Depresión
A la consulta del psiquiatra Diego Redolar llegan quienes después de muchos años probando fármacos o «combos», como los llaman los expertos, no consiguen superar su depresión. Toda una vida enganchados a unas pastillas que no funcionan. La tasa de pacientes depresivos farmacorresistentes llega al 35% de las más de 300 millones de personas (6,4% de los europeos) que según la OMS sufren esta enfermedad en todo el mundo. Por eso, desde hace décadas se investigan nuevas técnicas de estimulación neurológica para paliar este mal. Algunas de ellas son todavía controvertidas, otras han probado ya su eficacia. Y es que el cerebro continúa siendo uno de los grandes misterios para los neurólogos mientras en la memoria social aún perduran las «barbaridades» que en el pasado se cometían utilizando a pacientes con depresión como conejillos de indias. ¿Quién no tiene en mente la imagen de esas terribles descargas eléctricas que dejaban secuelas tremendas?
La palabra «electroshock» todavía pone los pelos de punta pese que a día de hoy se sigue practicando, eso sí, de una manera más controlada y con fuerte supervisión. Redolar es partidario de ello, pero con matices. De hecho, él apunta a los diversos tipos de modulación neuronal que hoy se practican para marcar la diferencia. La que él practica es a través de un campo magnético extracraneal que provoca un impulso eléctrico en el interior del cerebro, exactamente en la región de la corteza prefrontal dorsolateral del hemisferio izquierdo, que es el área que las personas con depresión presentan hipoactiva: «Esta región les funciona por debajo de lo normal y lo que se hace con esta estimulación es aumentar su excitabilidad y así provocar que los síntomas depresivos desaparezcan», apunta el doctor, que nos remite a finales de los años 80, concretamente a los laboratorios de Tony Baker, para hallar los orígenes de las terapias que él utiliza en la actualidad.
Dopaje neuronal
«Los diseños originales tenían como objetivo estimular el sistema nervioso central. Se logró dar un pulso magnético a través de una bobina en forma de círculo, la cual se ponía en la corteza motora del paciente. Las neuronas que había debajo de esta bobina se despolarizaron y se consiguió mover la mano del paciente. Esto supuso un antes y un después. Poco a poco se fue aplicando a diferentes regiones cerebrales. Si con un simple impulso se conseguía activar determinadas regiones, si el impulso duraba más tiempo, el efecto que podría causar se mantendría igualmente en el tiempo», explica de manera didáctica.
Más de tres décadas después se confirmó por diferentes instituciones que ésta era la manera más efectiva de tratar a pacientes con depresión profunda. «Por otra parte, no hay que mirar con tanto recelo a otras técnicas como las terapias electroconvulsivas, pues son muy útiles para otros trastornos como la bipolaridad», matiza, al tiempo que reconoce que mientras que, en Reino Unido, Alemania y, por supuesto, Estados Unidos, estas técnicas están muy implantadas, «en España todavía se sigue siendo muy reticente».
En lo referente a la neuroestimulación transcraneal, insiste Redolar, existen varios estudios clínicos que demuestran su alta eficacia: «Se utilizan sobre todo para depresión mayor, dolor neuropático y también para quienes han sufrido un accidente cerebrovascular que necesita recuperación motora».
En su caso, los tratamientos son largos: un total de cuatro semanas en las que el paciente acude a consulta cinco días, más otras doce semanas en las que asiste dos veces cada siete días: «Lo que hacemos es operar sobre la plasticidad cerebral, la sesión dura unos quince minutos y no es nada dolorosa. El paciente nota una estimulación mecánica por los hilos de cobre que vibran sobre su cráneo, sería algo así como que alguien esté dándote golpecitos con un dedo en la cabeza». Muchos de los que ya han probado estas técnicas novedosas temen las posibles secuelas ante los desastrosos precedentes en la materia.
Redolar responde rotundo «que lo más frecuente son las cefaleas», ya que durante el tratamiento también se ve activada la musculatura de la cabeza y eso puede ocasionar ciertos dolores pasajeros. «El mayor riesgo a nivel médico son las epilepsias, pero para eso se utilizan las guías clínicas y si se lleva a cabo de una manera correcta, el riesgo de que este tratamiento produzca este efecto secundario es muy bajo. También recomendamos a los pacientes que no haya consumo de alcohol ni de antibióticos, porque pueden potenciar la probabilidad de que provoquen convulsiones».
4.000 euros por tratamiento
Ante las reticencias de algunos pacientes con depresión a someterse a estos métodos de estimulación neuronal, el sanitario subraya que comprende las reservas «pero que esto no es lo de antes, además, en determinados tratamientos se utiliza sedación para evitar cualquier molestia». Aunque, quizá, el mayor obstáculo que se pueden encontrar estos pacientes es que este tipo de tratamientos son todavía de «élite» pues no están cubiertos por la Seguridad Social ni por los seguros privados. «Un tratamiento como el que realizo yo puede costar unos 4.000 euros. Comprendo que es un desembolso que no se puede permitir cualquier persona».
Además, según apunta Redolar, estas técnicas también plantean ciertas dudas éticas, ya que no solo están dirigidas a aquellas personas con patologías neuronales, sino que pueden ser de utilidad de igual modo para personas sanas: «Estaríamos hablando de una especie de dopaje cerebral, es decir, estimular en pacientes sanos ciertas partes del cerebro para implementar mejoras cognitivas. Aquí nos topamos con una importante y controvertida línea ética», sentencia.