Teología de la Historia

El gobierno del mundo por la Providencia

El 25 de marzo de 1984 se hizo una consagración que consiguió el 9 de noviembre de 1989 la caída del Muro de Berlín

Firma de la eliminacion de la Urss .proyecto de un acuerdo sobre la creación de una unión de Estados soberanos. Pero su firma, prevista para el 9 de diciembre, nunca se celebró, pues el 8 de diciembre, los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorussia firmaron un acuerdo que declaró la disolución de la URSS y el establecimiento de la Comunidad de Estados Independientes (CEI). Pasó a la historia como el Acuerdo de Belavezha.
Firma del documento el 8 de diciembre de 1991 que pone fin a la URSS como se había conocido hasta ese momentoAgencia AP

Penetrar en la Teología de la Historia, es decir, en la acción del «brazo de Dios» actuando en el gobierno del mundo, es una de las cuestiones más debatidas y discutidas entre teólogos y creyentes en general. Una de las principales divergencias entre los estudiosos y especialistas en la materia está centrada en el concepto mismo de la Divina Providencia, por cuestionar la compatibilidad de que se cumplan sus inescrutables designios con la libertad del hombre, que Dios siempre respeta. Mantener esa presunta imposibilidad es consecuencia, entre otras razones, de no tener presente una cuestión básica que pertenece a la misma realidad ontológica de Dios. Es algo tan esencial como que Dios está «fuera» del tiempo; es decir, que para Él no existen las categorías temporales de pasado, presente y futuro en las que vive el ser humano: el espacio y el tiempo. Afirmarlo es más sencillo que entenderlo, pero es consecuencia de considerar que el «tiempo» comenzó a existir como tal con la creación, tras el Big Bang, hace unos 13.750 millones de años. Obviamente, su Creador ya existía antes de ello en su «eternidad».

El Big Bang que la Ciencia acredita hace necesaria la existencia de un «principiador» de esa creación, puesto que de la nada no puede surgir ninguna cosa. En este sentido, aporta mucha luz a esta cuestión el libro de José Carlos González Hurtado «Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios», que desmonta la presunción de que creer en Dios es incompatible con lo que la Ciencia demuestra. Todo lo contrario, la casi totalidad (más del 93%) de los premios Nobel de Ciencias de los últimos 100 años se declara teísta, es decir, creyente en un «ser superior», necesario para que pueda ser verdad lo que la Ciencia demuestra y exige. Los ateos y agnósticos son pues una ínfima minoría entre los más destacados científicos del mundo en las disciplinas de Física, Química y Matemáticas.

Pues bien, sentada esta verdad empírica, ese ser «principiador» del Big Bang preexistía cuando el tiempo no lo hacía todavía. Por su parte, la Teología afirma de la mano del Doctor Angélico, Santo Tomas de Aquino, en la Summa Teológica, que Dios se encuentra en un «continuo presente sin fin», denominado por otros doctores y especialistas como un «eterno presente». En definitiva, esta evidencia resuelve directamente la presunta incompatibilidad entre la acción de Dios en la Historia y la libertad humana, que alegan no pocos supuestos doctores y teólogos.

Así, desde su eterno presente, Dios conoce el uso que el hombre va a hacer de su libertad, orientándola en un sentido u otro según la voluntad humana. Por tanto, respetando su libertad siempre, en uso de su capacidad creadora, puede desde su eternidad (su eterno presente), crear a las personas y a los seres animales, naturales, etc. que hacen que se cumplan sus designios según la ley natural establecida por Él y la libre voluntad en el caso de los seres humanos. Esos designios y su ejecución es lo que se entiende por «Providencia que gobierna el mundo». Para ello hay que distinguir entre la «causa eficiente» o primera, que es nuestro Creador, y las causas «segundas», que son los instrumentos que ejecutan esos designios. En el caso del hombre lo hace libremente, como hemos visto.

