Entrevista
Víctor Elías: «El final de ‘‘Los Serrano’’ es una puta obra maestra»
Conocido por su papel en “Los Serrano” acaba de publicar “#Yo sostenido” (Planeta), el libro en el que se abre en canal
Víctor Elías espera sentado en el Hotel Marriott de la Gran Vía de Madrid, donde vamos pasando los periodistas como si aquello fuese una ventanilla. Acaba de publicar una suerte de memorias a sus 33 años, «#Yo sostenido» (Planeta), en el que cuenta la «historia de un juguete casi roto», y en el que relata su niñez marcada por sus padres y sus vicios, su díscola juventud, y sus adicciones, algunas historias amorosas, la figura de la que ahora es su mujer, Ana Guerra, y lo que siempre ha sido su pasión, la música. Aquí la entrevista íntegra.
Lo más importante, ¿cómo está?
Todo bien, sufriendo un poco el sensacionalismo de la prensa española, pero bueno. El primer día de entrevistas dije, ‘sí que me ha abierto un canal, e igualmente han revuelto la herida a pesar de que yo la he mostrado’. Y también está siendo positivo; está haciendo que la gente se entere y al final pues hay que agradecer que hablen de ti, aunque sea mal.
A pesar de todo lo que le pasó, ¿puede explicarse sin sus padres?
Ellos no están aquí para defenderse. Entonces, aparte de que puedo contar esta historia desde el perdón, no absoluto, pero desde un perdón muy grande, y es lo que me hace contar así la historia, hay una parte de ostras, es que ellos no se pueden defender, es que es que es que hay una parte de la historia que con mi madre nunca pude llegar a hablar porque mi madre realmente nunca se llegó a recuperar. Entonces solo puedo contar todo el rato cómo me sentí yo y cómo con los años, tras tropezar con la misma piedra entiendo que se han sentido ellos, que al final lo hicieron lo mejor que supieron, intentaron hacer todo lo que pudieron todo el rato. Gracias a ellos soy lo que soy en el fondo. También la mente para esto, por suerte, es muy cabrona en el sentido de que nos deja todo lo bonito y se te va olvidando lo malo. Ya me he puesto en sus zapatos años después y hostia, qué jodido tuvo que ser para ellos. He vivido conmigo mismo mi profesión y mi pasión y es un trabajo muy complicado, y con un hijo tuvo que ser devastador. Y hace unos años esto todavía estaba peor visto. El problema de esto parte socialmente: tomar cerveza todos los días está bien y nadie lo ve como un problema. Es más, si no te la tomas eres el raro. En lo bares pides un agua con gas y todavía el camarero me dice «aquí agua no servimos», y si le digo, señor, que tengo un problema, entonces ya todo el mundo «pobrecito». También hay gente con problemas con la comida, la ansiedad, el sexo, el trabajo... Normalicemos esto como lo que es: una enfermedad mental que viene provocada por muchos desajustes en tu vida y que si no tuviéramos vergüenza de pedir ayuda antes, la gente se ahorraría un huevo de años.
La gente va a escondidas a las reuniones
Los huevos que hay que echarle para entrar en esas salas. Que esa persona sea la que tiene que tener vergüenza y no el que se coge un pedo el viernes y llega a las 6:00 de la mañana conduciendo el coche borracho, pensándose que nunca pasa nada. Pues igual eso hay que cambiarlo. Como niños nos dan mucha vergüenza contárselo a alguien también, que eso es acojonante. Nadie dice pues es que mi madre bebe mucho; no lo tratamos, porque la sociedad no te deja contarlo.
Afortunadamente cuenta en el libro que ha tenido muchas familias, padres y madres.
Esa es la gran fortuna de poder contar esta historia. Huyo de la autocompasión y del victimismo y creo que en el libro queda reflejado. Lo afortunado que yo he sido por vivir esto, con la cantidad de niños que hay que lo viven sin tener la oportunidad de ir a un plató todos los días, de ser conocidos en la calle, de poder tener un disco que se llama Santa Justa Klan. Soy un tío muy afortunado. De pequeño siempre pensaba bueno, es que no se puede tener todo. Mi cabeza me decía: claro, es que te va tan bien una cosa, que la otra no te puede ir tan bien. Y es que la vida es así.
Ahora estás viviendo un gran momento personal y profesional, ¿conserva ese runrún de que algo tiene que torcerse siempre?
Sí. Reconozco que esto es una cosa que no sé si va casi más con la condición de la enfermedad de la adicción, que sin querer tendemos a futurizar y a ponernos en el peor escenario todo el rato. En este caso la enfermedad quiere intentar jugártela para decirte ¿ves cómo te está yendo todo mal?. Vete un poquito por ahí y te despistas. A veces me paro y digo mentira, y continúo porque sé que es la enfermedad que está intentando venderme una idea que no es la correcta.
