Energía

¿Por qué calientan las mantas?

¿Por qué calientan las mantas?
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La naturaleza, que es sabia, nos ha dotado no de uno ni de dos sino de tres métodos básicos para producir calor. Hay otros muchos, pero los que realmente mueven la mayor parte de la energía calorífica del universo son la convección, la radiación y la conducción.

De todos ellos gozamos a diario. La radiación es el fenómeno físico que está detrás de que el sol nos caliente, incluso de que nos queme. La radiación solar (fundamentalmente ultravioleta) y otras como la infrarroja es al mismo tiempo una onda y una partícula. El efecto físico del movimiento de los fotones sobre un cuerpo a una determinada velocidad genera energía que se disipa en forma de calor.

La conducción es un proceso físico que entra en juego cuando dos cuerpos entran en contacto directo y se permite la transferencia de calor entre ellos. Por ejemplo, cuando introducimos una barra de hierro en el fuego y tocamos luego el extremo de la barra que no ha estado en contacto con la fuente de calor, nos quemamos los dedos. El calor ha recorrido la barra y ha transferido la energía a nuestros dedos porque el hierro es un material muy termoconductor. Si la barra es de madera no ocurre lo mismo: la madera es mala conductora del calor.

Existe una tercera forma de transferir calor: la convección. Para ello hace falta que exista un fluido (aire, líquido o plasma). El calor se transmite cuando el fluido se mueve. Por ejemplo, cuando ponemos agua a hervir. En cuanto aumenta la temperatura de la base del cazo, el agua que está más cerca de ella se calienta y cambia de densidad. Las moléculas de esa parte del agua tienden a ascender, mientras que las que están en la superficie (más frías) bajan. Por eso se produce el borboteo propio de la ebullición, que no es otra cosa que un frenesí de moléculas de agua moviéndose por mor de la convección térmica.

Pues bien, en el confortable y nunca suficientemente bien ponderado acto de echarse una mantita por encima intervienen dos de estos procesos: la convección y la conducción, o más bien a negación de ambas.

Las mantas, o la ropa de abrigo, en realidad no calientan; más bien impiden que nos enfriemos. Nuestro cuerpo, por el simple hecho de estar vivos, genera calor. Debemos permanecer a esa temperatura vital de entre 36 y 37 grados y nuestros órganos y vísceras son fábricas de producción y destrucción de calorías (más bien de transformación).

Por convección, parte de ese calor se disipa en nuestro entorno. Por ejemplo, cuando sudamos y el agua de nuestra piel se evapora. El calor se pierde y la piel se enfría. Una manta es una barrera física que evita que ese calor se disipe demasiado lejos de nosotros. Así se mantiene en contacto con nuestra piel.

Pero, además, los materiales con los que está confeccionada la manta son malos conductores del calor. Por eso, la manta puede estar muy caliente por dentro y fría por el lado que da a la intemperie. Y por eso, las sábanas generalmente están más frías: ellas conducen mejor el calor, permiten que se escape. Conducción y convección se dan de la mano bajo las mantas en las frías noches de invierno.