América
Mayas, la civilización perdida
Por encima de las copas de los árboles de la selva mesoamericana se alzan monumentales templos coronando altas pirámides, atisbando un horizonte hoy muy distinto al de antaño
Los restos de esta arquitectura monumental, en su mayoría erigida en el período maya clásico (ca. 250-900 d. C.), pueblan todavía buena parte del paisaje. Algunas de estas edificaciones están en ruinas, pero preservan aún su orgullosa estructura, sustentada capa a capa, como si de estratos arqueológicos se tratara, por otros edificios monumentales anteriores a ellas. Buena parte de la pujanza de las ciudades mayas puede observarse a través de la erección de monumentos y registros epigráficos, de los que conocemos un sinnúmero de ejemplos. Entre la maleza de la actual selva de Belice, en las tierras bajas de la península del Yucatán, asoma hoy el espléndido conjunto de Caana, como si fuera un gran rascacielos en mitad de una jungla urbana. Es la mayor construcción de la ciudad de Caracol, uno de los centros precolombinos más importantes de la región. Con sus 43 m de altura, Caana, «el lugar del cielo», era a la vez el palacio y el centro administrativo de la ciudad. Su estructura se asienta sobre una gran plataforma en buena medida perforada por tumbas de personajes de la élite local y coronada por tres templos piramidales organizados en torno a un patio a su vez flanqueado por otros edificios menores destinados a cuestiones administrativas, religiosas y residenciales. Pero conviene recordar que las ciudades mayas son mucho más que los fastuosos centros monumentales que hoy se ven poblados por docenas de turistas atraídos por sus altas pirámides escalonadas, y hay que imaginarlas mejor como una mancha que se extiende en la jungla, con un paisaje disperso ocupado por cientos de sencillas cabañas asentadas en pequeñas plataformas y fabricadas con materiales orgánicos que no resisten el paso del tiempo y solo dejan leves huellas apenas observables a través de un examen arqueológico minucioso.
Caracol tiene un origen que remonta al 600 a. C., en el Preclásico medio, y fue redescubierta en 1937. Es una de las ciudades mayas mejor conocidas, merced a los más de treinta y cinco años de campañas ininterrumpidas que se han llevado a cabo hasta el momento.
Megalópolis en la selva
Durante mucho tiempo se creyó que esta ciudad, con un centro monumental muy compacto, tenía un tamaño muy modesto, pero el estudio del territorio circundante revela lo contrario: el espacio habitado es muy disperso, y en este caso la zona habitada se extendía en una superficie de 200 km2; un espacio poblado de terrazas adaptadas al cultivo y vertebrado a partir de una serie de núcleos secundarios perfectamente conectados con el centro administrativo mediante una compleja red de calzadas. En su etapa de mayor esplendor (ca. 600-700), durante el período clásico, se cree que albergó una población de unos 100.000 habitantes. Ejemplos como este son testimonios del poder y la autoridad de las monarquías que gobernaron en las grandes ciudades del Clásico maya, expresado de múltiples formas y con distintos medios a través de estelas, inscripciones, murales pintados y objetos de lujo que acompañaban, como buenos instrumentos de propaganda, la legitimación del poder de estos soberanos, fundamentada en sus ancestros y en el diálogo con los dioses. Y es que la cultura maya ha sido siempre una de las que más ha fascinado a la investigación arqueológica, pero también a una cultura popular cautivada por el amplio conocimiento cosmológico de los antiguos mayas, su complejo y preciso calendario y sus enigmáticas inscripciones, tan solo descifradas de forma clara hace cuatro décadas. Sin embargo, no hay necesidad de recurrir a disparatadas teorías de influencias ultraterrenas, sino que puede indagarse en sus textos epigráficos, de clara naturaleza política, o en sus complejas creencias observables a través de sus mitos y de sus prácticas rituales, que cuentan con aspectos llamativos como los sacrificios humanos, pero también con otras muchas formas de devoción más mundanas. Pese a ese aspecto extraño, a menudo con modificaciones cefálicas y cráneos pronunciados, los reyes mayas que gobernaron con el uso de la autoridad eran muy humanos; tan terrenales que fueron incapaces de imponerse en un territorio que en todo momento se mostró muy atomizado y fragmentado en grandes ciudades completamente independientes.
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