Entrevista
Si ya has incumplido tus propósitos de Año Nuevo, tienes que leer esto
Oliver Burkeman propone que nos desenganchemos de las listas y la obsesión por la productividad porque la batalla está perdida: solo vamos a estar aquí 4.000 semanas
En 1908, el novelista británico Arnold Bennett publicó un librito titulado “Cómo vivir con 24 horas al día”. Parecía que iba a ser una obra menor, pero tuvo un éxito inesperado. Los médicos en EE UU lo recetaban a sus pacientes y Henry Ford compró cientos de ellos para repartirlos entre sus empleados. El propio Bennett reconoció al final de su vida que era la creación que más satisfacciones le había dado. Siglo y pico después, el columnista de “The Guardian” Oliver Burkeman afronta el mismo asunto en “Cuatro mil semanas. Gestión del tiempo para mortales” (Planeta). Reconocido yonqui de la productividad, Burkeman viene a decir que cuanto antes aceptemos que somos finitos, mejor para todos. Que no vamos a conquistar el tiempo porque nosotros mismos lo somos.
-Entonces, si tengo 47 años, ¿cuántas semanas calcula que me quedan?
-Más o menos entre 1.600 y 1.700.
-¡Qué horror! Eso suena poquísimo.
-Ja, ja. Bueno, teniendo en cuenta que llegue a los 80, esa es la cifra, aunque siempre puede vivir más años. Lo que es más loco de todo es que, aunque rompas todos los récords y llegues a los 122, no llegarás ni a las 7.000 semanas.
-¿Qué hay que hacer para sacarles el mayor partido?
-Me declaro culpable del título del libro para enganchar a la gente, espero que no para asustarla. La clave está en comprender que somos finitos, no que la vida es corta. Son conceptos distintos. Siempre va a haber una brecha entre todo lo que, supuestamente, puedes hacer con tiempo y lo que, en la realidad, te da tiempo a hacer. En el fondo, asimilarlo es súper liberador y relajante.
-Desde Silicon Valley se empeñan en ahorrarnos tiempo con todas esas aplicaciones y, en cambio, tenemos menos que nunca, ¿cómo es posible?
-No cabe duda de que es un fenómeno extraño. La razón es que, como no hay un límite de la cantidad de cosas que queremos hacer, o a las que nos sentimos obligados, al hacerlas más rápido se nos presentan otras nuevas. Es infinito. Como tratar de llegar a la cumbre de una montaña que no termina. Además, nos frustramos y nos entra la impaciencia.
-Algunos descubren pronto que no son eternos, ¿usted cuándo se dio cuenta?
-Creo que mi caso se enmarca en eso que llaman crisis de la mediana edad. Antes era de esos que lo leen todo y coleccionaba cuantas apps salían al mercado sobre la optimización del tiempo, cómo organizar tu agenda para ser más productivo... Incluso escribía una columna en “The Guardian” en la que contaba mi experiencia con la práctica de todos esos métodos. Era como un yonqui que cada semana recibía su dosis. Aunque he cambiado, aún no soy inmune a esos reclamos. Una vez que has probado todo te das cuenta de que la paz mental no llega, más bien al contrario; cuando más eficaz te vuelves, más tareas recibes y más soprepasado te sientes... Al final comprendes que nunca nada va a funcionar.
-Da la impresión de que a medida que la gente deja de creer en otra vida, espera más de esta.
-Correcto. Si tienes fe en la vida eterna, digamos que mueres con una cierta calma e importa menos lo que hayas conseguido en esta. Hay menos expectativas y menos ansiedad. Claro que si, de forma mágica, la población volviera a creer en que viviremos para siempre, sería muy difícil de gestionar. Las elecciones que hacemos a cada momento perderían el sentido.
-En el libro se refiere a la neurosis de Kafka, que era incapaz de decidir por si se perdía algo. ¿Somos todos un poco kafkianos?
-Totalmente. Es súper irónico, además; rechazamos decidir y creemos que, de esta forma, mantenemos el control, dejando todas las opciones abiertas. Claro que esto no sale gratis, nos atasca en la duda eterna y es una forma de vivir muy poco grata. Es cierto que elegir algo es incómodo porque excluye el resto de posibilidades, aunque a la larga es mucho más satisfactorio. Te permite dirigirte en la dirección que quieres.
-¿Se trata, simplemente, de un proceso de aceptación? ¿De saber decir que no?
