Semana Santa

Órdago del Papa a Rusia y Ucrania para negociar

Ante unos 100.000 fieles para la bendición del Urbi et Orbi

La diplomacia vaticana, con el Papa como abanderado, da un paso al frente para proponer válvulas respiratorias a la guerra en Ucrania y el asedio en Gaza. Tradicionalmente, a través del discurso adosado a la bendición Urbi et Orbi, sea en Navidad o en Pascua, permite a la Santa Sede elaborar su particular radiografía de los conflictos planetarios y de otras tantas amenazas de los derechos humanos. La sola mención de un país y el recado enviado con «finezza» a las autoridades correspondientes supone mucho más que un mero brindis al sol por la paz para convertirse en algo más que una sutil presión institucional.

Sin embargo, ayer, desde la logia central de la basílica de San Pedro y tras presidir la misa de Pascua, Francisco fue más allá en su referencia a los dos máximos focos de violencia que conforman lo que él mismo ha denominado en otras ocasiones «tercera guerra mundial a pedazos».

«Mi pensamiento se dirige principalmente a las víctimas de tantos conflictos que están en curso en el mundo, comenzando por los de Israel y Palestina, y en Ucrania», dejó caer como anticipo, para poner en el foco en «las martirizadas poblaciones de esas regiones». Fue entonces cuando lanzó su particular órdago a Volodímir Zelenski y a Vladímir Putin: «Invito a respetar de los principios del derecho internacional, hago votos por un intercambio general de todos los prisioneros entre Rusia y Ucrania. ¡Todos por todos!», enfatizó. Esta intervención quirúrgica de la geopolítica vaticana, medida en cada palabra no se trata de una ocurrencia, sino que cuenta con la supervisión de la Secretaría de Estado de la Santa Sede.

La firmeza y tono marcadamente serio con el que el pontífice argentino pronunció ese «todos por todos» fue correspondido con un largo aplauso por los 60.000 peregrinos que abarrotaban tanto la Plaza de San Pedro como la Via della Conciliazione respaldaron la demanda del Papa. En una mañana desapacible en la que no rompió a llover durante el acto, la sintonía unánime con su auditorio se repetiría segundos después al referirse a la encrucijada que atraviesa Tierra Santa. De nuevo, se multiplicaron los aplausos.

«Reitero el llamamiento para que se garantice la posibilidad del acceso de ayudas humanitarias a Gaza», compartió el Obispo de Roma, que reclamó a la par «la rápida liberación de los rehenes secuestrados el pasado 7 de octubre y a un inmediato alto el fuego en la Franja».

Los fieles que le escuchaban volvieron a interrumpir su alocución de nuevo cuando el Papa se centró en las víctimas más vulnerables de ambos conflictos: «No permitamos que las hostilidades en curso continúen afectando gravemente a la población civil, ya de por sí extenuada, y principalmente a los niños». «¡Cuánto sufrimiento vemos en sus ojos! ¡Esos niños en aquellas tierras de guerra se olvidaron de sonreír!», denunció, dejando los papeles a un lado para, ahora sí, expresar con la espontaneidad propia de Jorge Mario Bergoglio. Y continuó: «Con su mirada nos preguntan: ¿Por qué? ¿Por qué tanta muerte? ¿Por qué tanta destrucción?». «La guerra es siempre un absurdo y una derrota», se respondió. Para culminar su análisis sobre Ucrania y Gaza, el Sucesor de Pedro hizo un llamamiento para que «no permitamos que los vientos de la guerra soplen cada vez más fuertes sobre Europa y sobre el Mediterráneo». «Que no se ceda a la lógica de las armas y del rearme», denunció.

A partir de ahí, Francisco se adentró en otros tantos escenarios críticos que asolan el plantea como Siria y su «guerra larga y devastadora» que «espera respuestas» que no llegan de la comunidad internacional. De la misma manera, se refirió al «bloqueo institucional» que sufre Líbano y al conflicto abierto entre Armenia y Azerbaiyán para que «puedan proseguir el diálogo, ayudar a las personas desplazadas, respetar los lugares de culto de las diversas confesiones religiosas y llegar cuanto antes a un acuerdo de paz definitivo».

Dentro de este repaso, al detener en el continente negro, Francisco subrayó el calvario que atraviesan las «poblaciones exhaustas en Sudán y en toda la región del Sahel, en el Cuerno de África, en la región de Kivu en la República Democrática del Congo y en la provincia de Cabo Delgado en Mozambique».

En América, concentró su denuncia en el vacío de poder que continúa sepultando Haití, el país más pobre del continente, «para que cese cuanto antes la violencia que lacera y ensangrienta el país, y pueda progresar en el camino de la democracia y la fraternidad». Al mirar a Asia, el pontífice alentó «el camino de la reconciliación en Myanmar», bajo el control de una junta militar. «Que se abandone definitivamente toda lógica de violencia», remarcó el Papa. Tampoco se olvidó de quienes se han convertido para él en el icono de los pueblos más castigados del planeta: los Rohinyá.

Junto a estas referencias directas, Francisco también se refirió a otros fenómenos globales como el terrorismo, la trata de seres humanos, la inseguridad alimentaria, los efectos del cambio climático o la crisis migratoria. En definitiva, como él mismo resumió, cuestionó la manera en la que «se desprecia el don precioso de la vida» en todos sus estadíos: «Que la luz de la resurrección ilumine nuestras mentes y convierta nuestros corazones haciéndonos conscientes del valor de toda vida humana, que debe ser acogida, protegida y amada», imploró el pontífice.