Sí a la vida
Una imposición de la ideología
La ciencia, lejos de los sentimientos, las emociones, las ideologías o las creencias religiosas, se basa en hipótesis y experimentos que demuestran. No es propio de la ciencia hacer valoraciones morales de los hechos, como si es ético o no aceptar el aborto, pero sí aportar datos que permitan explicar los fenómenos naturales, como por ejemplo la vida. Dicho esto, hace años que la ciencia demostró que en los organismos superiores con reproducción sexual, tras la fecundación, ya hay una nueva vida, y que el cigoto es la primera realidad corporal humana, y el embrión y el feto, las primeras etapas de su desarrollo. El cigoto posee una identidad genética propia y distinta a la del padre y la madre de que proceden los gametos que se fusionan. Tras su formación, queda constituida la identidad del nuevo ser, que se va a mantener de por vida y que, sin pérdida de continuidad, va a dirigir el desarrollo del nuevo individuo y todas sus características biológicas. Esto no lo cuestiona ningún científico.
Sin embargo, esta verdad objetiva se trata de ocultar bajo el absurdo de que el embrión y el feto no son más que un amasijo de células. Un error que ha servido para justificar la destrucción de embriones o la barbarie del aborto. Un error que es más discutible si cabe conforme avanza el desarrollo y que resulta indefendible cuando el pretendido conglomerado de células adquiere forma humana –ya desde la octava semana–, y presenta corazón, extremidades, rostro y hasta reacciona a los estímulos externos, como se demuestra en cualquier ecografía de las que se hacen a las embarazadas, mucho antes incluso del momento en que se suelen practicar los abortos.
El aborto, además de una crueldad, es un atentado contra la vida humana, basado en una inmensa mentira. Es curioso constatar la decisión con la que, atendiendo a los datos de la ciencia, se promueven leyes para contrarrestar el cambio climático, prohibir el tabaco, rechazar los organismos transgénicos, proteger a las especies amenazadas, erradicar la energía nuclear, etc. Sin embargo, ante algo tan básico como la existencia del ser humano durante sus primeras fases de desarrollo, se opta por ignorar la verdad y se niega el más elemental de los derechos, el derecho a vivir. Falsear o renunciar a los datos de la ciencia es renunciar al conocimiento, y si se renuncia al conocimiento, lo único que queda es ideología.
*Catedrático de Genética y presidente de CíViCa
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