Coronavirus
Sí, yo también me creí este bulo
Radiación electromagnética o gárgaras con vinagre: las «fake news» han constituido la otra gran pandemia a la que se ha enfrentado la sociedad. ¿El gran problema? Que se propagan incluso de forma más rápida que la COVID-19
No, Miguel Bosé, Bill Gates no está desarrollando un proyecto de vacunas con microchips para controlar a la población. Como tampoco existen pruebas de que beber mucha agua o hacer gárgaras con vinagre prevenga la infección por coronavirus. Además, hay que tener en cuenta que ni la COVID-19 es una bacteria amplificada con radiación electromagnética 5G ni se ha descubierto que provoque trombos en una autopsia realizada en Italia. Y, ojo, las toallitas húmedas para bebés no son buenas aliadas para desinfectarse. Increíble, ¿no? Claro, ahora que está todo aquí por escrito parece que se nos ha ido la cabeza, pero la realidad es que hace tan sólo una semanas, afirmaciones como éstas rulaban por las redes sociales de medio mundo. Y, peor aún, lo hacían sentando cátedra.
Se trata de ese otro virus que también asola el mundo. Se desconoce cuántas personas han estado expuestas a él, pero el número seguramente supera en mucho los más de ocho millones de casos confirmados en todo el mundo. No es un desconocido para nosotros: se llama desinformación y se propaga incluso de forma más rápida que el SARS-CoV-2. Así lo recoge un reciente estudio sobre contagio social publicado en «Nature Physics». Pero para más inri, el gran problema es que aún desmentida, continúa viviendo en los móviles de muchas personas y compartiéndose sin control.
«La fase de contención ha acabado, vamos a tener un despegue de cifras brutal. Va a ser como Milán y se va a diseminar de una manera muy rápida. Ya no hay control sobre de dónde viene la infección […]. Esto no es una gripe, es algo más. Están muriendo pacientes jóvenes y sanos». Estas palabras pertenecían a uno de los audios que más se ha compartió durante el periodo de confinamiento. Procedían, supuestamente, del jefe de Cardiología del Hospital Gregorio Marañón y, evidentemente, el miedo tardó muy poco en hacer mella en una sociedad que vivía con expectación esta crisis sanitaria. Pero era falso. De hecho, los eran todos y cada uno de los datos que mencionaba. Así lo corroboró, al poco tiempo, el propio centro de Salud desde su cuenta oficial de Twitter, insistiendo en la necesidad de consultar «sólo fuentes oficiales».
«Todos creíamos tener la gran verdad entre las manos, pero el tiempo nos ha ido demostrando todo lo contrario. En el fondo, es hasta normal. Estábamos viviendo la primera pandemia en tiempos de redes sociales, con todas las consecuencias que eso trae consigo», explica el psicólogo Andrés del Campo, sobre una crisis que ya deja más de 28.000 muertos en España. La anterior tuvo lugar en 2009 con la gripe aviar, una etapa en la que estas plataformas aún estaban despegando y en la que todavía no se narraba todo en tiempo real. Todo lo contrario a lo que acontece hoy: se han convertido en una especie de trinchera en la que luchan mensajes racionales y oficiales con bulos alarmistas y agoreros. «Cuando existe una incertidumbre tan grande como la que vivimos ahora, nos aferramos a cualquier cosa», añade. Pero, ¿por qué ocurre esto? Principalmente, porque vivimos aterrados por la posibilidad de contraer la enfermedad y por la imposibilidad de garantizar el bienestar de nuestras familias. «Existen ciertos casos en los que la preocupación que generan las redes sociales puede llegar a resultar más dañina que el propio virus».
El fin de las «fake news» es, precisamente, ese: generar desconfianza y miedo sin ningún tipo de fundamento. Tan sólo basta analizar el siguiente dato: desde que salió a la luz el brote en Wuhan (China), los mensajes difundidos ya presagiaban un contagio a gran escala, aún sin contar con datos contrastados. En los casos más graves, estas conductas derivan en situaciones de racismo y xenofobia. «Vinieron gitanos diciendo que no tenían patologías respiratorias ni fiebre, sino que les dolía la tripa o un tobillo. Han escupido en las salas para que todo el mundo se contagie», recogía otro de los audios compartidos en marzo por una presunta trabajadora del Hospital de Txagorritxu, en Vitoria. Según explicó el centro tras hacerse viral, también era totalmente falso.
WhatsApp y sus peligros
La novedad que WhatsApp anunció el 7 de abril levantó alguna que otra ampolla: la app anunció un cambio en sus mensajes «altamente reenviados» que provocaría que estos tan sólo se pudieran volver a mandar a un grupo o conversación una vez. Tal y como anunciaron sus responsables, la medida sólo afectaba a los que se ya se habían enviado varias veces antes, es decir, al menos cinco. El fin no era otro que combatir los bulos que se estaban propagando sin ningún límite. Sin embargo, rápidamente, la red social fue acusada de haber tomado esa decisión para camuflar las críticas al Gobierno por su gestión de la crisis coronavirus.
¿Era realmente así? La respuesta es muy sencilla: esta nueva medida era global y afectaba a sus más de 2.000 millones de usuarios en todo el mundo. Además, no suponía que hubiese un control sobre los contenidos a los que se limita su difusión pues, según la compañía, los mensajes en su plataforma están cifrados. Es decir, nadie que no sean el emisor y el receptor saben lo que se está reenviando. Por lo tanto, de ello se puede desprender que era completamente falsa la información de que WhatsApp había reducido el tráfico de contenido para así blindar al Ejecutivo.
Todo esto ha estado causado por la desinformación. Y fruto de este terremoto digital, el pasado 2 de febrero, la Organización Mundial de la Salud (OMS) calificó al nuevo coronavirus como una infodemia masiva, en referencia a «la sobrecarga de información (tanto cierta como falsa) que dificultaba que las personas encontrasen fuentes fidedignas y consejos fiables cuando los necesitaban». Esta es la principal diferencia con respecto a otros brotes anteriores, como los del SARS o el Zika: con la COVID-19, los temores se han intensificado especialmente por culpa de los bulos. Por el momento, el portal de «fact checking» maldita.es ya ha desmentido 603 de ellos. Aunque, seguramente, haya muchos más.
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