Opinión
La visita Real no fue un error: es lo que había que hacer
Un Rey que se precie de serlo debe acudir siempre allí donde le necesiten sus compatriotas
Ahora resulta que la culpa de las protestas la tiene Felipe VI. O los voluntarios que se saltaron la prohibición de acudir al rescate de todos esos lugares arrasados por la terrible riada. O las propias víctimas de la tragedia, por quejarse del abandono, la ruina y el dolor.
La inversión de la culpa es una vieja y manida estratagema para eludir la responsabilidad. En esta ocasión, es especialmente miserable y pobre. Muchos están diciendo, con intención que a nadie se le escapa, que los Reyes no deberían haber acudido al corazón de la catástrofe, que se asumió un riesgo innecesario y que fue un empeño demasiado personal de Felipe VI, como si se tratara un capricho real o de la terca, temeraria ofuscación irracional de nuestro Jefe de Estado.
¿Pero cómo no iba a acudir el Rey a Paiporta en el peor momento? ¿Qué tipo de consideración tienen, quienes critican la oportunidad de la visita real, hacia las víctimas de la peor catástrofe natural de nuestra historia? Esa crítica, que surge primero interesada, claro, y que se extiende después como una falsa muestra prudencia, es todo un indicio de la flojera de carácter, de la inmundicia política, del deshonor institucional y de una política que ha perdido el alma y que rige, catatónica, indolente, insensible a los sentimientos de la gente, los destinos de nuestro país.
Los Reyes hicieron exactamente lo que tenían que hacer: visitar, en el peor momento, el peor escenario. Es más: son los únicos que han hecho lo que tenían que hacer. Un Rey que se precie de serlo debe acudir siempre allí donde le necesiten sus compatriotas. Compartir el dolor, la ira, la fatiga, el desencanto, el derrumbe de vidas y de haciendas honra a nuestros monarcas.
El Rey es el primer soldado de España. El primer español. Felipe VI es muy consciente de ello y si acudió a la zona cero de la catástrofe fue también para ser la primera víctima. Si no fue antes es porque no se lo permitieron.
La visita demostró –en medio de tanta impostura– una autenticidad de sentimientos que se está perdiendo en la esfera pública. Ir, compartir el desahogo y abrazar a las víctimas fue una decisión de alto valor simbólico y humano, y fue un gesto muy hermoso.
¿Qué hay de malo en querer compartir el dolor con las víctimas, en decidir estar cerca de los que lo han perdido casi todo? ¿Qué clase de temor puede impulsar a alguien a criticar ese gesto, aunque suponga la asunción de riesgos? ¿Pero en qué país vivimos? ¿Qué líderes queremos? ¿A qué Rey aspiramos? La decisión de Felipe VI de querer compartir el dolor para aliviarlo es una manera impecable de cumplimiento del deber, un paso al frente que le honra y que nos dignifica como país. Ese gesto ha dado la vuelta al mundo y ese barro se ha convertido en su mayor condecoración.
Los Reyes tenían derecho a compartir, con quienes todo lo han perdido, la rabia, el dolor, el exabrupto, la injusticia y la ira, como hicieron con enorme dignidad y –lo siento, hay que decirlo– con gran majestad. Los españoles también teníamos derecho a ver a nuestros Reyes compartiendo y trasladando a las víctimas el dolor de un país compungido, con el corazón encogido ante tamaña desgracia. Las lágrimas emocionadas de la Reina han rodado al unísono en muchos hogares españoles. También ella ha dado toda una lección de dignidad, inteligencia y sensibilidad. Sentirse rota y mostrarse abiertamente rota por el dolor de la gente es lo más importante que podía hacer en este momento de verdadero luto nacional.
Con su vista, el Rey revalidó una vez más la Corona, en un proceso ininterrumpido de legitimación social de la única institución que queda en pie y que nos sigue uniendo pese a todo.
Da igual la dureza del desahogo, la frustración desatada en forma de protesta, lo airado de la bronca por injusta que haya sido. Los Monarcas no son figurines: son emblemas de la nación. No son extraterrestres: son Reyes. Son la institución que encarna la historia España y también su dolor. Su visita fue la de todos los españoles de corazón. Con ellos estaba, aquel aciago día, toda la sociedad española.
Fue acto de valor, de humanidad y también de patriotismo. Gracias Majestades por acudir a Paiporta, el peor lugar en el peor momento posible.
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