Reforma de la Ley del Aborto

La novela de terror sale a la luz

La Razón
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Kermit Gosnell, nacido en Filadelfia en 1941, se graduó como médico en 1966. Inicialmente trabajó en distritos pobres de su ciudad y puso en marcha un centro de ayuda a las víctimas de la droga. Muy pronto se convirtió en un militante a favor del aborto y rápidamente pasó a la acción: en 1972, un año antes de la sentencia del Tribunal Supremo que legalizó el aborto en Estados Unidos, abrió una clínica abortista, que ha dirigido durante casi 40 años. El negocio prosperaba y, para asegurar una mayor afluencia de clientes, Gosnell trabajaba en colaboración con otros centros de Delaware y Luisiana. Tanta actividad despertó el interés de las autoridades sanitarias, que reiteradamente sancionaron a Gosnell por mala práctica. Los primeros expedientes destaparon hechos como emplear a personal sin cualificación sanitaria, pero sucesivas inspecciones y denuncias de ex empleados han terminado aireando una descomunal cámara de los horrores que ha acabado con la detención de Gosnell en enero de 2011. Ahora deberá responder ante un Gran Jurado. El informe de 280 páginas, publicado por el tribunal, se lee como una novela de terror. La lista de infracciones es interminable, una especie de antología del crimen. Gosnell se dedicaba de modo especial a los abortos tardíos, por los que cobraba hasta 3.000 dólares, y también a los de adolescentes, a las que tranquilizaba afirmando que el tratamiento que iba a aplicarles era el mismo que había efectuado a su propia hija. La sangre corría abundantemente: el ex trabajador Stephen Massof testifica que vio nacer vivos a un centenar de bebés, supervivientes del aborto, que a continuación fueron simplemente decapitados. Gosnell está acusado por asesinato en primer grado de siete de esos recién nacidos. También de asesinato en tercer grado de una mujer en 2009, muerta a causa de una sobredosis de medicamentos.

Un asunto de esta naturaleza hubiera merecido la atención de los medios de comunicación nacionales, cosa que no ha sucedido. ¿Cómo se explica este silencio? Los propios expertos norteamericanos en opinión pública han empezado a estudiar el fenómeno. Las hipótesis más plausibles mencionan la fuerte polarización que divide a la sociedad norteamericana entre los defensores de la vida («pro life») y los promotores del aborto («pro choice»). La mayoría de los periodistas militan en este último bando y parecen haber preferido el silencio antes que informar de un caso que podría suministrar munición al enemigo.

Los defensores del aborto intentan hacer creer que el debate terminó hace tiempo y que la «interrupción voluntaria del embarazo» es una realidad ya pacíficamente asumida por las sociedades occidentales. Estimo que no es así, y casos como el de Kermit Gosnell nos lo recuerdan de modo abrupto. Hay que seguir hablando sobre el aborto. Sería deseable hacerlo, como corresponde a una sociedad democrática y pluralista, en un tono respetuoso, sincero, civilizado.