Tres años de pandemia
«Tengo 26 años y tomo 14 pastillas diarias por las secuelas de la covid»
Sheila se contagió en la primera ola y tres años después sigue padeciendo nuevas patologías derivadas del virus: «Me tomaban por loca», dice
Sheila había comenzado hacía poco a ejercer su profesión, la enfermería. Con 23 años y con un doble máster en urgencias hospitalarias y enfermería quirúrgica vivía su trabajo con pasión y vocación. Le gustaba hacer deporte y tener una vida social activa. Era una joven llena de vitalidad y dispuesta a comerse el mundo. No contaba con que una pandemia arrasaría con todos sus planes de vida y que su salud daría un giro de 180 grados. Hoy, sentada en el sofá de su casa en Tarragona desde donde apenas puede moverse, nos atiende con voz seria, cansada, angustiada, pero no resignada. No va a tirar la toalla.
Fue de las primeras personas que contrajo la covid en el hospital donde trabajaba en marzo de 2020, en la primera ola, cuando este virus sentenciaba de muerte a centenares de personas cada día. «Pasé la enfermedad con síntomas leves, no requerí ingreso, estuve 40 días aislada en mi casa. Pero lo peor estaba por llegar», relata con pesar.
Inicialmente, «solo» sufría de tos, malestar, dolores articulares y cierta fatiga. Pero estos síntomas iban «in crescendo», se sumaron los mareos, los fuertes dolores de cabeza y el ahogo al respirar. «A día de hoy, tres años después, siguen apareciendo nuevos síntomas y los que ya padecía se han ido agravando. A lo largo del día sufro episodios fuertes de disnea, es decir, falta de aire con esfuerzos mínimos, taquicardias, vértigos, no he recuperado ni el olfato ni el gusto, me han surgido problemas digestivos, enfermedades endocrinas, afección neurocognitiva...», relata mientras añade que estos no son todos los problemas de salud que padece. «También he perdido fuerza muscular, tengo niebla mental... la covid persistente es una enfermedad muy compleja y multiorgánica de la que todavía se conoce muy poco. Yo siempre fui una chica muy sana y ahora tengo que tomar 14 pastillas diarias, es un infierno».
Se calcula que entre un 10% y un 15% de las personas que se han contagiado de covid padecen esta enfermedad. Por lo tanto, si en España se han infectado más de 13 millones de ciudadanos, podríamos estar hablando de que 1,3 millones sufrirían covid persistente. Sanitarios e investigadores siguen estudiándola sin que todavía haya resultados esclarecedores.
«Ahora, la sociedad está más concienciada sobre lo que nos ocurre, pero al principio se nos trataba de locos, exagerados. Hemos tenido que luchar mucho para que se nos comprenda, tanto a nivel personal como con el sistema sanitario, que ponía en duda nuestra enfermedad. Sinceramente, yo me he sentido humillada, tenía que explicar que lo que me pasaba era real, que no era fruto de mi imaginación».
Según relata, los primeros pasos hasta que la propia OMS reconoció esta patología requerían de un esfuerzo sobrehumano para que los médicos comprendieran lo que le estaba ocurriendo: «Ten en cuenta que lo que al principio pasaba es que no había términos medios: o la gente se moría por covid o se recuperaba sin más. Los intermedios, los que nos quedamos ahí con síntomas que iban a más éramos un incordio y se nos dejaba de lado. He conocido a mujeres a las que el médico les ha llegado a decir que los problemas que tenía eran por la menopausia. Incluso se nos derivaba a salud mental porque pensaban que estábamos somatizando. Ha sido y sigue siendo una pesadilla».
Pero Sheila decidió que no se iba a callar y que iba a hacer todo lo posible para poder recuperar su vida precovid. Se sumó a varios grupos de covid persistente que se fueron generando y entró en la unidad específica para estos pacientes que se creó en el El Hospital Universitario Germans Trías i Pujol de Can Ruti.
«Me he sentido muy apoyada por ellos, la verdad, porque desde el minuto uno dieron credibilidad a lo que me pasaba. Están realizando mucha investigación al respecto y buscan cómo paliar nuestra sintomatología. Sentirte comprendido y no rechazado es fundamental», apunta la joven catalana.
Ensayos clínicos
En Can Ruti están en marcha en este momento dos ensayos, uno sobre plasmaféresis, que consiste en separar el plasma de las células sanguíneas para luego mezclar estas células sanguíneas con un líquido que reemplaza el plasma y se devuelven al cuerpo, y otro con un retroviral que parte de la hipótesis de que existe en el cuerpo de los pacientes un reservorio del virus y que está arrinconado en alguna parte del cuerpo. Ella se ha ofrecido como «cobaya» para varios de los ensayos clínicos que están realizando allí para pacientes con covid persistente. «Ahora mi día a día consiste en ir a hacerme pruebas para ver si encajo en alguno de los ensayos. En el primero me han descartado porque mis venas están muy dañadas por todos los pinchazos que me han tenido que realizar en este tiempo y porque mis vasos sanguíneos también tienen muchos coágulos por la enfermedad», lamenta. Pero sigue su proceso para participar en el segundo.
A su lucha sanitaria se une la laboral, ya que desde que se contagió de covid no pudo volver a su puesto. De hecho, el contrato que tenía con el hospital para el que trabajaba terminó cuando se encontraba de baja por enfermedad y no la renovaron. Desde entonces no ha podido reengancharse al mercado laboral.
«Este es otro frente que tenemos abierto los que sufrimos covid persistente. Es una guerra con la burocracia y el sistema. Cuando pasé por el tribunal médico a los 18 meses de mi baja pidieron para mí la incapacidad permanente revisable, pero el Instituto Nacional de la Seguridad Social me lo denegó porque decía que era muy joven, que no había cotizado suficiente y que suponía un gasto importante para el sistema sanitario», relata.
Ahora sigue viviendo de lo que le queda de la prestación por desempleo, «pero ni siquiera tengo reconocida la enfermedad profesional y eso que me contagié durante el desempeño de mi trabajo», dice Sheila.
Tampoco fue fácil que su entorno más cercano asumiera esta nueva realidad: «Nadie lo entendía, mi familia, al ver cómo mi salud se deterioraba me fue comprendiendo y es un golpe muy duro para ellos porque viven en una incertidumbre constante. Es muy doloroso saber que no hay un tratamiento para nosotros».
Sheila confiesa resignada que ha tenido que aceptar el cambio de vida impuesto por esta enfermedad: «Todas mis metas se han truncado. Veo como mis amigos continúan con su vida, con su carrera profesional y yo no. Vivo con limitaciones constantes, me he convertido en una persona dependiente y físicamente parezco una persona mucho más mayor», lamenta.
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