Lotería de Navidad
El 62.246 y el presagio de Joel
Testimonio / Lorena, Vanesa y Bea; premiadas el año pasado
«A nosotras nos hacía falta». El 62.246 será un número que ni Lorena, ni Beatriz ni Vanesa olvidarán fácilmente. Estas amigas de 35 años, habitantes de Alcorcón, llevaban más de una década jugando cuatro décimos de lotería de distintos puntos de España con poca suerte. El año pasado no lo habían hecho; «total, como nunca tocaba». A última hora, Lorena decidió bajar a la a la plaza El Salvador de Leganés, donde se encuentra la administración de María Luisa, y se llevó un número del 62.246 para jugarlo entre ella y sus dos amigas. Lorena llevaba desde 2006 invirtiendo todos sus ahorros para la compra de un piso en una cooperativa; mientras tanto, vivía con sus padres pagando el préstamo que había pedido. En 2012 le comunicaron que la empresa entraba en concurso de acreedores, «olvídate de piso y de dinero», pensó Lorena, que no podía creerse su mala suerte.
Su amiga Bea, por su parte, trabajaba prácticamente para pagar la hipoteca, como muchos de su generación, y sin poder darse un capricho. Y la tercera del grupo, Vanesa, tenía una situación aún más delicada: estaba embarazada y su marido se encontraba en paro, y había decidido llamar Joel al niño que estaba a punto de dar a luz. Precisamente, otro pequeño también de nombre Joel les iba a dar a estas tres amigas la alegría con la que recuperarían la vida que la crisis les había arrebatado. A las 11 menos cuarto, los niños del Colegio de San Ildefonso, Joel y Andrea, cantaban el premio más emblemático de la lotería de nuestro país. «El Gordo» había recaído en el 62.246. El número que Lorena compró a última hora sólo para no faltar a la tradición.
«Cuando me llamaron no me lo creía, hasta que puse la tele y ya no podía dejar de llorar», así recibió la noticia Lorena. Pero nada de tirar las campanas al vuelo. «Al día siguiente a las 8: 30 estaba metiendo nóminas», asevera esta mujer, que trabaja en el departamento de recursos humanos de una consultoría. Desde entonces, Lorena pudo por fin independizarse a sus 35 años, aunque viviendo de alquiler, pues «para comprar un piso no me da», apostilla. Además, el premio vino con un pan debajo del brazo, su padre sanó de su enfermedad y tanto a él como a su madre los pudo ayudar económicamente.
Bea ahora trabaja para vivir y no para pagar su hipoteca, y el pequeño Joel nació sin saber que su nombre había sido el presagio de la mejor noticia que les podrían haber dado a sus padres. Para celebrarlo sólo realizaron un gasto extraordinario: un bien merecido viaje a Cuba.
✕
Accede a tu cuenta para comentar