Intenta pensar lo que hace en cada momento y notar el suelo que pisa.
No llego a ese punto, pero sí, todos los días me levanto, agradezco y me pregunto cómo estoy ese día para ver qué puedo afrontar, y que no. Si hay días que estoy un poco más jodido, por lo menos lo digo porque me he podido ver. Es que antes ni me veía. Cuando me quería dar cuenta estaba en un fango y ya cuando salía del fango decía, esto ha sido porque estaba un poco jodido, porque había discutido con no sé quién. Ahora me permito estar triste y me prometo estar enfadado. Yo el primero que a veces juzgo, es inevitable.
¿Sabría decirme qué es la felicidad?
He comprobado en estos últimos años, ya con la recuperación, que para mí la felicidad no solamente está en la estabilidad y en la planitud, y tendemos a pensar que la felicidad son los picos de euforia. No tiene nada que ver la euforia con la felicidad. Está ahí, en ser capaz de estar todos los días más o menos bien. En la normalidad y la cotidianidad.
Habla en el libro de no saber distinguir entre la vida y el trabajo, y ser «workaholic». ¿Cómo lo lleva?
Me corre la música por las venas todo el rato, y tengo la suerte de que encima ahora es por dos. Nos vamos de viaje a algún lado y le pregunto, ‘¿te llevas el piano, no? Ya estoy pensando a ver qué piano me llevo antes de que ella me lo diga, bueno, por eso nos hemos casado. Escuchamos música y evidentemente, no la escuchas normal, lo haces analizando esto que ha hecho aquí, esto que ha hecho allá. Cuando hablo del «workaholic», la definición de adicción viene con algo que te impide ejercer tu vida de manera normal o que incide en tu forma de ser, en el sentido de si tú estás haciendo algo para omitir algo que te está pasando. Tuve una parte cuando arranqué en la música que cogía todo porque tampoco quería estar conmigo. La mejor forma de no estar conmigo era trabajar. Ahora sigo siendo un jodido adicto al piano, porque llego a mi casa y el martes llego de la promo del libro, de las entrevistas, llego jodido como una mierda y lo único que me lo quita es sentarme al piano. Dos horas y estaba como nuevo. Esa adicción me parece la mejor del mundo. El problema es cuando me siento ahí de manera continuada porque hay algo en mí que no va bien. Porque no quiero tener una conversación con alguien, porque no quiero pasar tiempo en casa porque ahí es donde creo que viene el problema y donde empieza, por así decirlo, la palabra adicción a algo que no te está permitiendo ser tú mismo.
Su padre, arpista, era aficionado a los boleros. ¿Se atrevería a componer uno?
Con el libro he sacado un disco que lo más que es entero instrumental. He intentado ponerle sentimientos a cada letra del libro. Al igual que en el libro he pedido que Pablo Díaz Morilla lo escriba conmigo porque creo que hay gente que se dedica a eso y que son especialistas en escribir y hubiera sido muy osado por mi parte haber pretendido escribir yo solo el libro o haber intentado ocultar que lo había escrito por una persona tan maravillosa y que le daba la poética al libro que necesitaba. Con la música me pasa un poco lo mismo. Yo me he especializado en ser un músico de directo y en ser director musical, y soy compositor de música instrumental, de bandas sonoras para audiovisual, pero no soy letrista. Intentar poner palabras me parecería muy osado, porque hay gente que lo hace muy bien, como mi mujer.
Ya se ha acostumbrado a decir «mi mujer»...
Me está costando. Todavía digo mucho «mi chica», porque así no me siento mayor.
Como música ya se le ha pasado la edad de los malditos...
De hecho el año que cumplí los 27 fue un poco el clic de decir esto no es lo que yo quiero porque no me va bien. Y lo que me ha salvado es la música. Y cuando vi que de repente la música se me estaba como escurriendo entre los dedos, que se me estaba escapando, que estaba medio faltando al respeto a la profesión, me estaba faltando al respeto a mí, a lo que ya me había salvado, dije esto no.
Hablamos mucho de juguetes rotos, pero con tantos, ¿no será la fábrica de juguetes la que está mal?
En estos días me dicen que ya han cambiado las leyes para que los niños estén mejor. Para mí el problema, tal y como lo muestro en el libro, no ha sido ni «Los Serrano», ni los productores, ni los guionistas, ni las leyes. El problema ha sido la sociedad. Y me gusta poner siempre un ejemplo, que es el del niño que tiene un osito de peluche con el ojo que se le cae y es su juguete favorito. El único que decide que estamos rotos es la sociedad cuando nos señala cuando no cumplimos las expectativas que ellos creen que deberíamos haber hecho.
En el caso de que decidiese tener un hijo, ¿nota el peso de lo que le pasó a usted?
