Reforma de la Ley del Aborto

El triunfo de la vida ante la adversidad

El triunfo de la vida ante la adversidad
El triunfo de la vida ante la adversidadlarazon

A pesar de los pesimistas pronósticos que algunos médicos hicieron sobre la salud de sus futuros hijos, a pesar de las discapacidades que les anunciaron que podrían tener y que, en algunos casos, no llegaron a ser tales, apostaron por seguir adelante. También hubo madres que pese a estar en riesgo sus vidas no dudaron ni un minuto en dar un paso al frente. «Me llamaron suicida, loca, irresponsable», dice Olga García cuando decidió no abortar a su hija a pesar de que corría el riesgo de morir en el parto y su hija de nacer con malformaciones. «Me dijeron que iba a dar a luz a un monstruo», recuerda Nuria Fernández, que recibió un diagnóstico erróneo. Varias familias relatan a este periódico su apuesta por la vida frente a las presiones para abortar o a las dificultades y las dudas que tuvieron en su elección en la encrucijada emocional que supuso aquel momento. Lo cierto es que, cada una con su circunstancia, todas están convencidas de que hicieron la mejor elección que podían haber hecho por encima de la adversidad tanto si se cumplieron los pronósticos que los médicos les anunciaron como si no. Javier, con síndrome de Down, es el gran regalo para su familia, que cree que «no hay nada más capitalista que matar a una persona porque no va a producir». Son muchos también los que piensan que «un enfermo tiene el mismo derecho a vivir que un sano», dice Javier, el padre de Blanca, de nueve años, que tiene espina bífida y vive feliz.

Javier María Pérez Roldán: su hija nació con espina bífida

«Un enfermo tiene el mismo derecho a vivir que un sano»

Blanca tiene ahora 9 años. Debe desplazarse en silla de ruedas y, salvo «problemillas» lógicos –no puede saltar a la comba con las otras niñas de su colegio–, es algo que ella y su familia tienen completamente normalizado. «Vive la misma situación que un niño con sobrepeso o de otro que lleve gafas», asegura su padre, el abogado Javier María Pérez Roldán. El caso de Blanca supone aproximadamente uno entre 10.000: nació con espina bífida. Hoy «es una niña perfectamente feliz y normal».

Javier cuenta que se enteraron de este problema a los tres meses de embarazo. «El ecografista exageró, dijo que podía nacer tetrapléjica», recuerda. Tanto a él como a su esposa les asaltaron las preguntas inevitables. «Dramatizamos mucho durante el embarazo. No sabíamos lo que iba a pasar. Mi mujer se preguntaba: ''¿Por qué a nosotros?''. Y yo respondía: ''¿Y por qué no?''. Si Dios nos la ha enviado es porque la vamos a cuidar», asegura el padre. Después, un ginécologo les tranquilizó un poco al decirles que nacería con parálisis en ambas piernas. Se presentó la posibilidad de operar directamente en el vientre materno, pero no sólo no había certeza de curar a la pequeña, sino que la vida de la madre podía correr peligro. Así, decidieron dejar a la naturaleza seguir su curso. «Cuando nació, yo la vi muy guapa. Estuvo ingresada durante dos meses y sufrió varias operaciones», dice el progenitor.

Pérez Roldán, abogado del Centro Jurídico Tomás Moro y personado en la causa contra el médico abortista Carlos Morín, publicó una carta en un periódico nacional respondiendo al neurocirujano Javier Esparza, defensor del aborto en casos de malformación fetal. «Se refería al sentimiento de los padres, y además, hacía una relación directa con los casos de espina bífida», explica. Y es que, en su opinión, «el hecho de tener una enfermedad no te puede colocar más cerca de la muerte. La dignidad del enfermo tiene que ser igual que la del sano». Tienen el mismo derecho a vivir. Es como decirle a la sociedad: usted es un producto defectuoso; no nos sirve», concluye.

Nuria Fernández: tuvo un diagnóstico erróneo

«Me dijeron que iba a dar a luz a un monstruo»

Ciega, sorda, muda y tetrapléjica. Éste fue el diagnóstico que sufrió Nuria Fernández por parte de sus ginecólogos. Nuria, de 37 años, tenía 23 cuando se quedó embarazada por primera vez. Y hasta el mismo día en que dio a luz a su hija pensó que el pronóstico se haría realidad. «El feto presentaba dos quistes en el cerebro, cada uno en un hemisferio. Me sometí a un montón de radiografías. Y aquellos no desaparecía. Nos dijeron que iba a ser un monstruo», recuerda Nuria. ¿Por qué, afortunadamente, no se cumplió el diagnóstico? «Nadie lo entiende ni nadie lo sabe», responde.

Reconoce que fueron nueve meses muy duros. «Parte de mi familia no es creyente y no entendía por qué seguía adelante. ''Sois muy jóvenes, vais a tener más hijos'', nos decían». Pero, aparte de sus creencias, Nuria también era maestra de Educación Especial de niños plurideficientes. «No podía plantearme matar a un niño como los que yo tenía en clase», asegura.

