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Post Eurovisión: La noche del gallo

Post Eurovisión: La noche del gallo
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Desde el minuto uno la elección de Manel Navarro estaba contaminada. El estropicio monumental de la gala de «Operación Eurovisión» arrastró al candidato español, que se subió a una ola, esta sí, que le iba a tumbar antes de llegar a Kiev. El sábado se confirmó el fracaso: última posición con cinco puntos. Y lo peor estaba por llegar ya que le han dejado solo. En la página web de RTVE han tenido el descaro, y la sinceridad, de escribir: «España, última en Eurovisión tras el “gallo” de Manel Navarro». Otro de sus protectores, el locutor de radio Xavi Martínez, también ha intentado salvar su credibilidad, después de promocionarle hasta el hartazgo y formar parte del jurado que concluyó que era el mejor candidato al afirmar: «El gallo nos mató, imperdonable». Ahora todos escurren el bulto, sospechoso desde sus inicios. Su desafortunada elección tuvo unas consecuencias nefastas, ya que pocos participantes han provocado el rechazo masivo en su propio país. Eso no pasó inadvertido en Europa, ya que los medios de comunicación lo señalaron como uno de sus puntos débiles. Y es lógico. ¿Si ni siquiera convence en España, cómo le van a votar los jurados y los «eurofans» de los países en liza? La sensación que se transmitió en los últimos días es que España se metió un gol en propia puerta. Además de que el tema era flojo, las dotes artísticas de Navarro fueron puestas en cuarentena hasta el fatídico desenlace final. El catalán no dio la talla. Lo único que esperaba de Eurovisión es que fuese una lanzadera para su proyección internacional. Ahora se ha convertido en un lastre.

Manel decía hace unos días que la puesta en escena le podía beneficiar. Lo que ignoraba es que, ante el exceso cromático y las camisas del flores, en la mayoría de las ocasiones, como lo ha demostrado el portugués Salvador Sobral, menos es más. El problema último es que RTVE no va a Eurovisión a competir sino a cubrir el expediente. Antes de empezar lo dan todo por perdido por las afinidades culturales entre los países . Es un error de cálculo porque si fuese así, ¿por qué Suecia, vaya quien vaya, o gana o se queda en las mejores posiciones? Para empezar tienen un sistema de elección, el Melodifestivalen, mucho más perfeccionado que el nuestro y además se lo creen. Para ellos es casi una cuestión de Estado. Puede que sean exagerados, pero los resultados ahí están y el subidón de autoestima patria también.

Sobre las bases de selección de España... Hay muchísimas cosas que pulir. No se puede elegir un jurado en el que uno de ellos, Xavi Martínez, sea un declarado fan de Manel Navarro porque deja al resto en una posición de inferioridad. Y tampoco se puede hacer un llamamiento a los seguidores para que apuesten por uno de ellos para que, después, no tengan la última palabra. Dos de los especialistas musicales consideraron que el tema de Navarro era el más adecuado para Eurovisión. Y ahí empezó la cadena de fallos, ya que, como sucedió en otras ocasiones, estábamos mirando de reojo el criterio de otros países en vez de defender nuestra identidad. España está en Eurovisión desde sus inicios y hemos perdido todo el crédito. Por cobardía, por desinterés y, porque, aunque no lo digan, hasta la corporación cree que es un festival desprestigiado en el que hay que estar, aunque no se nos vea. Y puede que no sea así exactamente, porque los que hemos perdido el prestigio somos nosotros.

Y la sobriedad triunfó

Se llama Salvador Sobral, es estudiante de Psicología y parece normal. De repente, un extraño. Este fue el ganador del Festival de Eurovisión, un tipo que con la interpretación sobria de «Amar Pelos Dois» ganó un concurso que cada vez se parece más a la galería de los horrores. No es que sea fuera una canción ni un cantante para echar cohetes, pero su sola presencia ya era un desafío: no iba «disfrazado» de nada y sabía cantar.

El portugués propuso cosas que ya no se ven dentro de un concurso en el que cada año se repiten los clones de Adele, Alicia Keys, Juanes, los «triunfitos» y demás estereotipos de nuestra era. Los mismos gorgoritos, los mismos tipos de canciones, las mismas lacas, los mismos patéticos bailes, las mismas miradas impostadas. Eso que en un tiempo de llamó «canción ligera» y que ahora es más bien «canción pesada».

Salvador Sobral llevaba una chaqueta que simplemente le quedaba grande y una coleta que simplemente le quedaba mal. Pero todo en conjunto no resultaba ridículo, al contrario de otros a quienes el vestido les queda de lujo y el peinado dibuja una raya perfecta. Sus gestos también fueron económicos; tanto que resultaron creíbles.

Pero sobre todo estaba la canción y la interpretación. No era una composición agarrada a la tendencia de la moda, sino que remitía, por ejemplo, a las viejas canciones del llamado «Songbook» americano. Un tema que seguía la senda de compositores como Jerome Kern, Irving Berlin, Gershwin y otros. Hasta se podría decir que la canción no habría desentonado en una de las viejas películas de Disney. Apenas un piano y una orquesta medidísima por detrás. Y nada de vibratos horribles y alardes exagerados de voz.

En realidad, el portugués fue un oasis en medio de un evento que continúa apestando a rancio por más que traten de introducir nuevos barnices en la realización y producción. Porque lo que importa –o debería importar, que es la música, sigue siendo muy poca cosa. Y todo porque la mayoría del personal se empeña en cantar una y otra vez más mismas canciones. No hay ninguna evolución porque, en realidad, en la música contemporánea tampoco existe. Se hace ahora más o menos la misma música que hace diez años. El certamen de Eurovisión no es sólo reflejo de la realidad musical, sino también de todo lo que rodea al mundo del espectáculo. Importan más la apariencia que la esencia. Esa fue la diferencia que marcó el portugués, un intérprete que se escapó de la moda, de la vulgaridad imperante durante la última década. Ya se sabe que lo diferente siempre destaca. Y si es bueno, obtiene la admiración.

Portugal , en lo más alto

Lo único realmente molesto de la actuación de Salvador Sobral, y que fue completamente ajeno a él, fue todo lo que le rodeó en su paso por el escenario. Una cámara de televisión que no dejaba de moverse a su alrededor –ya tiene su mérito mantener la concentración con ese vehículo no identificado amenazando con abrirle la cabeza al intérprete–, los pesados de siempre grabando y haciendo fotos con los móviles –¿hasta cuándo?–, las muchachas oxigenadas exhibiendo banderitas en plan paleto, las manitas al viento como aparcadores de aviones... En fin, imágenes que se repiten año tras año en un desafío permanente al sentido del decoro.

Está muy bien que de vez en cuando aparezca alguien con gusto de verdad y una canción de verdad detrás para ganar un certamen de un concurso como el de Eurovisión, una cosa que ha degenerado en algo que no se sabe muy bien qué es y que en cada edición muestra cosas tan vergonzantes como fue la actuación española. Lo que ahora está por ver es qué recorrido tiene este Salvador Sobral, si quiere hacer carrera con este tipo de canciones o si sólo era un «mandao». De otra parte, también está por ver si Eurovision y sus votantes se enderezan y son capaces de distinguir el grano de la paja. Mucho nos tememos que lo del portugués se quedará en anécdota y que pronto volverán a triunfar los gorgoritos sin freno.