Mis padres ya rompieron lazos con los suyos y ya intentaron hacerlo un poquito mejor. No sé si yo conseguiría romper todos los lazos, que ahí está mi temor, porque claro, el sueño es si yo tengo un hijo, no va a vivir nada de esto. Pero no sé cómo de tarado voy a estar el día que tenga un hijo, en caso de que lo tenga. Al igual que intentaron hacer mis padres, estoy rompiendo todos los lazos que puedo para romper esta cadena genética de los cojones, que además, siempre va a ser una excusa perfecta para el que viene por debajo.
"Los Serrano"
Disco, libro, obra de teatro... ¿Habrá serie sobre «#Yo sostenido»?
Sí, la veo. Lo que pasa es que igual que la función está contada por Fran y por Pablo, con Javier Márquez, la única persona con la que podría hacer una serie tendría que ser con alguien que lo hubiera medio vivido. Voy paso a paso. Todo esto empezó con pasar cuatro funciones, un mes en un teatro para yo quitarme una espina, primero de actuar y luego de reconocerme. La gente me dice que esto es una terapia para los demás. Ya, pero egoístamente es una terapia para mí. Porque cada vez que hago la función recuerdo dónde estoy, por donde he pasado, y dónde no quiero volver. Entonces lo que venga.
Podía haber hecho un libro sólo contando anécdotas de «Los Serrano».
No hubiera sido sincero por mi parte. El capítulo de ‘Los Serrano’ es el que más nos costó escribir. Porque fue ese bote salvavidas mientras me ocurría todo. Era donde yo más le decía a Pablo (Díaz Morilla) ‘tío, es que no sé qué podemos contar aquí, esto es lo que todo el mundo ha visto’: que nos lo pasábamos muy bien, que éramos una familia, y que seguimos siendo una familia a fecha de hoy. Las cuatro chorradas de este dijo no sé qué y el otro se tiró un pedo. También me he planteado, que me podría haber ahorrado un par de capítulos y la historia hubiera sido la misma, pero luego digo es que entonces no estoy contando mi historia. Porque la suerte que tengo que cuento esto desde la recuperación y desde el perdón, y si no cuento por qué agradezco todo lo que tengo ahora, tampoco se va a entender. ¿Qué pasa, que de la noche a la mañana un día te levantaste y ya estará todo de puta madre? No. Sólo hay una forma de hacer esto si te lanzas a la piscina, y es abriéndote en canal, y con que a 10 personas le valga, ya estará más que hecho el servicio.
¿Ha vuelto a ver la serie?
No, y no por nada, de hecho, alguna vez Ana (Guerra, su mujer) cuando empezamos la relación si salíamos, decía la ‘jodía’: ‘He dejado puestos ‘‘Los Serrano’’ para que los perros se relajen, para que escuchen tu voz”. No reniego ni un ápice. Al revés, estoy súper orgulloso. Creo que a todos nos da un poco de vergüenza vernos de pequeños.
¿Ha perdido papeles por su físico o por ser Guille de «Los Serrano»?
Me atrevería a decir casi al 100 % que sí. Pero no me parece mal. Esta es una profesión que depende de ser lo suficientemente alto, guapo, bajo, listo y tonto en un momento determinado para un papel muy determinado, que elige una tercera persona. Soy muy consciente de que soy de estos actores que quizá lo que tendría que haber hecho al terminar «Los Serrano» es ponerme un poco tocho. No me parece mal haber pedido un papel porque mi físico no era correcto, y mientras no me pidan cambiarlo, me parece bien. Respecto a lo de Guille, pues sí, hubo una época que era, además, la época en la que ya tenía claro que quería ser músico y este tipo de respuestas determinan mi decisión certera a querer cambiarme de profesión. Era ‘ay, no, es que tienes demasiada cara de Telecinco». Y luego me iba a otro casting y me decían «es que ya no eres tan conocido para protagonizar una peli».
Nadie se esperaba el final de «Los Serrano». ¿Cuál se imaginaba Víctor?
Una idea que nos surgía a nosotros en la cabeza era que el final podía ser rollo siete vidas, que se hubiera todo el plató, una cosa así. Y luego la realidad es que cuando recibimos ese final y cuando lo grabamos, para nosotros fue muy bonito. Revivir el primer día fue increíble. Volver a juntarnos, que no estábamos absolutamente todos, pero volver a juntarnos y volver a decir hostia, he estado cinco años haciendo esto, para mí fue muy bonito, la verdad. Entiendo que para la gente pudiera ser un plof, o no, pero también te digo qué bien hecho está que se sigue hablando de ello. 16 o 17 años después y seguimos mencionando el final de la serie. Es una puta obra maestra.
✕
Accede a tu cuenta para comentar