Entrevista
Antonio Díaz: "No hay magia más real que la gente que sonríe incluso cuando todo va mal"
El nuevo documental del Mago Pop revela, sin trucos, las claves de su éxito
Antonio Díaz, más conocido como El Mago Pop, ha llevado la magia española a la cima del teatro mundial con “Nada es imposible – Broadway Edition”, y lo documenta en “El Mago Pop Lands in USA”, el filme recién estrenado en Movistar Plus+. En conversación con LA RAZÓN, el ilusionista desvela el viaje emocional y profesional que implicó esta hazaña: desde su infancia en Badía del Vallès hasta convertirse en fenómeno en Broadway, con una filosofía de trabajo que combina precisión técnica, liderazgo colectivo y una devoción absoluta por las artes escénicas. Más allá del escenario, Díaz revela cómo se construye una trayectoria internacional sin perder la humanidad, y por qué, detrás de cada truco, hay una ética de vida que habla más de esfuerzo que de misterio.
¿Qué le atrae de las artes escénicas más allá de la magia?
Estoy enamorado del teatro, de los musicales, de todo lo que tiene que ver con la puesta en escena. Siempre me ha fascinado lo técnico: la luz, el sonido, la escenografía. Me gusta entender cómo se construye una experiencia escénica en todos sus niveles. Si no fuera mago, probablemente estaría intentando ganarme la vida en el mundo escénico de alguna manera, porque me apasiona lo que sucede tanto encima como detrás del escenario.
¿Se ha planteado actuar como intérprete?
No me veo actuando como actor. Creo que hay que tener claro lo que uno hace bien y en lo que no destaca. Me gusta disfrutar otras disciplinas como aficionado, pero mi lugar está en el ilusionismo, en lo técnico, en lo repetitivo. Ahí es donde tengo algo que aportar. Me gusta ver grandes interpretaciones, pero sé que mi sitio no está ahí. Disfruto desde la admiración.
¿Cómo ejerce el liderazgo dentro de su equipo?
No me considero una estrella. Este trabajo va del equipo, y si algo me define es que estoy rodeado de gente increíble. Aprendo cada día y me esfuerzo por crear un ambiente donde todos estemos bien. El ego no cabe aquí. Lo importante es que el espectáculo funcione y que lo hagamos juntos. Agradezco cada día estar rodeado de personas talentosas y comprometidas.
¿Hasta qué punto se implica en el bienestar del equipo?
Mucho. Me importa que comamos bien, que estemos sanos, que haya un ambiente familiar. Pasamos más tiempo entre nosotros que con nuestras familias, así que es fundamental cuidarnos. Si estamos bien como grupo, el trabajo fluye mejor. Esa convivencia crea vínculos que se trasladan a lo que sucede sobre el escenario. Y eso el público también lo percibe.
¿Hasta dónde es bueno o sano el perfeccionismo?
La autoexigencia es buena hasta donde se pueda conciliar con la felicidad del equipo. A veces la pasión hace que sobrepasemos esa línea, lo reconozco. Yo mismo me frustro cuando algo no sale como esperaba, aunque desde fuera todo parezca perfecto. Pero esa exigencia viene del compromiso con lo que hacemos, y de no querer decepcionar ni al público ni al equipo.
¿Hay algo que le sorprenda?
Sí, por supuesto: el virtuosismo, la disciplina, el esfuerzo invisible... Me impacta ver un espectáculo donde cada segundo revela cientos de horas de ensayo. Eso me emociona y me inspira a seguir trabajando. También admiro mucho a la gente que, en la vida, mantiene una sonrisa incluso en momentos difíciles. Esas personas tienen algo de magia real, de la que no se aprende en libros ni se ensaya.
¿Logra desconectar cuando ve otros espectáculos?
Sí. Puedo disfrutar como un niño, sin analizarlo todo desde lo técnico. Me encanta dejarme sorprender. A veces aparece un hallazgo, una idea inesperada, y eso me entusiasma. Cuando parece que todo va hacia un sitio y de repente cambia... eso me fascina. Me hace recuperar la sensación original de por qué empecé en esto.
¿Ha usado la magia en su vida cotidiana?
De pequeño, sí. Algún truco para pagar en el bus, cosas inocentes. Y de adolescente me ayudó a superar la timidez, a encontrar mi lugar en los grupos. La magia me enseñó disciplina, sacrificio, constancia. Cientos de horas de ensayo para un segundo de impacto. Eso me ha servido en todos los aspectos de la vida, incluso fuera del escenario.
¿Cómo nacen sus juegos de magia?
Con ideas locas, con creatividad en equipo. Hay técnicas clásicas que usamos, claro, pero lo que más me gusta es crear historias alrededor del truco, presentaciones que emocionen más allá del “cómo lo hace”. Ahí es donde más disfrutamos inventando. Lo mejor es cuando una idea aparentemente imposible acaba funcionando gracias al trabajo colectivo.
¿Por qué eligió Branson en lugar de Las Vegas para fijar su sede en Estados Unidos?
Porque quiero seguir siendo dueño de mi destino. En Las Vegas te piden contratos de años, muchas funciones seguidas. Yo prefiero elegir dónde y cuándo actuar. Construir algo propio me ilusiona más. Branson tiene potencial para convertirse en un referente escénico. Me gusta la idea de contribuir a eso, de dejar huella más allá del aplauso.
En el documental habla de ser “más de caminos que de metas”.
Así es, me gusta el proceso, la constancia, el día a día. La magia no necesita aplausos para brillar: se construye con ética, pasión y trabajo. Creo en el esfuerzo invisible, en sembrar sin obsesionarte con recoger. Para mí, eso también es magia. Y, sobre todo, es una forma de estar en el mundo.