Sevilla
Adiós a la seriedad y la casta ganadera de Dolores Aguirre
La criadora vasca fallece a los 78 años tras una enfermedad agravada por un derrame cerebral
Ejemplo de integridad y amor por el toro con afición desmedida, la ganadera Dolores Aguirre falleció esta tarde a los 78 años de edad a consecuencia de los problemas de salud que arrastraba en los últimos meses y que se vieron agravados el pasado miércoles tras sufrir un derrame cerebral.
La prestigiosa ganadera, cuyo hierro llevaba su nombre, permanecía ya ingresada desde hace algún tiempo en el Hospital de Constantina (Sevilla), localidad en la que estaba afincada desde que comenzó su relación con las reses bravas. Un vínculo que data de 1977, año en el que la criadora compró la ganadería de la condesa de Donadío y la finca «Dehesa de Frías». Allí, estableció su cuartel general para cincelar un tipo de toro, de procedencia Atanasio Fernández y Conde de la Corte -de la que empleó dos sementales para refrescar la ganadería en 1979-, con sello propio tras el paso de los años.
De gran dureza, fue una de las divisas más respetadas por los buenos aficionados y temidas por los toreros en los últimos años -lo que, unido a la crisis, la llevó a lidiar menos en las últimas temporadas-. No obstante, a pesar de la menor demanda, Dolores Aguirre Ybarra se mantuvo siempre fiel a su modelo de toro: animales con mucha caja, de gran esqueleto e imponentes defensas, muy desarrolladas. Irreprochable trapío, unido a un comportamiento muy encastado, para bien y para mal, que obliga a un gran nivel de exigencia para sus lidiadores.
Entre estos destacan dos nombres por encima del resto. En primer lugar, el valenciano José Pacheco «El Califa» logró encadenar dos puertas grandes (2000 y 2003) en Las Ventas después de sendas faenas a dos toros -«Carafeo II» y «Langosto»- de la divisa amarilla y azul. Tras conocer la noticia, el levantino mostró su «contrariedad» por la pérdida de una ganadera a la que debe «todo» lo que ha sido en el toro. «Le estaré eternamente agradecido por lo que me ha dado, aún cierro los ojos y me veo toreando a aquellos toros, son recuerdos imborrables; los mejores que he tenido vestido de luces». «Siempre me tenía abiertas las puertas de su casa, siempre había preparadas cuatro vacas para que yo las tentara, luego comíamos y pasábamos todo el día charlando de toros», recuerda.
Años más tarde, el vallisoletano Joselillo supo entender la condición de esta ganadería, incluida en la Unión de Criadores de Toros de Lidia (UCTL) para lograr reiterados triunfos en la Feria de San Fermín. Ya en su confirmación de alternativa en Las Ventas, otro toro de Dolores Aguirre había catapultado al pucelano directamente al circuito de grandes ferias.
Precisamente, Madrid -donde ahora acumula un lustro sin lidiar- y Pamplona, junto a Vista Alegre en Bilbao, fueron los tres grandes bastiones para esta ganadera nacida en localidad vizcaína de Berango. En los tres feudos, sus toros encontraron habitualmente acómodo como referencia de seriedad e integridad en las denominadas corridas toristas. Un ejemplo de modélica e impertérrita devoción por la Fiesta y su verdadero eje, el toro.
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