Animación

«Royal Crackers», todo lo que no hay que hacer para ser un «tiburón»

Max ya tiene en su catálogo la nueva comedia de ficción que ha renovado por una segunda temporada, no para todos los públicos

Al, Deb Hornsby y Hornsby Jr. completan el grupo de protagonistas
Al, Deb Hornsby y Hornsby Jr. completan el grupo de protagonistasMax

En los últimos años no han sido pocas las series producidas sobre tramas familiares o entramados empresariales. Sin embargo, faltaba una parodia que les hiciese justicia, y qué mejor vehículo que la animación. «Royal Crackers» es un imperio empresarial de la bollería industrial y las galletas que no ha sabido adaptarse a los nuevos hábitos de consumo. Así, los herederos de esta marca sienten el peso de estar ensuciando el nombre por el que sus antepasados tanto trabajaron. De hecho, este propietario y responsable de su fortuna, está representado por un personaje en casi estado comatoso, que sin necesidad de estar consciente supone aun así una enorme presión para sus herederos.

Ya disponible en Max, replica la formula de otros iconos de la comedia como «Padre de Familia», donde el humor no tiene límites y las jerarquías familiares parecen invertirse. Los personajes infantiles cobran tal madurez y desparpajo, que poco les diferencia de los más adultos. Los pequeños de la casa no son para nada inocentes, de hecho, se les utiliza en ocasiones para hacer los gags más soeces e inapropiados.

La empresa Royal Crackers, además de atravesar una transición sobre su propiedad, también vive la transición digital. Así se enfrentan a los problemas de las empresas tradicionales para generar contenidos atractivos en redes. Los protagonistas harán todo lo posible por dar con la fórmula de la viralidad. Todo vale por un puñado de likes y nuevos seguidores en Instagram.

Así, rascando más allá de su humor absurdo, la serie reflexiona sobre las líneas rojas de las marcas para impactar sobre los consumidores. Como también, analiza la fragilidad de la imagen pública y cómo un escándalo mediático puede echar por tierra todo un legado. Sin embargo, esta familia no es precisamente el ejemplo de buena práctica empresarial. La lucha de egos y la ambición por hacerse con la empresa familiar cegarán constantemente a los protagonistas. Por si fuera poco, dos de ellos son pareja sentimental y se intoxican mutuamente para persuadir al otro hacia sus objetivos individuales.

«Royal Crackers podría ser una parodia de «El Padrino» o «Los Soprano», con la diferencia de que aquí el líder ni está ni se le espera. De hecho, parece que todos aprovechan la inactividad del patrón para hacer todo lo posible para que el «barco» se hunda. El «rey de los aperitivos» ve como su modelo de negocio comienza a tambalearse y en las manos más inapropiadas.

El guion abusa en ocasiones de la estructura sándwich o montaña rusa, en la que a cada buena noticia le sigue un desafortunado incidente qua amenaza con hacer saltar todo por los aires. Al igual que clásicos como «Los Simpson», la vivienda familiar se divide en dos plantas, lo que multiplica los gags de forma simultánea. Cada habitación de la casa es un universo distinto y pueden acoger tramas paralelas solo a una decena de metros de distancia. El doblaje no es algo prioritario.

La comunicación tampoco va a ser una de las virtudes de esta longeva empresa que sufrirá inexplicables malentendidos, a pesar de las constantes reuniones que celebran para compartir ideas, a cada cual más disparatada.