Salario modesto

Los cardenales españoles, mileuristas

Los purpurados de nuestro país cobran unos 1.250 euros al mes, como cualquier otro obispo, sin pagas extra por los encargos papales

El cardenal Omella, en el mercado barcelonés de Santa Caterina, antes de la pandemia
El cardenal Omella, en el mercado barcelonés de Santa Caterina, antes de la pandemiaPere VirgiliLa Razón

Parece un domingo cualquiera. El Papa se asoma puntual a las doce de la mañana a la ventana. Entona el rezo del ángelus. En teoría, se despedirá con su habitual «¡Buon pranzo!». Sin embargo, cuando uno no se lo espera, rompe su propio protocolo informal y saca una nota del bolsillo, por debajo de sus vestiduras blancas. Un papel doblado, escrito a mano. ¡Sorpresa! Una ristra de nuevos cardenales. Ritual bergogliano que le ha llevado a crear 88 purpurados en estos ocho años de pontificado. Las cuentas de lo que cobra cada uno por su birreta es rápido. Cero euros.

A pesar de lo que se pudiera pensar, a priori, entrar en lo que algunos definen como «el club más selecto del mundo» no lleva adosada una subida de sueldo. El salario es el mismo antes y después de cambiar el tono de sus vestiduras. No está vinculado ni sujeto a este reconocimiento, sino al trabajo pastoral que venga realizando, sea en Roma o en su diócesis local. Se derrumba así una etiqueta elitista vinculada al concepto de «príncipe de la Iglesia».

Sin embargo, el Papa argentino busca tumbar cada vez que reúne a sus cardenales ese concepto de cuerpo de élite. Así, en el consistorio más reciente, el pasado noviembre, les alertó del peligro de dejarse llevar por la corrupción: «El rojo púrpura del hábito cardenalicio que es el color de la sangre –les alertó el jefe–, se puede convertir, por el espíritu mundano, en el de una distinción eminente, y ya no serás más el pastor cercano a la gente. Sentirás que eres sólo la eminencia. Cuando sientas eso, estarás fuera del camino».

Esta llamada a la rectitud y coherencia se traducía esta semana en un golpe de continencia. Tijeretazo en la Santa Sede. El Papa anunciaba un recorte de sueldo a todos los consagrados que trabajan en el Vaticano. Con los cardenales que trabajan en la Curia a la cabeza. Un 10% menos de salario. Y es que las cuentas no salen. En 2021 se augura un déficit de 80 millones de euros. Los efectos de la pandemia se dejan sentir. Especialmente en los Museos Vaticanos, principal fuente de ingresos, que sufre cierres intermitentes debido al repunte de contagios en Italia y a una ausencia prácticamente total de turistas extranjeros. No hay ingresos y Francisco aprieta el cinturón púrpura con tal de no tocar el sueldo a ningún trabajador laico ni despedir a nadie. Según los datos de que dispone la prensa italiana, un cardenal que trabaje en cualquier departamento vaticano recibiría un sueldo mensual de 5.000 euros, que ahora se quedaría en 4.500. Aun así se desembolsaría casi cuatro veces más de lo que cobra el hombre del Papa con más poder en nuestro país: Juan José Omella. O de lo que cobra cualquier obispo español. Y es que todos los pastores de nuestro país en activo tienen el mismo salario: 1.250 euros. Así figura en la Memoria de Actividades que anualmente publica la Conferencia Episcopal, en la que se explicita cómo estos pagos proceden del dinero donado por los contribuyentes a través de la «X» de la declaración de la renta. Así, la cantidad total empleada en la retribución del conjunto de los obispos de España gira en torno a los 2,3 millones de euros anuales, lo que supone tan solo un 0,9 por ciento de la asignación que se realiza a las diócesis para su sostenimiento.

Omella no recibe de este modo ninguna retribución extra desde que el Papa le trasladó de la diócesis de La Calzada-Logroño para situarle al frente del Arzobispado de Barcelona.

Tampoco por el hecho de que Francisco le creara cardenal o le nombrara miembro de la Congregación para los Obispos, departamento vaticano responsable de seleccionar a los futuros mitrales. Ni tan siquiera recibe paga extra alguna desde que el pasado mes de marzo le eligieran presidente de la Conferencia Episcopal Española. En la misma tesitura se encuentra Carlos Osoro, con idéntico sueldo aunque ahora sea cardenal, vicepresidente del Episcopado, arzobispo de Madrid y miembro de tres congregaciones romanas: Educación Católica, Iglesias Orientales y América Latina.

Es cierto que los ingresos se pueden ver incrementados por su participación en conferencias, debates, dirección de retiros espirituales… Entradas varias que, lejos de lo que se pudiera pensar, no se corresponden con los precios de mercado. «Es más, en la mayoría de los casos no hay ni donativo. Porque, tal y como debe ser, cuando se le pide que vaya a confirmar a un grupo de jóvenes o a cerrar unas jornadas de reflexión de un determinado movimiento o congregación, se considera que forma parte de su misión como pastor», explican del entorno de la Casa de la Iglesia.

«Es cierto que, en principio, un cardenal no tiene muchos gastos, por lo que ni mucho menos les cuesta llegar a fin de mes. Por ejemplo, en vivienda, todos tienen asignada la residencia habitual para los obispos, que tampoco es suya ni lo será una vez que sean eméritos. Y no cabe imaginarse un servicio o una corte. Eso es de otro tiempo. Al menos no es así en los cardenales elegidos por Francisco, son gente austera», apostilla alguien que sigue el día a día de ambos pastores y que incluye en el listado a los cardenales Blázquez y Cañizares, así como a los eméritos Bocos, Amigo y Martínez Sistach. Además, en el caso de Omella las facturas de luz y agua son compartidas. ¿El motivo? Al desembarcar en la capital catalana, decidió «compartir piso», el Palau del Bisbe, con sus obispos auxiliares.

Por eso, cada vez que al actual presidente de los obispos le sacan su nombramiento «principesco», él tira de buen humor: «Solo soy un cura de pueblo». Y lo cierto es que así se mueve por Barcelona y en la mayoría de los actos, echando mano de la sotana, la muceta y la birreta solo cuando la solemnidad del acto litúrgico lo requiere. De lo contrario, se mueve como uno más entre los ultramarinos del mercado de Santa Caterina o le sorprende una llamada del Papa mientras compra calcetines en unos almacenes de la Plaza de Cataluña.