de puestos de trabajo, generando oportunidades para muchos jóvenes y mujeres; la Seguridad Social, que estaba en bancarrota, acabase con un superávit que garantizaba el futuro de nuestros mayores, permitiendo la subida de las pensiones; y el abultado déficit público del 7% se eliminase. La política social de Aznar (al margen de tópicos interesados) es añorada por los colectivos que más padecen las desigualdades en nuestro país.
Su confianza en España también llevó a Aznar a hacer del país un actor respetado de las relaciones internacionales. Por primera vez en décadas el papel de España no se limitaba a «hablar los quintos» y seguir la corriente, con retraso, de las grandes naciones. Bajo su liderazgo, pasamos a tener voz propia en Europa y en el mundo. Nos convertimos, por méritos propios, en Estado fundador de la moneda común y en un miembro de referencia de la Unión, como refleja la destacada influencia que el Tratado de Niza, que Aznar negoció, otorgaba a España. Las empresas españolas también supieron aprovechar esta nueva etapa de respeto e influencia que se abría y comenzaron a internacionalizarse, hasta el punto de que España es, desde entonces, el segundo inversor mundial en el conjunto de Latinoamérica, subrayando así el vínculo que une a ambas orillas de todo el Atlántico y que Aznar se esforzó por fortalecer, tejiendo también una relación especial con la primera potencia mundial, EE UU.
Es evidente que todo esto no será compartido por todos, pero los datos objetivos avalan muchas de las afirmaciones anteriores. Quizás quepan más reflexiones, pero sin duda la conclusión es sencilla: España estaba mucho mejor en 2004 que en 1996. Aznar hizo que los españoles aspirásemos a ser mejores y a alcanzar metas más altas. La tristeza es que, tras esa etapa de éxito, podemos decir que en 1996 estábamos mejor que ahora. Los españoles han querido que sea otro gobierno de centro derecha el que tenga la responsabilidad de enderezar el rumbo, y como ya hizo José María Aznar, Mariano Rajoy también lo conseguirá.
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