Viaje oficial

Bronca del Papa a Justin Trudeau por su «cultura del descarte» con la ley de eutanasia

En Quebec, Francisco condena las políticas de «la cancelación» que borran a «los olvidados del bienestar» con la eutanasia y el aborto

El Papa con Trudeau y Mary Simon, que encarna la figura de jefa de Estado y, por tanto, emisaria de Isabel II
El Papa con Trudeau y Mary Simon, que encarna la figura de jefa de Estado y, por tanto, emisaria de Isabel IINathan DenetteAgencia AP

Aunque Francisco pudo saludar al primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, nada más aterrizar el pasado domingo en Edmonton, no fue hasta su escala en Québec el pasado miércoles cuando tuvo lugar la reunión entre ambos mandatarios, de la misma manera que el Papa también se citó con la gobernadora Mary Simon, que encarna la figura de jefa de Estado y, por tanto, emisaria de Isabel II. Fue en la Ciudadela de la ciudad, la fortaleza militar más grande de América del Norte hoy reconvertida en una de las residencias de la gobernadora, donde se dirigió a las principales autoridades del país, en lo que hay quien ha interpretado como un rapapolvos a Trudeau, como impulsor de la aprobación de la ley de eutanasia en el país en 2016 que podría ampliarse ahora a las personas de enfermedades mentales irreversibles. De hecho, ya hace un año se eliminó la disposición que especificaba la condición de ser paciente «terminal» para solicitar el suicidio asistido, lo que abrió la puerta a concederla a personas en riesgo de pobreza.

De ahí la beligerancia con la que se manifestó Francisco con el primer ministro en primera fila ante lo que se conoce como «la cultura de la cancelación, que juzga el pasado sólo en función de algunas, de ciertas categorías actuales». Fue en este instante cuando el Papa arremetió contra «una moda cultural que estandariza, que vuelve todo igual, que no tolera las diferencias y se centra sólo en el momento presente, en las necesidades y los derechos de los individuos».

En concreto, el Papa clamó contra una tendencia que acaba «descuidando a menudo los deberes hacia los más débiles y frágiles; los pobres, los emigrantes, los mayores, los enfermos, los no nacidos...». Incluso llegó a afirmar ante la atenta mirada de Trudeau que estos colectivos son «los olvidados por las sociedades del bienestar» que acaban convirtiéndose en «descartados como hojas secas para ser quemadas».

En el discurso más político de cuantos ha pronunciado hasta ahora en tierras canadienses, el Santo Padre aprovechó las constantes alusiones a la errada conciencia colonizadora de antaño para denunciar a «las colonizaciones ideológicas». «Si en su momento la mentalidad colonialista se desentendió de la vida concreta de los pueblos, imponiendo modelos culturales preestablecidos, tampoco faltan hoy colonizaciones ideológicas que contrastan la realidad de la existencia y que sofocan el apego natural a los valores de los pueblos, intentando desarraigar sus tradiciones, su historia y sus vínculos religiosos», alertó el pontífice.

Frente a ello, el Papa reivindicó comunidades «realmente abiertas e inclusivas», donde la familia sea «la célula fundamental» que ve amenazada hoy por «la violencia doméstica, la intensificación del trabajo, la mentalidad individualista, el afán desenfrenado de hacer carrera, el desempleo, la soledad de los jóvenes, el abandono de los mayores y de los enfermos...».

En clave internacional, el pontífice también dejó caer en su extensa alocución que «ante la locura sin sentido de la guerra, necesitamos de nuevo calmar los extremismos de la contraposición y curar las heridas del odio». «No será la carrera armamentística ni las estrategias de disuasión las que traigan la paz y la seguridad», reflexionó en voz alta, para hacer un llamamiento con el fin de impedir que «los pueblos vuelvan a ser rehenes de las garras de espantosas guerras frías que todavía se extienden». «Se necesitan políticas creativas y con visión de futuro, que sepan romper los esquemas de los bandos para dar respuestas a los retos globales», apostilló.

Responsabilidad compartida

Al igual que sucediera en Edmonton, de nuevo el pontífice entonó el «mea culpa» por las atrocidades cometidas en los orfanatos católicos durante más de siglo y medio, teniendo en cuenta la dispersión de estos centros por todo el país que «dañaron a muchas familias indígenas, minusvalorando su lengua, su cultura y su visión del mundo». «En ese deplorable sistema promovido por las autoridades gubernamentales de la época, que separó a tantos niños de sus familias, estuvieron involucradas varias instituciones católicas locales, por lo que expreso vergüenza y dolor», expuso el Papa con ese subrayado de que se trataba de escuelas estatales, puesto que el propio Trudeau durante estos últimos años ha hecho más énfasis en la titularidad eclesial de los centros que en la responsabilidad subsidiaria de la administración pública canadiense.