Investigación científica
Las ratas también tienen instinto paternal
Científicos hallan dos patrones de actividades en el cerebro que determinan si los machos se sienten impulsados a asesinar a una cría o a mostrarle afecto.
La naturaleza no siempre es tan bella, idílica, pacífica y tierna como la pintamos en los dibujos animados. En el mundo real ocurren cosas tan espantosas como la siguiente: muchos mamíferos adultos macho (como los leones, los gorilas, ciertos tipos de mono o ratones) atacan y devoran a las crías de otros machos. Una suerte de infanticidio de evidentes consecuencias en la dispersión genética de la especie.
Sin embargo, se sabe que esos mismos machos asesinos pueden cambiar de actitud y convertirse en amorosos tutores llegado el momento de ser ellos los que procrean. Incluso se vuelven cariñosos con la prole que no es suya. Entre las especies en las que este comportamiento cambiante se da más habitualmente se encuentran algunos tipos de ratas y ratones. En estos animales, un macho virgen puede sentir la pulsión de devorar a las crías de una hembra con la esperanza de que ésta desee aparearse con él. Ahora, un equipo de investigación del Instituto Riken de Ciencias del Cerebro en Japón ha encontrado los circuitos cerebrales responsables de esta macabra condición.
En concreto se han hallado dos patrones de actividad en el lóbulo frontal del cerebro que determinan si los machos se sienten impulsados a asesinar a una cría o muestran afecto hacia ella.
Un grupo de ratones de laboratorio fue expuesto a varias crías y se estudió su comportamiento ante ellas. Además, los científicos midieron los niveles de c-Fos, un indicador de la actividad neuronal reciente, en varias áreas del cerebro. De esa manera descubrieron que unas áreas se activaban más en los machos asesinos y otras en los machos benefactores.
Curiosamente, el motivo por el que la actividad cerebral cambia es el contacto con una hembra. Después de haber cohabitado con una pareja, los machos violentos modificaban su patrón cerebral.
El resultado puede ser muy útil para entender cómo se genera el instinto paternal animal. En los mamíferos la supervivencia de los más jóvenes está directamente relacionada con la atención de los progenitores. En la mayoría de los casos, esta relación viene caracterizada por una intensa inversión maternal. Es menor, aunque muy diverso, el número de especies en las que los machos intervienen también en la crianza. Generalmente se trata de especies en las que las demandas energéticas de la prole son muy altas y, por lo tanto, en las que la selección natural ha favorecido a aquellas parejas que colaboran en la alimentación y protección de los retoños.
Entre los animales en los que se ha descubierto una profunda intervención del macho en la crianza, una característica común aflora desde el punto de vista etológico: se descubre una relación inextricable entre el comportamiento paternal y determinados patrones hormonales. En muchas especies, los machos experimentan aumentos de producción de la hormona prolactina, por ejemplo, durante los periodos de contacto directo con las hembras o con sus descendientes. Los esteroides parecen también intervenir en el asunto, aunque su efecto es menor o al menos más difuso que el de las prolactinas.
En ciertos casos, la intervención hormonal difiere según la especie. Es lo que ocurre con la tan masculina testosterona. Se sabe que esta hormona suele dificultar la pulsión paternal en animales como los hámsters, los titíes y en los seres humanos. Lo hace fundamentalmente porque se trata de un compuesto químico mediador en comportamientos violentos y de cortejo, lo que interfiere en la práctica de la paternidad cuidadosa. Sin embargo, un estudio publicado por el Departamento de Psicología y Biología del Comportamiento de la Universidad de Nebraska demostró que en los ratones de pradera Microtus ochrogaster es precisamente la testosterona la precursora de los lazos extremadamente cercanos que se establecen entre el macho y la prole.
Parece evidente que existe una relación más o menos estable entre la producción de ciertas hormonas y la inversión paternal en el cuidado de los pequeños, es decir, el tiempo que dedican los machos a la crianza. Es, sin embargo, significativo que la excelencia en el cuidado paternal se suele alcanzar más con la experiencia que con el instinto. En ratones de laboratorio macho, por ejemplo, se ha descubierto que la responsabilidad de los padres aumenta cuando se alarga el tiempo de contacto de la pareja con las crías. La madurez del padre se ve también reflejada en el comportamiento hormonal. El caso de los monos tamarinos cabeza de algodón es significativo. Estos pequeños simios de copete blanco que habitan en selvas húmedas de Panamá y Colombia han demostrado saber mucho de paternidad. En su especie, el macho presta atención especial a la prole desde el mismo momento del alumbramiento. Y, como en otros casos, ese comportamiento coincide con un aumento general de la producción de hormona prolactina y un descenso de la presencia de cortisol en sangre. Sin embargo, el fenómeno no ocurre de idéntica manera en todos los individuos del clan. Los machos que ya han sido padres alguna vez experimentan una mayor producción hormonal que los primerizos. Algo similar ocurre con las titíes. En este caso, los niveles de testosterona en los machos que crían por segunda vez son mucho menores que los de los noveles. Sí, la química es importante para ser padre pero, de alguna manera sutil, la naturaleza nos prepara para aprender también de la experiencia. Incluso es capaz de revertir el comportamiento asesino de algunas especies.
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