Accidente de tren en Santiago

También hay finales felices

Jessica Villares, a las puertas del complejo hospitalario de Santiago
Jessica Villares, a las puertas del complejo hospitalario de Santiagolarazon

Fue una de las primeras en llegar a las vías para prestar auxilio aquel fatídico 24 de julio y aún sigue pensando que «no hice lo suficiente». Jessica Villares es enfermera y el día de la tragedia había tenido turno de mañana en la UCI del Complejo Hospitalario Universitario de Santiago (CHUS). Una llamada de su padre, policía local, la puso en alerta: «Recibió un aviso desde centralita. Un tren había descarrilado». Jessica no dudó, llamó al 061 y cuando le dijeron que estaban desbordados cogió el coche y se fue a las vías. Llegó treinta minutos después de que ocurriera el accidente y aún estaba todo por hacer.

Sólo había dos enfermeras más. Judit era una de ellas, del Hospital Conxo. También estaba librando y vive a pocos metros del siniestro. Al llegar «los bomberos estaban apagando el vagón incendiado», recuerda. Se dejó guiar por su instinto y comenzó a poner vías inmediatamente. Los viajeros del vagón que saltó por los aires fueron los primeros a los que atendió Judit. Después bajó a las vías. Allí ya estaba Jessica. Comenzaron a montar el hospital de campaña. Sólo contaban con las manos de otro médico y de una ambulancia medicalizada. Por eso, los vecinos de Angrois jugaron un papel clave. «Son los verdaderos héroes. Yo hice lo que me tocaba, para eso soy enfermera, pero ellos... Se quedaron allí todo el rato, nos trajeron agua, mantas... nos alumbraban con los móviles, sostenían los líquidos para las vías y, si el goteo se interrumpía te llamaban rápidamente», insiste Jessica. Ella está acostumbrada a ver el resultado de los accidentes de tráfico. Llegan a menudo a su centro, pero «nunca había visto a gente tan destrozada. Hubo muchas amputaciones y la mayoría no sobrevivían». Incluso también recuerda situaciones de completo «shock» como la de una pareja de jóvenes que «tenía risa nerviosa. Se enseñaban las heridas y los cortes». Tanto Judit como Jessica perdieron la noción del tiempo mientras auxiliaban a los enfermos. Sólo recuerdan que a media noche la situación ya estaba controlada. Intentaron seguir ayudando en el hospital pero, «la directora de Urgencias nos pidió que nos fuéramos porque al final éramos más sanitarios que enfermos», recuerda Jessica.

Dos días después volvió a incorporarse a su turno. Ya tenía la imagen grabada de la hilera de fallecidos que ocuparon parte de la vía, pero aún tenía que lidiar con otro trago más. «Las familias desfilaban por la UCI buscando a sus familiares», pero a muchas se les quitaba esperanza de la mirada cuando la búsqueda era infructuosa. Se le quedó grabado el caso de un padre que buscaba a su hijo: «Lleva dilatadores en las orejas», les contaba esperanzado, pero no hubo suerte. También recuerda finales felices, como el de José Javier, el chico de Valladolid que sufrió un golpe muy fuerte en la cabeza y que ha despertado del coma que sufría: «Su hermano le identificó gracias a una mancha roja que tiene en el pecho. Se echaron a llorar al verse». Una de las últimas en abandonar la unidad donde trabaja Jessica es Verónica. Su anillo de boda dio con su nombre. Afortunadamente, ya sólo quedan 14 heridos del accidente y todos reciben tratamiento en planta, salvo la madre de Esther que sigue ingresada en la unidad de críticos del CHUS: «Hace dos días parecía que mejoraba, pero sufre una enfermedad previa al accidente que le está complicando su recuperación. Ahora estamos esperando a ver si dan con el antibiótico que mejor le funcione», explica su hija que lleva un mes fuera de su casa. Han viajado desde Torrejón de Ardoz, en Madrid. Día y noche espera buenas noticias, mientras los sanitarios también intentan superar tanta tragedia: «Muchas de mis compañeras están necesitando medicación, otras no paran de llorar. Yo tuve pesadillas los primeros días y cuando llegué a casa después de esa noche, me puse a temblar».