Croacia

Un erasmus solidario

Fernando Salazar de Lara es un joven de 21 años vive en Zagreb. Desde que llegó a su destino para estudiar, dedica su tiempo a ayudar a refugiados sirios

Un erasmus solidario
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Tres iconos: un globo terráqueo, un tenedor y un cuchillo. Así define Fernando su estado de WhatsApp: «Comiéndose el mundo». Fernando Salazar nació hace 21 años en la Ciudad de México, pero ha residido toda su vida en Madrid. De hecho, cuenta con la doble nacionalidad. El año pasado decidió iniciar una nueva aventura. Este estudiante de Derecho y ADE de la Universidad Carlos III de Madrid eligió Zagreb (Croacia) como destino para realizar una beca Erasmus. «Lo elegí porque fue el último país en incorporarse a la Unión Europea y además me lo recomendaron en la universidad», afirma el joven. Fernando abría así una nueva etapa de su vida en la que, además de estudiar, conocer gente y otras culturas, «había tiempo para todo», señala el joven, que ahora vive en Zagreb. «Se peca un poco al creer que el estudiante Erasmus esta sólo de fiesta. Desde luego existe, pero hay muchas más actividades». Además, «todos tenemos más tiempo de ocio» y »te inundan semanalmente el Facebook de miles de invitaciones sociales», relata Fernando. Y es que «también hay tiempo para el voluntariado».

Un año atrás, cuando el estudiante decidía sobre su futuro, no imaginaba que viviría un Erasmus tan solidario como el que actualmente vive. El joven ha participado en diferentes proyectos solidarios desde pequeño -«he sido voluntario casi toda mi vida», afirma-, y explica que «no sólo en el campo humanitario» si no también «en el Comité Olímpico Español, en ONGs madrileñas» y, más tarde, «me fui a Camboya y trabajé en un basurero con familias que residían en un vecindario anexo al vertedero».

Hace tres meses, Fernando llegó a Zagreb y poco después «coincidió con la crisis de refugiados, que estaba ocurriendo a menos de 100 km» de la ciudad. «Me inquietaba saber qué era aquello», relata, y añade que «sabía de la existencia de campos de refugiados en años anteriores, en zonas como el Líbano o Cisjordania, pero no tenía ni idea de cómo serían aquí en Europa». La inquietud llevó al estudiante a conectar con un grupo de jóvenes Erasmus que querían acercarse a las fronteras. Más tarde «contactamos con un grupo de estudiantes suizos y una familia croata». Gracias a sus nuevos contactos, los jóvenes consiguieron su objetivo: se fueron a Botovo, en la frontera con Hungría, y una vez allí su ayuda fue crucial porque «urgía recibir el último tren de refugiados antes de que Hungría cerrase la frontera». «Tuvimos que ayudar a los refugiados a cruzar la frontera antes de media noche, y teníamos hora y media para desplazarlos. Esta situación fue muy dura». Pelos de punta y un escalofrío que recorrió su cuerpo: «Cuando el tren abrió sus puertas me llamó la atención el hacinamiento, había 1.200 personas, entre ellas niños, mayores, lesionados...». El joven relata que cuando los refugiados llegaron a Croacia llevaban un mes de travesía, y exactamente un día entero en este último tren. «Te puedes imaginar las condiciones y el olor que sufría esta gente. En travesías así no pueden tener ni un mínimo de higiene».

Llegó el momento de entrar al tren. Fernando accedió al ferrocarril con la Policía. «Ellos iban totalmente equipados, pero yo no», señala el joven. «Yo entré y directamente me puse a ayudar a niños, a gente que iba en silla de ruedas o utilizaba aparatos ortopédicos». Cuando todos estaban fuera del tren, Fernando y sus compañeros seguían derrochando solidaridad: «Les ofrecíamos bebida, comida, abrigo y les guiábamos al siguiente tren». Una momento especialmente emocionante para Fernando fue cuando «iba andando con una de las niñas por las vías del tren para cruzar la frontera, se le engancharon los botines y se puso a llorar; entonces tuvimos que llevarla a la Cruz Roja». Anécdotas como esta es lo que queda en el corazón de este joven comprometido.

