Opinión
Día internacional de las personas con discapacidad: Hora de apostar por la diversidad
El recorrido de la mujer desde Schopenhauer (“No debería haber en el mundo más que mujeres de interior, aplicadas a los quehaceres domésticos, y jóvenes solteras que se formasen en el trabajo y en la sumisión”)hasta el papel de hoy, es un inmejorable ejemplo de cómo la mirada de la sociedad determina en gran medida nuestras capacidades. Otro es el demostradísimo Efecto Pigmaliony cómo la expectativa de un profesor sobre el alumno influye sobremanera sobre su desempeño académico. Por ello, creer en las capacidades y valía de todos es una cuestión de derechos, a la que se suma ese intangible que es la dignidad, de la que todos en esencia debiéramos tener la misma dosis. Pero además, la mayor participación en nuestra sociedad hace el mundo más rico, más competitivo y más sostenible.
Quizá una nueva y muy aconsejable meta social sería que la perspectiva de dignidad y derechos, en sí misma, fuera suficiente para la apuesta por la participación de la diversidad, pero me atrevería a pensar que en nuestra estructura actual es aún mayor aliciente el entender cómo el incremento de la participación trae consigo mayores cotas de progreso. Continuando con el ejemplo femenino, el acceso al empleo es el exponente más claro de esta relación entre progreso y participación de la diversidad.
Hasta la incorporación de la mujer al mercado laboral, nuestro Estado de Bienestar, simbolizado en una barca, era sostenido por los remeros masculinos que debían transportar la carga de la otra mitad, la femenina, más los enfermos o con incapacidad sobrevenida, estudiantes, niños, mayores, cambio de turno de remeros… De pronto, toda una mitad se puso de pie y propuso sumarse a remar, con un doble efecto sobre la velocidad de crucero: de carga pasaban a motor. Y no es un cuento, con ello hemos vivido un despegue de progreso sin parangón. Pues bien, desde hace décadas, otro grupo lleva tiempo levantando la mano y diciendo que quiere remar: el de las personas con discapacidad. Desde una perspectiva de derechos estamos obligados a remodelar el barco para que así sea, y desde una perspectiva de eficiencia de la nave, no parece una mala cosa, ¿no?
Es cierto que hemos avanzado mucho, pero aún queda. Las discapacidades más tangibles se han ido abriendo camino, principalmente las sensoriales y físicas, pero las que no sabemos bien dónde localizar con el microscopio, como las mentales (salud mental, discapacidad intelectual, autismo…) van a la zaga, muy probablemente por esa intangibilidad y, además, como señala la Sociología, por la estratificación inherente al modelo que tengamos de definición del ser humano. El modelo apolíneo ha reinado durante miles de años, definiendo nuestra esencia en fuerza, belleza y racionalidad, relegando esa definición, sin saberlo, a un importante grupo de personas, a las que hemos mirado durante siglos como no capaces.
Sin embargo, ahora que los ordenadores cuánticos están aquí, ahora que el modelo racional ya no es necesario, pues el dato en sí mismo predice mejor, ahora que la singularidad tecnológica ya no parece ficción y el transhumanismo está a la orden del día… ¿seguirá siendo la racionalidad lo más puramente humano? Y todo eso traído hoy: quizá el saber funcionar como un enjambre, el remar todos a una, el cuidarnos los unos a los otros creyendo que encajar la diferencia del otro hace al grupo más rico y mejor, y con más recursos, quizá todo eso sea lo verdaderamente humano. Y si no he convencido al lector, analice cualquier mitología contemporánea, desde la Guerra de las Galaxias a Harry Potter y pregúntese si los buenos son variopintos y los malos todos iguales.
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