Llegó el día del parto. Le pusieron anestesia general y le provocaron una cesárea. «¡Que está bien! ¡Que está bien! ¡No te agobies!». Son algunas de las primeras frases que recuerda, y que fueron pronunciadas por su madre y su hermano. No tuvo dudas en el nombre que tenía que poner a su hija: María. El pediatra veía a la niña cada dos semanas y todo era perfecto.

¿Y cómo es la pequeña hoy? «Una niña sana, alta y guapa que estudia 2º de ESO. ¡La más sana de mis cuatro hijos!», responde la madre. Y no fue el único milagro: en el nacimiento del tercero, sufrió una parada cardiorrespiratoria. «¡Otro milagro!», dice al recordarlo.

Nuria no duda en defender que «toda vida es igual de digna. Quien dice lo contrario es que nunca ha tenido contacto con nadie con discapacidad».

Familia Cabanillas: Javier, de 6 años, con síndrome de Down

«No existe nada más capitalista que matar a una persona porque no va a producir»

Le encanta el pádel, el baloncesto, disfruta con su padre de los partidos de fútbol que retransmiten por televisión, también va a clases de inglés con su hermano pequeño Alfonso. Javier «lleva una vida completamente normal», similar a la de otros niños de seis años, asegura su madre, Alba. Lo único que le diferencia del resto es tal vez su forma de relacionarse, de mirar el mundo. Ah, y lleva gafas. Ése es el único detalle en el que se fijó su hermano Alfonso cuando, con sólo dos años, le preguntó a su madre qué le pasaba a su hermano. Ella trató de explicarle que Javier era diferente y el pequeño creyó que la clave estaba en sus lentes y «que en el cole tenía muchos compañeros que también llevaban gafas; ¿son cómo mi hermano?», le preguntaba a su madre.

El embarazo avanzó sin problemas y sólo en los últimos meses fue cuando la madre «tenía la sensación de que algo no iba bien» y así fue. Javier nació con síndrome de Down y aunque la primera noche la pasó llorando junto a su marido, Eduardo, los dos aseguran orgullosos que su hijo les colma de felicidad. La pareja apuesta por la vida y considera que, en muchos casos, detrás de los abortos existen razones económicas. Es más, Alba, indignada con algunos reportajes que han salido publicados en los medios, se decidió a mandar una carta a un periódico mostrando su indignación. Explica una de las frases que incluía: «No existe nada más capitalista que matar a una persona porque no va a producir». Y es que sabe que, si volviera a pasar por la tesitura y le dijeran que su hijo, durante la gestación, tiene algún problema como el de Javier, seguiría adelante porque « se que abortar, por cualquier circunstancia, es un asesinato». Mientras lo comenta, Alba vigila a Javier y a Alfonso, que juegan a los coches en el suelo del salón, es la fotografía de una familia normal más.

Olga González: puso en riesgo su vida

«Me llamaron suicida por negarme a abortar»

«Si quiere suicidarse es usted libre de hacerlo», le dijo el ginecólogo a Olga González cuando le contestó que quería seguir adelante con el embarazo de su hija Marta. Fue una difícil decisión para ella y para su marido. Olga padece el Síndrome del Anticuerpo Antifosfolípido (SAF), una enfermedad crónica que afecta a la coagulación sanguínea y obstruye el paso de la sangre por las venas y las arterias, lo que le provoca la formación de coágulos. Tener esta enfermedad y quedarse embarazada supone un riesgo altísimo para la madre. Marta era su séptimo embarazo y esta vez Olga podía perder la vida. La niña también podría nacer con malformaciones. Sus anteriores embarazos no pudieron transcurrir con más sobresaltos. En el primero estuvo en coma y en los posteriores sufrió un ictus y tuvo varios desprendimientos de placenta por los trombos que le provocaban la enfermedad. Hubo un médico que incluso se negó a asistirla en uno de los embarazos. Olga se empeñó... Los seis primeros nacieron perfectamente. Después vinieron tres abortos y... Marta. Ningún médico apostaba por que saliera adelante. En el vientre de su madre tenía trombos a su alrededor más grandes que su cabeza y que sus pies. «Me dijeron que el feto iba a sufrir porque había estado tomando medicación; yo corría un serio riesgo de fallecer y entonces fue cuando nos planteamos seguir o no adelante con el embarazo. Mi marido no quería perderme y tenía seis hijos que me necesitaban, pero soy de las que piensa que un hijo es una vida desde el primer momento y que si esta niña tenía que nacer, nacería: si tenía que morir por dar la vida por ella la iba a dar. Así que entré al paritorio con una trombosis después de haber recibido la extremaunción y de haber firmado un documento en el que asumía toda la responsabilidad de lo que pudiera ocurrir en el parto. Me atendieron diez médicos que esperaban lo peor. Pero todo transcurrió con normalidad. Pensaron que la niña venía con una hemorragia cerebral... Todo estaba bien. Marta es un regalazo».

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Ignacio Echave: aconsejaron abortar a su madre

«¿Por qué privarnos de vivir una vida?»

