Investigación científica
El asesino silencioso de las abejas
La exposición a los neonicotinoides, componentes de algunos insecticidas que se usan en agricultura, afecta negativamente a la salud de las abejas y abejorros. Hace años que se habla de esta relación, dos nuevos estudios lo confirman, pero, por el momento, se desconoce su «modus operandi»
La exposición a los neonicotinoides, componentes de algunos insecticidas que se usan en agricultura, afecta negativamente a la salud de las abejas y abejorros. Hace años que se habla de esta relación, dos nuevos estudios lo confirman. Por el momento, se desconoce su «modus operandi».
Es difícil determinar con exactitud si las abejas del planeta se están muriendo a chorros o simplemente desaparecen de manera paulatina e inexorable. Pero lo cierto es que cualquiera que se dedique al noble oficio de la apicultura podrá constatar que cada vez quedan menos de estos himenópteros. De hecho, esta misma semana la Unión Europea ha hecho pública su preocupación al respecto. La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria ha convocado un simposio científico sobre la situación de esta especie animal en nuestro continente. Su intención es poner luz en un problema en el que todavía existen demasiadas sombras. No hay muchos datos fehacientes sobre la velocidad a la que las abejas están desapareciendo. Pero los informes más recientes se atreven a poner algunos números. En España, desde 2013 la población ha descendido a un ritmo del 5 por ciento anual. En Francia al 14 por ciento. En Suecia al 15 por ciento.
No son cifras que sugieran una catástrofe o que nos conduzca a un panorama de extinción masiva de la especie como algunas veces se ha dicho. Pero son datos preocupantes. En primer lugar porque son datos sostenidos en el tiempo: la población de himenópteros no deja de descender. En segundo lugar, porque son datos poco fiables. No hay informes suficientes, trabajos de campo suficientemente amplios como para certificar el volumen del problema.
La mayor parte de los estudios científicos son muy limitados o estudian solo una parte del problema. Y ya se sabe que los problemas que no se pueden medir no se pueden corregir.
Mientras tanto, el sector apícola se enfrenta a la gradual pérdida de recursos sin saber muy bien cómo detenerla. Y la naturaleza en pleno, se resiente. Porque no hay que olvidar que las abejas son unos importantes polinizadores. Su cuerpo velludo se impregna del polen de los órganos masculinos de la planta y lo trasladan hacia los órganos femeninos. Muchas especies vegetales dependen de la abeja y de otros insectos para reproducirse. Una planta de la fresa necesita cerca de 20 viajes de una abeja para que un fruto crezca de manera robusta. En especies como la alfalfa, la almendra o el pepino, la presencia de este animal es vital: sin él prácticamente no existirían.
La labor polinizadora de la abeja la convierte en la base de la alimentación y la economía humanas. Es difícil calibrar las consecuencias que tendría su desaparición. Y más difícil aún saber qué les está pasando. ¿Cuál es el motivo de su drama?
Durante años se ha especulado con varios factores que pueden intervenir en el declive de la especie: la presencia de algunos hongos y parásitos que han hecho fortuna en su tracto digestivo y las mata lentamente. El deterioro de sus hábitats por culpa de la presión humana. Los efectos del uso de algunos pesticidas...
Ahora, un equipo de científicos de la Universidad de York ha dado un paso adelante para identificar al verdadero culpable: en dos estudios publicados en «Science» realizados en Europa y Canadá se apunta a que la exposición a los neonicotinoides, componentes de algunos insecticidas usados en agricultura, afecta negativamente a la salud de las abejas y abejorros.
La idea de culpar a los neonicotinoides no es nueva. En los años 90 del siglo pasado ya se propuso por primera vez que la interacción química con estas sustancias es muy perjudicial. Pero no se había podido establecer el mecanismo exacto de actuación de los insecticidas. Ahora se ha descubierto qué ocurre en realidad. Los campos regados con neocotinodides, que en teoría deberían evitar algunas plagas pero no afectar a las abejas, reducen considerablemente la capacidad de supervivencia del animal a los inviernos pero no en todos los lugares del mundo. En Hungría y Reino Unido, el efecto es evidente, pero en Alemania apenas se percibe. En los tres países, sin embargo, los neocotinoides cerca de las colmenas reducen la capacidad reproductiva. Es como si el efecto químico dependiera del territorio más que de la sustancia.
Pero no todos los expertos estaban de acuerdo en las difernetes conclusiones, algunos han sugerido que las abejas en estudios previos han sido expuestas a dosis más altas de pesticidas que las que se encuentran de forma natural en el campo. Jeremy Kerr, un experto en este área, afirma que esto ha dado lugar a «incertidumbres en el momento, la magnitud y la especificidad de las especies de los impactos neonicotinoides en las abejas... que ha obligado a los políticos a confiar sustancialmente en el principio de precaución en el proceso regulador». Ben Woodcock y su equipo han realizado «el experimento de campo más ambicioso de los efectos neonicotinoides «que se haya hecho hasta el momento», dice Kerr.
Han trabajado cerca de cultivos de semillas oleaginosas tratados con neonicotinoides en Alemania, Hungría y Reino Unido. Recopilaron datos sobre el impacto de este pesticida en tres especies de abejas y descubrieron que los químicos contribuyeron en el descenso de abejas de cada especie.
En un segundo estudio, Nadejda Tsvetkov y su equipo, que trabajaban en una zona comercial de cultivo de maíz en Canadá, trataron de aislar los impactos específicos de los neonicotinoides de otras amenazas agrícolas de alta intensidad. Descubrieron que que las abejas obreras expuestas a estos pesticidas (que a menudo provenían de polen contaminado con neonicotinoides de plantas cercanas, no del cultivo tratado) tenían una expectativa de vida inferior, y sus colonias tenían más probabilidades de perder permanentemente abejas reinas.
Además, se ha descubierto que este efecto es especialmente pernicioso cuando los neocotinoides se mezclan con algunos funguicidas. En otras palabras, parece que el asesino empieza a ser identificado, pero aún no conocemos su modus operandi. Existen dosis letales y subletales que han de ser estudiados.
En cualquier caso, el impacto de los pesticidas en la evolución de las abejas gana puntos como agente causal de su deterioro. Quizá las autoridades sanitarias puedan tomar nota del asunto.
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