La ayuda nunca sobra. Otro día cogieron «la ruta alternativa, Eslovenia». Fernando y sus compañeros decidieron tomar ese camino. Fueron a Mursko Sredisce; en ese lugar la Cruz Roja y la Policía tienen un campamento y los jóvenes tuvieron más tiempo para acercarse a los refugiados, hablar con ellos y saber qué era lo que realmente necesitaban. «Fue más fácil llegar a todos. Ellos pedían productos de higiene y, la verdad, había mucha carencia en ese tema», afirma, y explica que en este sentido, en ocasiones no podían ayudarles. En cuestión de comida, sin embargo, no hubo ningún problema: «Lo primero es comer y, gracias a Dios, eso sí lo teníamos». Fernando compartió largas conversaciones con ellos.

En una ocasión, los refugiados le contaron que «montaron en una “zodiac” atestada de gente y las probabilidades de hundirse eran muy altas. Fue verdaderamente duro el paso de Turquía a Grecia y los campos de Macedonia». Además del viaje, los refugiados, «jóvenes entre 20 y 25 años», contaron al voluntario sus pensamientos. «Muchos estaban preocupados por el tema del terrorismo» y le preguntaban «qué peligro tenían de ser deportados». El estudiante intentó tranquilizarles pero, ante situaciones complicadas, en las que las las preguntas de unos chocan con las ignorancias de los otros, es mejor no contestar. «Son preguntas que tienes que intentar no responder porque no eres ninguna autoridad», señala. «Nosotros los concienciamos de que si existe miedo en Europa es porque viene de fuera». Lo importante es que «les demostramos que en Europa respetamos a otras culturas, así, ellos también tienen que aceptar cómo somos nosotros». Otras preocupaciones para ellos parecían más fáciles de disipar, pero igualmente difíciles de poder dar respuesta: «Me preguntaban que dónde había un sitio seguro para estar, o por el tiempo que podían pasar en el territorio. Pero eso no lo sabes y tampoco eres Indiana Jones como para saber cuando volverán a casa», bromea Fernando, al que, sin duda, le encantaría saberlo.

De todas estas aventuras solidarias, lo que verdaderamente no olvidará el estudiante es el agradecimiento de los refugiados. «Son familias y jóvenes normales, que huyen del conflicto o quieren buscar una oportunidad fuera». A pesar de los numerosos dilemas de sus vidas, «son gente muy agradecida y cuando llegan a Croacia, pese a los problemas y la desorientación, lo importante para ellos es ser optimista y bromear», confirma el joven.

Este agradecimiento le lleva a Fernando a organizar el proyecto «ZRAP Volunteering». «Lo llevo en conjunto con la Universidad ZSEM de Zagreb y el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) SouthEast Europe». Según cuenta el joven, es difícil canalizar la ayuda si no trabajas con una organización. «Todos quieren ayudar, pero no hay organización». De este modo el joven se puso en contacto con una organización especializada en conflictos migratorios y, poco tiempo más tarde, le dieron respuesta: «Les gustó mi idea y me dieron luz verde». Ahora, Fernando y sus amigos están trabajando en Slavonski Brod, «uno de los campos más grandes y que más voluntarios requiere», afirma. Este Erasmus solidario seguirá colaborando con los refugiados hasta final de su estancia, siete meses más. «Es muy gratificante. Creo que todo el mundo debería tener una experiencia de voluntariado».

Para este joven es una experiencia que no va acorde a ideología, religión o pensamiento político. «Creo que es algo más humanista: impera el respeto. Se puede ser más o menos solidario, liberal o conservador, pero lo que no se puede ser es ignorante», afirma el voluntario.

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