Religion

¿El fin de la otra clausura?

España cerró 32 conventos solo en 2019. La demografía y la falta de relevo vocacional están detrás de las dificultades para la supervivencia de la vida contemplativa

Religiosas franciscanas de la localidad toledana de Fuensalida
Religiosas franciscanas de la localidad toledana de FuensalidaJesús G. FeriaLa Razón

Las carmelitas descalzas dejan San Sebastián. Echan el cierre a más de tres siglos de vida contemplativa a las faldas del Urgull. Las diez monjas de clausura, de entre 68 y más de 90 años, se dividirán entre dos comunidades en Zaldibar y Santesteban. Desde 1987 no recibían vocación alguna. No son un caso aislado. En el último año se ha cerrado prácticamente un convento de clausura a la semana en España. Según los datos facilitados por la Conferencia Episcopal Española, mientras en 2018 había 783 monasterios, en 2019 solo permanecían abiertos 751 -716 femeninos y 35 masculinos-, esto es, 32 menos. En total, en nuestro país se contabilizan 8.723 monjas y 458 monjes, a los que habría que sumar los 38.688 religiosos de vida activa en colegios, hospitales, centros sociales…

Todos estos datos se han dado a conocer con motivo de la Jornada Pro orantibus, convocada por la Iglesia para este domingo 7 de junio en el que los obispos invitan a rezar por los consagrados contemplativos. Una población que mengua, por pura demografía. España ha sido y es la potencia monacal mundial -aproximadamente la mitad de las monjas de clausura del planeta se concentran en la península-, una superpoblación que se dio durante la posguerra y que ahora, como sucede en otros ámbitos de la sociedad, se ve castigada tanto por la falta de nacimientos como por la secularización.

Pero, ¿es el principio del fin de la clausura? «La situación no es tan grave como pareciera a partir de las cifras. Es cierto que la vida religiosa va menguando, pero eso también es una llamada para cambiar, a admitir una presencia más menuda pero más significativa teniendo en cuenta la sociedad en la que estamos», reflexiona Mariuca Mesones, abadesa del convento franciscano de San Juan de la Penitenciaría en Alcalá de Henares (Madrid). «Ya no hay familias de diez hermanos como antes de los que podrían salir cinco curas y monjas. De la misma manera, ha cambiado la mentalidad religiosa». Ella lo sabe bien. «De repente vas por la calle y ves a un niño que le pregunta a su madre ‘¿qué es eso?’ refiriéndose a ti o entrar a un ministerio a arreglar unos papeles y no saben cómo dirigirse a ti. En este contexto, es difícil que surjan vocaciones», admite esta religiosa.

«Esperemos tener relevo, porque al que más le interesa es al Señor. Los hilos se mueven desde el cielo, pero es cierto que Dios ha desaparecido de la sociedad, no se le reconoce y eso lo estamos palpando todos», deja caer sor María Concepción de Jesús, abadesa de las clarisas de Soria. En su convento conviven 52 monjas -«la mitad, de 80 para arriba»- y cada año suelen ingresar una o dos jóvenes. Es más, en los últimos años han fundado en Mozambique y Zimbabue. Precisamente, esto les ha hecho ser comunidad de acogida para los conventos que se cierran. De hecho, en breve recibirán un grupo de Molina de Aragón: «Es un momento muy difícil y delicado, porque en el fondo, todos somos humanos y tenemos apego a nuestros espacios y costumbres. Por eso hacemos un especial esfuerzo para acoger y acompañar, hacerles que se sientan una más». En cualquier caso, la abadesa confirma que «al final el tiempo de adaptación es pequeño, porque nuestra vida es muy parecida. Cuando uno vive en el Señor desde la entrega y la fraternidad, es fácil descubrir que todas somos hermanas. Se trata de tener un alma abierta a la orden y no encerrarte en la pequeñez de tu monasterio. Por eso es muy importante estar federadas».Roma no es ajena a esta problemática. Prueba de ello es la reforma promovida hace dos años por el Papa Francisco a través del conjunto normativo sobre vida contemplativa femenina que integran la constitución Vultum Dei quaerere y la instrucción Cor Orans. Esta legislación promueve precisamente las federaciones que permitan un mejor apoyo y coordinación entre conventos, de la misma manera que objetiva los criterios sobre el final de la actividad de una comunidad monástica, qué hacer con el patrimonio… «Si no se dan las garantías para una vida monástica normal, se procede a un estudio en el que intervienen la priora de la federación, el asistente de la federación y el obispo diocesano. Estudian el caso y si coinciden, envían el informe a la Congregación vaticana para la Vida Religiosa, que se pronuncia sobre la supresión», detalla el claretiano Luis Ángel de las Heras, obispo de Mondoñedo Ferrol y presidente de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada. Aunque admite que «no es un proceso rápido», suele hacerse sin escollos significativos: «La casuística es muy amplia, salvo que las propias monjas no asuman que tienen que cerrar. Está creciendo la conciencia de ayuda entre los monasterios».

En cualquier caso, a De las Heras tampoco le agobia la caída de las vocaciones: «Las razones de la vida consagrada no son numéricas. La fuerza de esta vida no está en los números, sino en su esencia. El Papa siempre llama la atención de que no podemos ceder a la tentación de la eficacia».

Llegar a fin de mes

A la edad avanzada de las religiosas se suma otro hándicap: llegar a fin de mes. Los donativos han disminuido y los ingresos por trabajo también se han reducido, bien porque el consumo de dulces ha caído e, incluso, porque el mercado chino ha copado la producción de formas para consagrar. Tanto es así que hay comunidades que han tenido que reinventarse, elaborando repostería de alta cocina, y otras han llegado a solicitar ayuda a los bancos de alimentos.

«Justamente los monasterios que cierran no son los que más necesidad tienen», aclara Ángel Moreno, vicario episcopal para los consagrados en Guadalajara y uno de los mayores expertos en vida contemplativa en nuestro país: «La gran precariedad la tendrían los monasterios más jóvenes. Allí donde hay necesidad, es porque tiene más vitalidad». Entre otras casas, por el pago de las cuotas a la seguridad social. «Los monasterios de monjas mayores, con su economía doméstica y sus jubilaciones, subsisten bastante bien», sentencia.