La lucha por la vida en medio de la nueva cultura de la muerte

Antonio es un compañero de colegio que tuvo un gravísimo problema de salud. Presentaba fallo multiorgánico con complicaciones extremas como peritonitis, encefalopatía hepática, obstrucción intestinal y sepsis, entre otras muchas. Tan malo era su estado, que los médicos del 12 de Octubre le dijeron a su mujer que en 24 horas le iban a desconectar de las máquinas que le mantenían artificialmente con vida. Si hubiera habido entonces una ley de eutanasia en España, es probable que la familia hubiese accedido. El ensañamiento terapéutico empezaba a ser evidente y la recuperación parecía un imposible. Sin embargo, poco antes de cumplirse el plazo, el ritmo vital de Antonio empezó a mejorar. Su mejoría fue minúscula, pero suficiente para hacer pensar a los fabulosos médicos que le atendían que había alguna posibilidad. Y vaya que la hubo.

Antonio pasea hoy por la calle, juega con su hijo y trabaja. Es un milagro andante que no se explica nadie, pero no es un caso aislado. Aunque cientos de Antonios fallecen a diario otros muchos se aferran a la vida y han logrado salir del infierno de la enfermedad por razones a veces incomprensibles para la medicina. Dentro de lo que cabe, tuvo suerte. Si le hubiera ocurrido hoy el percance, estaría bajo tierra. La Ley de la Eutanasia que han aprobado el PSOE y sus socios en medio de una pandemia que se ha cobrado ya la vida de casi 50.000 personas, según las cifras oficiales, que no son las reales, pues hay miles de muertos más, es un palo durísimo para muchos enfermos que quieren vivir, para sus familias y para los médicos, a los que el juramento hipocrático les impide ser cómplices de los deseos de este Gobierno.