Sucesos
El presunto asesino al que jalean en su pueblo
Está siendo juzgado por el asesinato de una niña de ocho años y de su padre. El hermano y tío de las víctimas denuncia una campaña para lavar la imagen del acusado
Está siendo juzgado por el asesinato de una niña de ocho años y de su padre. El hermano y tío de las víctimas denuncia una campaña para lavar la imagen del acusado.
Se abre la puerta y arrecian los aplausos. «¡Vamos Fran!»; «¡Te queremos Fran!»; «¡Ánimo!». A quien vitorean no es a un jugador de fútbol, ni a un cantante, ni a una estrella de cine. No. «Fran», en realidad, es Francisco Medina, acusado de acuchillar hasta la muerte a María Domínguez, de 8 años –la autopsia determina que la menor recibió 104 puñaladas–, y a su padre, Miguel Ángel Domínguez, de 39 años, que recibió la mitad.
Desde que comenzó el juicio, el pasado miércoles, Aníbal, hermano de Miguel Ángel y tío de la pequeña, contempla la esperpéntica escena dos veces al día. Una cuando traen a Fran de prisión hasta el Palacio de Justicia y otra cuando al acabar la sesión lo llevan de regreso a su celda en la que lleva casi cuatro años. Observa la situación con rabia contenida: «Esto no ha ocurrido nunca en España. Es como si aplaudieran a Bretón o a Miguel Carcaño durante sus juicios, cuando todavía no habían sido condenados. Es una falta de respeto incomprensible», afirma.
Francisco Medina se enfrenta a 50 años de cárcel por el doble asesinato cometido en Almonte en abril de 2013. «En el pueblo se ha vendido la falsa de idea de que no hay pruebas y de que se trata de una injusticia. Han desarrollado una campaña de limpieza del nombre de Francisco y han convencido a algunos de que la luna es verde. Menos mal que la Guardia Civil y la Justicia se encargan de recordar que es blanca». Aníbal se refiere a la UCO, Unidad Central Operativa, los especialistas de la Benemérita que resolvieron con éxito, por ejemplo, el caso Yeremi, el cuádruple asesinato de Pioz, y que todavía se esfuerzan por detener a los asaltantes de Diana Quer.
Los agentes recabaron pruebas durante más de un año que no dejan un resquicio a la duda. Así lo ven la Fiscalía, el Juez Instructor, la Audiencia Provincial de Huelva y el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, que una vez tras otra, ante las peticiones de libertad, han mantenido en prisión al único acusado. ¿Cuáles son esas pruebas? Hay muchas, pero la estrella es el ADN.
Miguel Ángel estaba casado con Marianela. Ella se enamoró de Francisco y abandonó el domicilio conyugal unos veinte días antes del crimen, que se cometió en su interior. Una de las últimas cosas que la mujer hizo fue fregar la casa de su marido y colocar toallas limpias en los dos lavabos. En tres de ellas, repartidas por los dos cuartos, se encontró ADN en abundancia de Francisco. ¿Cómo llegó allí su huella genética? Quizá había estado en la casa invitado a comer el día antes a los apuñalamientos, se había lavado las manos tres veces y en cada ocasión se secó en una toalla diferente. Nada se podía descartar, así que los investigadores hablaron con él para despejar dudas. «Llevo casi cuatro años sin entrar en la casa», les confesó. Antes de detenerlo, la Guardia Civil buscó todo otras explicaciones, sin éxito.
La defensa, por su parte, dice haber encontrado una. Los abogados de Francisco defienden que el joven mantuvo relaciones sexuales con Marianela antes de que abandonara la casa y que ella, sin ducharse, se secó con tres toallas diferentes. De esta forma quedó impregnado el ADN de Medina. Los problemas son varios. El primero es que la huella genética de Medina se ha analizado y no se trata ni de semen ni de saliva; el segundo que Toxicología afirma en sus estudios: «Los hallazgos obtenidos de forma repetitiva y reproducible son indicativos de que los restos celulares detectados no proceden de una trasferencia puntual»; y tercero, que sin que hubiera ningún sospechoso, ni detenido, en las primeras horas de la investigación, y en los días posteriores, Marianela no relata lo que cuenta la defensa. Ella explicó que se duchó en su baño, donde sólo había una de las tres toallas impregnadas del ADN del acusado, y que se secó con su albornoz. En ningún caso tocó esas toallas, salvo para colocarlas limpias antes de abandonar el domicilio, lo que, por muy mal que se hubiese lavado, no justifica la abundante presencia de restos epiteliales de Francisco en el escenario.
No es la única prueba, existen otras que sumadas en conjunto le señalan como autor de las muertes: la puerta no estaba forzada, tuvo que ser alguien que tenía acceso a la llave; el asesino llevaba unos guantes que dejaron su rastro en los interruptores y unos idénticos se localizaron en la taquilla en el trabajo del imputado; Criminalística encontró una pisada en el escenario que correspondía a unas zapatillas Nike del 44,5 y aunque Francisco afirma que su talla es el 42, en su casa se incautaron unas deportivas usadas de la misma marca y tamaño; a la hora del crimen debería haber estado trabajando en un supermercado y él asegura que así fue, pero dos testigos lo vieron en la calle, en los minutos previos al doble homicidio, etc.
«Hace cuatro años me robaron a mi hermano y a mi sobrina», dice Aníbal, «y ahora me han robado la posibilidad de escuchar las declaraciones y ver las pruebas», denuncia enfadado. La defensa de Francisco, justo antes de comenzar la vista, pidió por sorpresa que declarase como testigo. Nada puede aportar sobre los apuñalamientos. «Mi testimonio es inútil. Me han citado para octubre y mientras la jueza no me deja entrar en la sala. Así los abogados del presunto asesino impiden que presencie las mentiras y las contradicciones, porque conozco el caso al detalle, y que os las cuente a los periodistas cada día. Es una maniobra sucia y rastrera, de gente sin corazón, que ahora me roba la posibilidad de ver como se aplica la justicia», protesta.
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