En primera persona
Sextorsión: «Me hackearon el ordenador, me robaron fotos íntimas y me exigían 2.200 euros para no enviárselas a todos mis contactos»
Cuando Patricia recibió el primer email del extorsionador pensó que era spam, hasta que el marido de una amiga le informó de que había recibido unas fotos suyas. Así comenzó su viacrucis policial y judicial para frenar el envío masivo a todos sus contactos
Cuando a Patricia Franquesa le robaron el ordenador portátil, no imaginaba lo que se le vendría encima. Había viajado desde Barcelona, donde reside, a Madrid por motivos laborales. Mientras estaba tomando algo en el popular bar «El Brillante», alguien le sustrajo el portátil. Lo denunció y comenzó a buscar uno nuevo por internet. En ese momento, pensaba que era el mayor de sus problemas.
Dos meses después, recibió un sospechoso email en el que un anónimo le informaba que había hackeado su ordenador y que tenía fotos comprometidas suyas. Le exigía 2.400 dólares (2.200 euros) o, de lo contrario, haría públicas esas instantáneas íntimas que Patricia guardaba en una carpeta del PC.
«No le di importancia, pensaba que era spam y lo ignoré. Pero, al cabo de unas semanas, el marido de una amiga me envió un mensaje en el que me decía que había recibido un correo un tanto extraño con unas fotos íntimas mías. Fue entonces cuando volví a revisar aquel mensaje y caí en la cuenta de que se trataba de una extorsión en toda regla. Al principio, me quedé en shock, lo volví a leer y vi que, además, me indicaba cómo proceder al pago del chantaje: tenía que enviar la cantidad de dinero a través de bitcoin, y, si no lo hacía, todas las personas que aparecían en mis contactos recibirían esas imágenes. Sentí un silencio y un vacío absoluto, como si el tiempo se parara», relata a LA RAZÓN.
Sentimiento de culpa
Pero, como Patricia es una mujer de acción, decidió llamar rápidamente a la Policía para informarles de la situación. Acudió a la comisaría. «Comprendo que haya quienes, por vergüenza o miedo, paguen y se olviden del tema, o al menos, sientan que tienen el control de la situación a través del pago que exigen. Pero yo me resistía. Es verdad que algunos comentaban: “Si no tuvieras esas fotos, no podrían chantajearte”. Me parecía una afirmación terrible, porque yo puedo tener lo que quiera en mi ordenador, es mi privacidad. No quiero ni imaginar lo que sienten las personas que sufren sextorsión con imágenes que ellos mismos han enviado a terceros. El sentimiento de culpa debe ser terrible. Pero ese no era mi caso. Alguien había hackeado mi ordenador y usaba cosas mías privadas para chantajearme», detalla.
En la comisaría, las cosas tampoco fueron sencillas. Las miradas de algunos agentes la hacían sentir mal: «Parecía como si yo fuera culpable de la situación. Incluso, uno de ellos me dijo que a ver si alguna vez les hacía fotos íntimas a él y a su mujer. No me lo podía creer».
Durante este proceso, Patricia, que es productora y directora de cine, decidió comenzar a documentar todo lo que estaba viviendo con la intención de contarlo en el futuro en formato cinematográfico, para poder ayudar a otras personas a gestionar una situación similar. Así surgió «Diario de mi Sextorsión», su segundo largometraje, en el que narra cómo cambió su día a día al convertirse en víctima de un ciberacoso sexual.
Mientras ella confiaba en que la investigación policial daría con la persona que le robó el portátil y podría atar cabos para identificar al extorsionador, este continuaba presionando. Le daba una fecha concreta para realizar el pago o procedería al «envío masivo», como explicaba en sus correos. «Gracias a la ayuda de varios amigos, comencé a indagar por mi cuenta. Analicé las IP desde las que enviaba los mensajes, pero era complicadísimo. Traté de consultar varias veces a la Policía sobre el estado de mi caso, enviaba emails, llamaba... pero no me hacían caso y la fecha límite para hacer el pago se acercaba».
