Opinión
Búsqueda de la inmortalidad (6)
Desde 1900, la esperanza media de vida de un recién nacido se ha más que duplicado: de 32 a 71 años
La investigación sobre la longevidad avanza lentamente. En cierto modo, algunas de las mayores mejoras de la esperanza de vida humana ya se han producido. Las iniciativas en materia de salud pública (saneamiento del agua, vacunación, sistemas de alcantarillado) han añadido décadas a la vida de una persona en los últimos siglos. Desde 1900, la esperanza media de vida de un recién nacido se ha más que duplicado: de 32 a 71 años.
Pero el hecho mismo de que el ser humano viva ya mucho más que un animal de laboratorio es parte de la razón de que la investigación sobre la longevidad sea tan lenta y difícil. A efectos experimentales, los ratones de laboratorio viven menos de tres años. Los investigadores han probado la rapamicina en ratones jóvenes y viejos a distintas dosis y luego han esperado a que murieran. La FDA no clasifica el envejecimiento como enfermedad, lo que significa que los ensayos clínicos no pueden limitarse a comprobar cuánto tiempo mantiene viva a una persona una intervención. En su lugar, los investigadores deben estudiar indicadores relacionados con la edad, como la función cardiovascular y el deterioro cognitivo.
Los investigadores de la longevidad buscan otras formas de medir el envejecimiento que no requieran la muerte del paciente. Han identificado varios biomarcadores que podrían servir de criterios de valoración sustitutivos, pero ninguno ha alcanzado un consenso científico. Entre ellos figuran los «relojes del envejecimiento», modelos predictivos que pretenden medir la edad biológica o la edad de órganos biológicos específicos. Uno de los más utilizados es la metilación del ADN para determinar la edad biológica.
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