Feria de San Fermín
Escribano se hace fuerte en Pamplona
A punto de abrir la Puerta Grande con un buen ejemplar de Dolores Aguirre
Pamplona. Cuarta de la Feria de San Fermín. Se lidiaron toros de Dolores Aguirre, bien presentados. El 1º, suavecito y con calidad; el 2º, manejable y a menos; 3º y 6º, movilidad sin entrega; el 4º, buen toro y con calidad; el 5º, encastado y difícil. Lleno.
Manuel Escribano, de berenjena y oro, estocada (oreja); pinchazo hondo, aviso, descabello (vuelta al ruedo).
Joselillo, de blanco y oro, pinchazo, media estocada (silencio); estocada, dos descabellos (silencio).
Juan del Álamo, de blanco y plata, pinchazo, media, descabello (silencio); buena estocada (saludos).
«Caracorta» estaba muy lejos de hacer honor a su nombre. Tan lejos que desde arriba quitaba el hipo con sus pitones y sería capaz de aparecer en alguna noche de pesadilla. Pero «Caracorta», antes que nada las presentaciones, cuarto toro de la tarde, segundo de Manuel Escribano, tenía el cuello largo y más importante que eso, tenía la voluntad de arrastrarlo por la arena al cite del torero, un toque suficiente para querer hilvanar una embestida a otra sin levantar la vista de la arena. Un cite, no más. Qué pesadez eso de estar tres o cuatro veces dándole a la muleta. Era armonioso todo. Fluía la obra de Manuel Escribano con «Caracorta» porque en su embestida había cadencia, clase, suavidad y temple. Quería ir a la muleta, casta para repetir, bravura para insistir y calidad para hacerlo. Podía ser toro para poner de acuerdo a muchos. Más allá del eterno debate que nos separa sobre la bravura cuando en realidad hay mucho más en común de lo que nos negamos. Manuel Escribano tenía la puerta grande a medio abrir. Y así se quedó. Dio una vuelta al ruedo después de petición. Grandes momentos tuvo la faena en la primera parte cuando cogió la velocidad al toro, el tiempo, perfectos los vuelos por abajo, donde explosionaba el toro y brotaba el toreo. De diez la actitud, aunque no siempre se encontrara con el ritmo del animal. No hay mejor homenaje que la bravura para mandársela al cielo a doña Dolores, ganadera que falleció esta primavera.
Lástima que la Puerta Grande no se abriera. Falta le hace a un torero modesto, que las dos veces se fue a la puerta de toriles a recibir al toro. Dos de dos. Un trofeo se había llevado del primero, que tuvo una embestida suave y con cierta calidad y lo dio todo. De principio a fin, sin quedarse nada en el tintero. Tampoco con los palos, con los que arriesgó. Vino a Pamplona de verdad.
Para muchos Juan del Álamo pasó con discreción. No se lo crean. Ahí hay torero. Con su terno blanco y plata (si apuestas en la quiniela no fallas) no dio un paso en falso, ni medio. El sexto toro saltó dos veces al callejón y unas cuantas más lo hubiera hecho, ganas no le faltaron. Y a la muleta llegó con esa movilidad de ni sí ni no ni todo lo contrario. Iba y venía pero poco dejaba en el camino para salir del paso con dignidad. Del Álamo afianzó el trasteo con una pureza y verdad extraordinarias y la manera de meter la espada, además de tener la obligación de poner una velita a la virgen porque se salvó de la cornada de milagro, fue muy meritoria. Entrega sin fisuras. También con el tercero, que se movió sin entrega. Le tocó a Del Álamo el lote más anodino y eso en el toreo no casa para el triunfo.
El otro toro de la tarde fue el quinto. Era duro de pelar. De los que no te abandonan pronto la memoria. Encastado, violento y arisco a la mínima que no se sintiera dominadísimo. De ahí que regalara a Joselillo más de un derrote violento para que no se andara despistado. El de Valladolid sacó toda la entrega aunque a la faena le faltara rotundidad. Al borde del susto anduvimos en más de una ocasión. Sin ir más lejos en las dos portagayolas. Fue manejable su primero, pero duró poco.
Escribano lo tuvo en la mano, cerca, salir a hombros de Pamplona debe de ser algo así como acercarse al cielo. Desde allí vio la corrida doña Dolores.
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