Entrevista
“La adopción tiene una cara oculta, acarrea situaciones complicadas”
Alberto Pardo de Vera Presenta,”La luna de Addis Abeba”, un relato novelado de su propia experiencia como padre adoptante de una niña etíope con una crisis de identidad
«Es un fenómeno sobrecogedor contemplar la misma hermosa luna llena aquí, en Addis Abeba, que en Madrid o en cualquier lugar del mundo!», pensó Alfredo al llegar a la capital etíope y siguiendo el proceso establecido para adoptar a un niño (una niña, en este caso) en el inmenso país africano. Alfredo tuvo antes que emprender el periplo enP arís, ya que Etiopía carecía de embajada en Madrid. Narra que su primera experiencia con los funcionarios etíopes no fue muy animosa: «Correcta para la resolución de sus gestiones, pero fría».
Alfredo y su mujer, Stella, decidieron pasar aquellas Navidades de 2005 en su casa del pueblo costero almeriense de Vera con amigos y allí reciben la noticia de que tienen una vida para adoptar. Es entonces cuando Alfredo decide empezar a escribir «La luna de Addis Abeba» (Letrame Editorial; Almería, 2020) y en el que relata a lo largo de casi 400 páginas el periplo real de una adopción por un matrimonio español de una niña etíope feliz de cuatro años, que en la adolescencia emana de su interior una furia volcánica en busca de su propia identidad.
Según cuenta a LA RAZÓN, «no es hasta febrero de 2006 cuando aparece ante nosotros la carita de Asha. Se trataba tan solo de un primer encuentro, porque la niña permanecería en una Casa de Transición, donde aprendería español y sería preparada para el hogar que la aguardaba con los brazos abiertos. Los padres emprenden viaje a Addis Abeba, para recoger a su hija Asha tras la sentencia judicial. Recuerdos, como confiesa Alfredo, de un país muy pobre, de unos funcionarios en el aeropuerto acostumbrados al «quédese con el cambio», de un orfanato inmisericorde.
Los primeros días en España, que coincidieron con las vacaciones de Semana Santa fueron una verdadera prueba de esfuerzo para los padres, con una niña que buscaba el pecho de su madre adoptiva, sufría eneuresis nocturna y ataques de rabia. A Alfredo, padre biológico de una joven ya independizada de un primer matrimonio, le asaltaban a menudo serias dudas de si sabría hacer frente a la nueva situación de una niña cariñosa y desafiante a partes iguales.
Cuenta que su pequeña era muy inteligente, aprendió rápido un correcto castellano, mas no paraba de evocar recuerdos de su familia biológica a la que debía de llevar muy dentro. «Para ella debió de ser un gran desapego, un arrancamiento doloroso de sus más profundas raíces, del que en aquel entonces no éramos conscientes», admite.
A los doce años Asha empezó a flaquear. El enorme esfuerzo de adaptación y de victorias en el deporte (llegó a ser campeona de la Comunidad de Madrid) se rindió a la evidencia del abandono y del apego debilitado en forma de angustia ante los exámenes, renuncias a competir o a hacer deporte, cambios de humor, problemas con sus amigas y vacíos reflejados en sus propios escritos. Empezaba «El eclipse», un nuevo capítulo del libro inesperado.
Sus padres se agarraron entonces a todo lo que podían, desde sus profesores hasta el equipo de orientación del colegio y, cómo no, las terapias de apoyo con la psicóloga El problema es que Asha iba por libre, cometiendo toda clase de excesos,.
Desgraciadamente para la familia, el apoyo profesional que tenía la niña no era el adecuado y, tras el primer ingreso hospitalario en una unidad de adolescentes se abre paso un nuevo escenario terapéutico, que incluye la asistencia a un hospital de día para jóvenes durante dos largos años, con desplantes intermitentes y rechazo a la terapia. Afortunadamente Asha era «una niña trabajable» para sus terapeutas y poco a poco, con gran esfuerzo personal y con el apoyo incondicional de sus padres, fue avanzando en su recuperación.
En paralelo, sus progenitores perseveraron en la búsqueda de la familia biológica, materializada en un viaje a los orígenes, a la ciudad de Harar, en Etiopía, en la que Asha había nacido y crecido hasta ser dada en adopción. La búsqueda de su familia resultó infructuosa, pero ayudó a que la joven se reconciliara con una parte de su identidad.
Alfredo y Stella tienen ahora en casa una bellísima hija de 19 años y con toda la vida por delante. En cuanto a si repetiría la experiencia de la adopción, Alfredo se muestra escéptico: «Entiendo que a mucha gente le puede atraer, pero la adopción tiene también una cara oculta, como la luna, ya que es también un gran negocio».
Considera además que sería necesaria una preparación previa mucho más estricta y profesional para los futuros padres adoptantes, plenos de ilusione, pero tal vez ajenos a la realidad de muchos de los niños que van a ser suyos, con problemas de vínculo y de apego, que pueden desembocar en situaciones muy complicadas, como las que vivieron Alfredo y Stella con Asha
✕
Accede a tu cuenta para comentar