Ignacio tiene hoy 35 años, estudió Empresariales en la Complutense, «sacó» por oposición una plaza de funcionario en el Ayuntamiento de Las Rozas (Madrid)... y todo eso se podía haber ido al garete si su madre hubiera abortado en 1978. Entonces, le diagnosticaron que su hijo nacería con espina bífida y le aconsejaron abortar. «Era un hijo muy querido y ella, además, no estaba a favor de aquello», señala. Hoy, Ignacio puede andar ayudado por dos muletas y lleva una prótesis en una de sus piernas. «Todos valemos para hacer muchas cosas y todos tenemos dignidad. ¿Por qué privar a nadie de vivir una vida?», se pregunta Ignacio, que colabora con la ONG RedMadre, de apoyo a la mujer embarazada.

Fátima Ramírez: decidió continuar

«Me insistían en que lo mejor era no seguir»

A Fátima le quedan sólo unos días para dar a luz a Gabriel; «salgo de cuentas la semana que viene», explica. Pero sólo ha conseguido llegar hasta aquí gracias al apoyo de la asociación Más Futuro, que la está ayudando durante estos nueve meses. Pero antes, por indicación de la trabajadora social de su centro de salud, acudió a una clínica abortista donde le hicieron una ecografía de su hijo. A la salida, dos chicos le plantearon otra vía: seguir adelante con su apoyo, y siguió su consejo. Sin embargo, «la trabajadora social de la clínica me llamó cada día, hasta llegar a la semana 22, para que abortara». Pero ése no fue el único obstáculo que tuvo que afrontar, en el hospital «no me querían dar la tarjeta sanitaria si seguía adelante con el embarazo».

Enhamed Enhamed: Nadador paralímpico

«La vida está por encima de todo»

Enhamed Enhamed se quedó ciego a los ocho años. Considerado uno de los nadadores más veloces, lo cierto es que de pequeño no le gustaba el agua hasta que descubrió que sólo dentro de la piscina se sentía libre. Para él, «ser ciego no es un impedimento. Con el glaucoma no perdí la vista, sino que gané la ceguera. No lo digo como una frase hecha. Cuando volví de Pekín un niño me preguntó si devolvería todas las medallas (nueve nada menos) a cambio de la vista y le dije que no, porque no sería como soy. Aprendí que todos tenemos la capacidad para hacer algo. Si siguiera viendo, no habría sido tan afortunado. Por eso creo que la vida está por encima de todo lo demás. Respecto al aborto, procuro no dar consejos al respecto, pero sí me atrevo a decir que es importante que tengan el apoyo de familiares y de la sociedad y que se les den las herramientas necesarias para apostar por la vida».

David González Moreno, 34 años: Síndrome de Down

«Mi hijo ha pasado toda su vida resarciéndome»

Informal, con pantalones vaqueros y zapatillas Converse nos abre la puerta de su casa David González. Acaba de llegar de su reunión literaria semanal en el Café Gijón, donde «me enseñan a escribir poemas». Ésta es sólo una de las decenas de actividades que hace. «Tiene una agenda muy ocupada», comenta su padre, Ricardo, que permanece atento mientras su hijo, algo nervioso, detalla su día a día; pero sin duda una de las mayores alegrías que les ha dado a sus padres es conseguir un trabajo: «Soy jefe de material de oficina de la empresa Carrier». A la conversación se suma Luisa, la madre de David. Hace 34 años Luisa dio a luz a un niño con síndrome de Down. Y como muchas madres se preguntó: «¿Por qué a mí?». Sin embargo, acto seguido le surgió otra duda: «¿Por qué a mí no?» y más de tres décadas después tiene algo muy claro: «David me dio ese disgusto al nacer y ha pasado toda su vida resarciéndome». Están en contra de la actual ley del aborto porque «es una masacre». «La vida existe desde el minuto cero», dice Ricardo.

Ainhoa, 7 meses: Malformación pulmonar

«Hemos tenido mucha suerte. Ainhoa está bien»

A las 28 semanas de estar embarazada de su segunda hija, a Yolanda los médicos le dijeron que Ainhoa tenía una malformación pulmonar. Al principio, cuando los especialistas le explicaron que hasta que no diera a luz no iban a saber cómo iba a evolucionar, se asustó. Pasó por su cabeza por un instante la idea de abortar, pero esa idea pronto desapareció de su mente: «Madre mía, pensé, una enfermedad pulmonar puede ir al corazón y que mi pequeña no sobreviviese. Pensé en abortar, pero una cosa es lo que te planteas en un momento y otra lo que uno decide hacer». Apostó por vida y así llegó al mundo Ainhoa, que ahora tiene siete meses. Cuando nació fue operada. Una intervención que duró dos horas. «Hemos tenido mucha suerte. Le quitaron un trozo de pulmón y ahora se encuentra bien; tan sólo tenemos que estar atentos para que, entre otras cosas, no se constipe e ir a revisión». Y es que al faltarle un trozo de pulmón los médicos recomendaron a Yolanda y a su marido que no la llevasen a la guardería hasta que no tenga dos años, ya que un mero constipado la puede hacer más daño que a otros niños. «He tenido mucha suerte», reconoce Yolanda, feliz porque este año ella y su marido disfrutarán de una cena de Navidad con sus dos hijas: Sheila y Ainhoa.