Más personas, puntualmente, fueron recibiendo sus fotografías, como una forma de presión. Patricia no daba crédito. En ese momento, en 2019, además, estaba empezando a destacar en su carrera, y esa felicidad se veía eclipsada por la presión que sentía cada día ante la posibilidad de que personas del trabajo o incluso familiares recibieran las imágenes. Cuando pasaban unos días y no tenía noticias del acosador-chantajista, Patricia, que entonces tenía 29 años, pensaba que lo había dejado pasar, pero de pronto, llegaba un nuevo email.
«Me sentía tan perdida que también empecé a buscar en internet qué era la sextorsión. Vi que había muchísimos casos en todo el mundo y un gran número de adolescentes que lo sufrían. Descubrí que en Inglaterra había altos índices de suicidios de jóvenes por este motivo. Yo seguía con un instinto de supervivencia brutal», relata.
Para ella, pagar era la última opción: «Si lo hacía, alimentaba la posibilidad de que lo hicieran con otras personas. Quería pararlo, no ceder, pero no sabía cómo», reconoce.
Por suerte, su familia, en especial su padre, estuvo a su lado desde el principio: «Desde el momento en el que se lo conté, me dijo: “Hija, tú no has hecho nada malo, no tienes que avergonzarte”. Para mí, su apoyo fue fundamental».
La hora de la verdad
El hacker enviaba siempre los emails los domingos por la noche. Ella intuía que era un hombre y esperaba con ansiedad el siguiente paso de su acosador. Llegó el día que este había marcado para realizar el envío masivo. Patricia estaba paralizada, esperando ver qué ocurría. Pero aquel día no pasó nada. Entonces, tomó una decisión: «Pensé que no podía seguir así, en esta situación de angustia, sintiéndome tan vulnerable y desprotegida por el sistema policial y judicial. No se había conseguido nada en la investigación, así que decidí: seré yo quien envíe las fotografías con las que me están chantajeando. No fue una decisión fácil, lo pasé muy mal. Pero si lo hacía, el acosador pararía. Llevaba así más de dos meses. Era un tipo de violencia terrible a la que tenía que poner fin de alguna manera», lamenta.
Envió las fotografías, acompañadas de un texto aclaratorio sobre el motivo por el cual estaba compartiendo ese material, a todos sus contactos. A todos.
«Fue un paso muy difícil, lloré. No lo hice porque sea poderosa, sino por pura desesperación», confiesa. La reacción de sus contactos fue «brutal». Todos le mostraron su apoyo. Patricia sintió alivio. El hacker, hasta ahora, no ha vuelto a ponerse en contacto con ella y la investigación sigue abierta.
La policía detuvo al hombre que le robó el ordenador, pero aún no se ha podido establecer la conexión con el hacker.
Ahora, quiere que su historia sirva de utilidad para quienes estén en su misma situación. De hecho, desde que comenzó con el proyecto, muchas personas se han puesto en contacto con ella. «Algunos me han dicho que también los chantajearon con fotos íntimas y que decidieron pagar porque sentían miedo y vergüenza», relata.
Recientemente, un amigo con el que llevaba tiempo sin hablar la llamó para contarle que lo estaban extorsionando con unos vídeos íntimos que había grabado. Él tiene pareja y le costaba mucho afrontar la situación. Le habían enviado capturas del video que difundirían si no pagaba. Le aconsejó que lo primero que debía hacer era acudir a la Policía. Lo hizo, pero en la primera comisaría no le tomaron en serio y tuvo que ir a otra. «Creo que es fundamental que haya formación tanto en la Policía como en el sistema judicial sobre estos temas, porque no puede ser que se nos trate a las víctimas como culpables», reflexiona.
Como dice Patricia, pagar es la solución rápida, «pero hay que luchar para que los malos no se salgan con la suya».
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