-Más bien hay que darse cuenta de que, en realidad, ya estamos diciendo que no a millones de cosas. No es decir “haz menos”, es que ya has elegido, ya vives en esta situación que es finita. La manera en que decides invertir una hora de tu tiempo excluye todas las demás. Hay que ser más consciente de esto en lugar de rechazarlo a nivel emocional. Para algunos significará ser menos activos, mientras que a otros les abrirá un camino para lo contrario. Cuando te rindes y ya no tratas de hacer más y más y más es cuando puedes empezar a conseguir lo que de verdad quieres. Y no tienen que ser menos metas.
-Un poco como eso que dice de que, cuanto más luches por estar en paz, menos lo consigues.
-Exacto. Hace un tiempo escribí un libro basado en esta misma idea sobre la felicidad y el pensamiento positivo. La peor manera de sentirte feliz es dedicar tu vida a lograrlo. Es un desastre.
-¿Todo es una cuestión de tiempo, como dicen?
-Creo que hay que tratar de mantener una relación menos alienada con el concepto del tiempo como algo abstracto separado de nosotros que tenemos que conquistar o someter. Ése es el problema. Nosotros también somos tiempo. Nos pasamos la vida tratando el tiempo como algo que no es, intentamos estirarlo, ahorrarlo, acelerarlo... Actuamos como si dispusiéramos de él cuando en verdad solo tenemos un momento cada vez.
-¿De qué manera lo pierde usted?
-Seguramente con esos intentos fútiles por controlarlo. También soy culpable de las distracciones digitales cuando el trabajo se me pone cuesta arriba, aunque ahora que sé de qué va eso, voy mejorando.
-¿No es fundamental distraerse para la salud mental?
-En el libro escribo que hay determinados momentos en que es fundamental malgastar el tiempo desde la perspectiva de no emplearlo para ningún propósito en el futuro. Tenemos una asociación muy tóxica entre el tiempo valioso y el instrumental, el que consigue algo.
-¿Por qué estar tan ocupado goza de prestigio?
-Estamos en esta realidad ilusoria de que es posible no estar limitados por el tiempo y estar muy liado es excitante porque nos hace creer que estamos cerca de conseguirlo. Que estás en el camino de ser Dios. Los que no tienen mucho que hacer nos parecen unos perdedores. Es gracioso porque, históricamente, la aristocracia era la que no hacía nada. Claro que en esto ha tenido mucho que ver el capitalismo, que pervive sobre la base de instrumentalizar el tiempo.
-Da la impresión que las nuevas generaciones se relacionan de manera distinta con el tiempo.
-Puede ser, creo que los más jóvenes se queman antes porque las demandas se aceleran, todo va más rápido. Puede ser maravilloso darte cuenta a los 25 años de que el trabajo no lo es todo en la vida. Ahora estamos viviendo además todo ese movimiento en torno a que el trabajo no es el vínculo para la realización. Es una idea que me genera sentimientos encontrados porque me gusta lo que hago.
-Keynes fracasó estrepitosamente. De las 15 horas de trabajo a la semana ni rastro.
-Sí, ja, ja. Bueno, tuvo otros aciertos. Las necesidades y el crecimiento económico no tienen tope, continúan creciendo. Esto lo experimentamos cada uno. Si tienes dinero para comprar buen café, por ejemplo, ya no es un lujo, es una necesidad básica. Y así con todo.
-Al final del libro ofrece un decálogo para profundizar en una nueva perspectiva.
-Entre otras cosas que lo primero que hagas por la mañana sea tu proyecto más importante, no dedicarte a vaciar tu bandeja de entrada de mails.
-También habla de los actos de “generación espontánea”.
-Es una noción de Joseph Goldstein, el profesor de meditación, que me encanta. Él no dice que tienes que ser más amable, mejor persona, sino que se refiere a que si de manera espontánea te sale un acto generoso, sea el que sea, no lo pospongas. Practica el hábito de actuar de manera inmediata sobre lo que ya sientes. No se trata de que crees el impulso de manera artificial. Parece que siempre estamos retrasándolo para cuando podamos hacerlo de manera perfecta y el momento nunca llega.
-¿De qué forma ha alterado la pandemia nuestro concepto de tiempo? ¿Va a durar?
-Creo que ha cambiado la perspectiva de mucha gente, ha acentuado la sensación de que la vida es corta, que somos finitos. Se ve en este movimiento que llaman “La gran renuncia” en EE UU, gente que deja el trabajo de pronto porque se da cuenta de que nunca le va a dar tiempo a hacer lo que en verdad quieren. También nos hemos dado cuenta de pequeñas cosas como quiénes son nuestros vecinos, los parques que nos rodean. Si pudimos cambiar el mundo de la noche a la mañana, hay esperanza de transformación. El reto está en agarrarnos a aquello que descubrimos en el confinamiento. Con que mantengamos el 5% bastaría.
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