Entre los teístas creyentes en un ser superior creador del Big Bang, unos creen en el Dios de los cristianos, mientras otros lo hacen en otras divinidades. Pero la Ciencia también demuestra, y el cálculo de probabilidades matemático lo sentencia, que es prácticamente nula la posibilidad de que se hayan producido como fruto del azar la multitud de variables físicas, químicas, biológicas, etc. necesarias para hacer posible la vida del hombre en nuestro planeta. En otras palabras, eso significa que el creador pensó en el ser humano al crear el Universo. Los católicos afirmamos la creencia en un Dios trinitario que se hizo precisamente hombre para redimirlo y permitirle ganar el vivir junto a Él por toda la eternidad, vida eterna que tenía vedada tras el pecado original. Que Dios quisiera humanarse en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, ratifica que el hombre –«Dios creó al hombre, varón y mujer los creó», siguiendo el libro del Génesis– es la criatura predilecta de Dios, y la única creada «a su imagen y su semejanza».

Para la doctrina católica, la Providencia divina gobierna el mundo en sus inescrutables designios, y el sentido cristiano de la Historia considera que este es el escenario en el que desde el comienzo de su vida terrenal, cada hombre se juega el destino de la otra vida cuando llega al final de su existencia mortal.

Y afirma que esta Historia no es una mera sucesión de acontecimientos militares, económicos, políticos, naturales, etcétera, fruto del azar, sino que tiene esa función de permitir al hombre en el contexto histórico concreto de lugar y tiempo que le toque vivir, «aprobar» el examen al final de su vida en su particular juicio.

Este aprobado será la consecuencia de sus actos y su conducta, del ejercicio de su libertad y de su correspondencia a la gracia recibida de Dios.

Así se entiende la profundidad contenida en la frase de san Juan Pablo II que encabeza esta serie dedicada a la Teología de la Historia. Al afirmar Karol Woytila, el Papa polaco y santo, que «no hay meras coincidencias en los designios de la Providencia», confirma que todo lo que sucede en la Historia no es casual, sino que tiene un sentido, siendo este significado el cristiano que hemos comentado.

Sin duda alguna, el Papa supo interpretar correctamente, como una llamada de atención del Cielo, la singular coincidencia de su atentado el 13 de mayo de 1981 –del que milagrosamente salvó la vida– con la fiesta de la Virgen de Fátima. Justo para que se cumpliera la petición que en 1917 había trasladado a la Iglesia y al mundo por medio de los tres pastorinhos, de «consagrar Rusia al Inmaculado Corazón de María por medio del Papa en comunión con todos los obispos del mundo». Petición que no se había cumplido desde entonces, y que produjo en consecuencia que se desarrollara la «guerra mayor» (la Primera Guerra Mundial) y que la Segunda no se pudiera evitar.

En 1981 había un riesgo real de una guerra entre EE UU y la URSS de consecuencias devastadoras para la humanidad, tras la elección de un Papa cuya patria chica, Polonia, era una república comunista perteneciente a la «OTAN comunista» –el Pacto de Varsovia–, movilizada masivamente tras la visita de Juan Pablo II en favor de la libertad. La vida humana en el planeta corría el riesgo inimaginable de un enfrentamiento nuclear, y para evitarlo la Providencia actuó permitiendo ese atentado terrorista. Dios es el Señor de la Historia, el principio y fin de la misma, el dueño del tiempo y de la cronología. Solo Él y nadie más que Él conocía el gran peligro del momento, y habló al Papa y a la humanidad con esa singular y providencial coincidencia.

El 25 de marzo de 1984 se hizo una consagración que consiguió el 9 de noviembre de 1989 la caída del Muro de Berlín, que separaba la Europa Occidental de la Europa comunista, sin violencia militar ninguna entre las dos superpotencias del momento. Y dos años después, la propia URSS desaparecía, desplomándose como un castillo de naipes. Fue el 8 de diciembre de 1991, día de la fiesta de la Inmaculada Concepción, a cuyo Corazón Inmaculado Rusia había sido consagrada por el Papa. Las coincidencias siguieron para que quien quiera ver y entender, pueda hacerlo.

Dios le habla al mundo en la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia por Él fundada. También con revelaciones privadas –Fátima, Lourdes, Guadalupe, etc.–. Y con providenciales coincidencias como éstas.